sábado, 28 de diciembre de 2013

Circo criollo EL MATERIAL MÁS DURO Una penosa noticia atraviesa hoy el corazón de la República y golpea mucho más que la canícula y los cortes de luz. El mausoleo del ex presidente Néstor Kirchner, que se encuentra en Río Gallegos, está experimentando un grave deterioro debido a que cedió el piso y esto afectó parte de la estructura. Tan grave es la cosa que hasta se ha pensado en retirar de allí el féretro que contiene sus restos, no vaya a ser que todo se venga abajo y se destruya el cajón donde descansa el hombre, lo que podría dar lugar a escenas dantescas si fuera cierto, como afirman los contreras y cree el vulgo, que en esa bóveda no sólo descansan los restos del ex mandatario, sino que allí también se almacenan fortunas en oro 18 k y en dólares. Mientras tanto, se estudia con qué material suficientemente duro podrá reemplazarse lo que se dañó, habida cuenta de que el que se puso originalmente no ha sido capaz de resistir el peso de la obra, agravado, según la increíble leyenda, por la sobrecarga representada por los lingotes de oro. Lo que puede deberse a dos razones: una, a que el equipo del señor Báez, que fue el que hizo la obra, calculó mal o no le dijeron todo el peso que venía con el finado, y en consecuencia el piso cedió; y otra, a que el personal de este señor, acostumbrado a la obra pública, escamoteó cemento, echó cal de cuarta y puso fierros viejos y oxidados y por eso el monumento se está viniendo abajo. Ahora bien, esto no puede, de ningún modo, quedar así. El mausoleo del marido de la Señora y fundador del kirchnerismo, debe volver a ser lo que se pretendió que fuera, esto es, un monumento que perpetúe la memoria del occiso por los siglos de los siglos, lo que no garantiza en absoluto el deficiente material empleado por la empresa del señor Báez que se encargó de levantarlo. Ya que, como se ha visto, de continuar todo como hasta ahora, a las próximas generaciones sólo le quedarán los escombros y, acaso, las hilachas del saco cruzado que supo vestir. Por eso es importante que el señor Báez exprese con toda claridad qué es lo que piensa hacer para reparar ese monumento de un personaje tan querido por todo el país y al que tanto se debe. Es decir qué material, de suficiente dureza, se valdrá esta vez para que la bóveda se mantenga enhiesta por los siglos de los siglos. O sea qué acero, qué metal extraordinario aplicará esta vez, en lugar del relleno de cuarta que usa habitualmente. ¿Acaso el que se emplea en las naves espaciales? ¿El de los misiles más salvajes y destructores? ¿El que tiene el más alto componente de carburo de tungsteno o de algún otro material raro y carísimo? En el Margot se armó una discusión acerca de qué material se podría emplear para garantizar que la bóveda de Kirchner no se cayera. Unos hablaron del titanio, que sería fuertísimo; otros, del material que se emplea en los cohetes que se mandan a Marte y también… Pero en ese momento intervino el reo de la cortada de San Ignacio y propuso: “¿Y por qué no prueban con la cara de De Vido?” Y como todos se quedaran mirándolo, agregó: “No conozco nada más duro. Hace diez años que es ministro de Planificación y ahora anda echándole la culpa por los cortes de luz a las empresas. ¿Y hasta ahora qué hizo? ¿Apoliyaba o jugaba al chinchón en la oficina?”

domingo, 22 de diciembre de 2013

Circo criollo UN VERANO DE TERROR Decir de alguien que se encuentra en el mejor lugar en el peor momento, se presta a chistes chanchos que no se condicen con la seriedad que deben tener los análisis políticos. Pero esa es precisamente la situación en que se encuentra el señor Coqui Capitanich, que inicialmente apareció como una suerte de mandamás suplente, de presencia diaria en la TV y con agallas suficientes para responder con autoridad al más enconado de los adversarios, disfrazado como siempre de periodista. Pero esta presencia avasallante, propia del tipo que dijo “déjenme a mi, que yo lo arreglo”, está dejando paso, desde que los calores del verano y los apagones se hicieron presentes, a otro tipo, menos seguro de si mismo, más dubitativo, como si alguien, cuando bajó el telón de alguna de sus presentaciones, se le hubiera arrimado para decirle: “Pero pará, gil, ¿o vos te la creíste de verdad que sos el que para la olla y cocina el estofado?” Desde entonces se lo ve menos seguro, más dubitativo y hasta un poquitín arrepentido, como debe sentirse un DT cuando lo llaman para salvar a un equipo que igual se va, inexorablemente, al descenso. O como el forward que, señalándose el pecho, pide la ball para patear el penal y termina tirándola a las tribunas. Lo cual crea una nueva expectativa. Porque es cierto, la presencia de Coqui ante las cámaras tenía como justificativo la ausencia temporal de la Señora, a causa del agujerito en la mollera y del consiguiente reposo recomendado por los facultativos. Pero bien se sabe que esta circunstancia no es eterna, como Evita, sino que apunta a un plazo relativamente breve, en el que su naturaleza debe retornar a la normalidad, aunque sea vigilada, y por consiguiente a los primeros planos que hoy ocupa, como suplente, el hombre del Chaco. Ahora bien, ¿al Coqui le informaron mal, se tomó a pecho lo de primer ministro con presidenta vacante o simplemente se agrandó Chacarita y se vio como candidato en el 2015? Porque viendo cómo se presenta el verano, acaso el Coqui no haya sido más que el producto de una sabia especulación urdida en Olivos, sabiendo que la canícula venía fuerte y que había que armar un nuevo team que apuntara, al menos, a salvar la ropa y la guita. Desprendiéndose de los players que ya venían muy golpeados, como el inefable Moreno y aprovechando el consejo médico para poner en marcha el autosecuestro de la señora y el cambio de equilibristas y payasos, encabezados por Capitanich, para pasar el verano. Mientras Zannini, De Vido, Aníbal, los hermanitos K y hasta Nestorcito, el nieto, ideaban la manera de zafar hasta que haya que irse nomás, pero con los morlacos convenientemente encanutados. Al reo de la cortada de San Ignacio no había manera de contenerlo. No lo preocupaban los apagones y mucho menos el Coqui Capitanich. El campeonato ganado por San Lorenzo le había provocado tal nivel de excitación, que el hombre derrochaba su menguada jubileta y su salud en brindis interminables. Además él, siempre reticente en materia religiosa y que jamás se había subido a un avión, se transformó en un fan del Papa y hablaba hasta de empeñar las camisetas autografiadas del Tata Martino y del Lobo Fischer, si es que con eso podía adquirir un vuelo que lo dejara en el Vaticano. Sin embargo, cuando un tipo se le arrimó para preguntarle si pensaba que iban a repetir en el 2014, le cambió la cara y confesó: “Le tengo miedo al Lobo”. Y enseguida agregó, en voz muy baja y mirando hacia los costados: “Usted sabe quiénes son hinchas de Gimnasia de La Plata, ¿no? La Presi y la madre de la Presi. Bueno me han dicho, de muy buena fuente, que le han ordenado a Lázaro Báez que pare la mano con eso de alquilarle piezas de los hoteles. A partir de ahora tiene que dirigir toda la guita a reforzar el plantel del Lobo. ¿Y sabe en quién está pensando la Nona? En Messi, en Di Maria, en Neymar, en…”

