viernes, 11 de enero de 2013


Circo criollo

La fiesta que
nos perderemos

Como un lamentable error debe reputarse la decisión presidencial de viajar en un avión inglés para cubrir una gira por diferentes países, a causa del temor de que una aeronave propia corriese el riesgo de ser embargada por los miserables fondos buitre. Lo que significa, clara y simplemente, que se ha echado por la borda toda la brillante y productiva experiencia que acaba de arrojar el regreso de la fragata Libertad.
Porque hasta el más despistado de los criollos se relamería pensando en lo que podría llegar a ocurrir en caso de que uno de esos bichos malos y desagradables, que siempre andan detrás de los cadáveres, intentase embargar una aeronave nacional cargada de altísimos funcionarios y que la justicia del país anfitrión le pusiera la firma a ese pedido. Y que como consecuencia de ese atropello se retuviese allí, por dos o más meses, como le ocurrió a la Libertad, no sólo al avión sino a todos sus tripulantes.
Lo cual arroja dos escenarios igualmente gratos. Uno, el de la presidenta y los funcionarios reunidos durante todo ese tiempo, en la estrechez de una aeronave durante 60 o 70 días, negándose a ceder ni un tranco de pollo. Y por qué no también, con reiteradas salidas de la primera mandataria a la portezuela del aparato, para arengar a las multitudes que estarán reunidas allí para escucharla reclamar por los derechos de los argentinos y, acaso también, pidiendo por un coiffeur, una depiladora y una manicura, vale decir tres auxiliares indispensables que ni siquiera los fondos más buitres y caranchosos le pueden negar a una dama.
Ahora bien, si la estadía en el territorio hostil prometía ser invalorable para los intereses del país y el prestigio de quien encabeza sus destinos, cualquier hombre o muchacha de bien se estremecería pensando en lo que podría llegar a ser el regreso de la aeronave y de su tripulación, esto es, el segundo y mayúsculo escenario. El que tendría lugar una vez que las autoridades del país secuestrador se convencieran de que ya no la podrían retener más. Ya sea porque hubieran trascendido actos de canibalismo dentro del aparato, por decisión de la justicia internacional o porque ya no les fuera posible ni les resultara económico asistir a los reclamos de cremas, tinturas, perfumes y desodorantes, pero también de yerba, vino tinto y barajas que les harían los argentinos.
Y es a partir de la previsible liberación de la aeronave, ya sea luego de 70 días, como la Fragata o de un tiempo más largo, lo que sería aún mejor, que habrá que ir pensando en lo que puede llegar a ser su retorno triunfal. No ya en Mar del Plata, que para este caso no sería más que un destino menor, tampoco la Plaza de Mayo, porque el Boeing no es fácil de maniobrar en recorridos cortos, pero si en algún escenario mayúsculo, como la pampa húmeda, el desierto de Atacama o la misma Antártida, donde las grandes celebraciones son infrecuentes.
Pero donde sea allí irá el fervor popular, llevado por miles y miles de ómnibus, lanchas, globos aerostáticos y autogiros. Llenos todos ellos de kirchneristas sedientos de oír la voz de la señora, que les había sido negada por los fondos buitres durante tanto tiempo, y de proclamarla presidenta no ya por uno o dos períodos más, sino simple y claramente eterna. El reo de la cortada de San Ignacio asintió. “Maestro, dijo (y en su voz había cierto desaliento), yo no lo quiero desilusionar, pero la señora, ¿vio?, parte de gira en un avión inglés y volverá… (y al llegar a este punto apenas si se lo oía, porque en la garganta parecía que se le cruzaba un sollozo) y volverá nomás, ni lo dude, también en un avión inglés.    

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