martes, 17 de diciembre de 2013

Circo criollo PALABRAS REFRESCANTES Tal vez lo más conveniente fuera que, lo que sigue a continuación, no cayera en manos ni fuera leído por gente impresionable, de avanzada edad o que hubiera sufrido recientemente ataques de pánico o de cualquier otra naturaleza. Porque lo que habrá de decirse es muy, pero muy fuerte. Aunque nadie lo crea o ni siquiera pueda imaginarlo (mientras sufre, a oscuras y sin alivio, el furor de la canícula, luego de haber subido varios pisos por la escalera y de haberse lavado apenas la punta de los dedos con el agua que aún quedaba en la pava del mate), a fines de los años 30, la CHADE, es decir la empresa que proporcionaba el fluido eléctrico en la Capital, ofrecía a sus clientes, a pagar en cómodas cuotas mensuales, incluidas en la factura del servicio, la compra de ventiladores. Es decir que, la que hoy se conoce como Segba y es nacional, cuando pertenecía al perverso capital extranjero alentaba el consumo eléctrico, proponiéndole al cliente que abandonara la pantalla de la tintorería o el abanico y adoptara, para pasar mejor el verano, aquellos modernos aparatos de entonces. Esto viene a cuento no sólo por la frecuencia de los cortes de luz que se padecen hoy no bien el termómetro supera los 30º, sino por las ocurrentes palabras pronunciadas recientemente por el señor De Vido, que no por nada ejerce, desde los inicios de la gestión K, el ministerio de Planificación.Vale decir, el que tiene a su cargo el manejo del telescopio oficial, de modo de ir previendo hacia dónde se mueve el mundo, hacia dónde debería hacerlo el país, qué medidas tomar y qué inversiones hacer, de modo que los criollos estemos, como siempre, a la vanguardia de los pueblos civilizados del orbe. (Y de Marte también, si algún día se descubre que allí hay tipos como nosotros y que ya es hora de invadirlos y hacerlos pelota). El señor Julio De Vido, como genuino varón de la futurología vernácula, de las inversiones a realizar, de los planes, en fin, para que todo marche de 10, se ha molestado recientemente en acudir a la TV, no para decirles a los criollos que este verano la habremos de pasar bomba, con aire acondicionado, el freezer lleno de helados y bebidas refrescantes y los ascensores funcionando a full las 24 horas del día, para deleite de los niños y consuelo de los ancianos y achacosos que viven en los pisos altos de los consorcios, sino para todo lo contrario. Porque para lo que ha hecho un breve paréntesis en sus pesadas ocupaciones, es para advertirles que lo mejor que pueden hacer, si es que no quieren leer el diario a oscuras, perderse la telenovela y bañarse en el Riachuelo, es ni acordarse de que tienen instalados acondicionadores de aire y (no dicho pero si insinuado), que lo mejor que pueden hacer, cuando la canícula aprieta, es volver al abanico español o a las pantallitas de cartón de las tintorerías. Con lo que seguramente habrá considerado que, al menos para el resto del verano, tiene asegurado su empleo en lo que a la planificación nacional se refiere y aún tendría tiempo y lugar para ejercer ese mismo cometido en países menos desarrollados, como Alemania, Suiza o Finlandia. “Maestro –dijo el reo de la cortada de San Ignacio, luego de advertir que esa noche iba a tener que sacar otra vez el catre al patio, para poder dormir- no sabe cómo lo extraño a ese muchacho Moreno”. Y cómo le preguntaran por qué, agregó: “¿No vio lo que nos están cobrando las velas y las pilas? Al Guille eso no se lo hacían. Porque no sólo les ponía precio máximo, que se cumplía o se cumplía, sino que a todos los chinos los mandaba en cana. ¿O no?”

lunes, 16 de diciembre de 2013

EL SANDWICH DE LA VIEJITA No creo que haya habido un tiempo más triste y negativo para la sociedad argentina, que aquel de los años 30. Porque no se trataba solamente de que hubiese un montón de tipos durmiendo en la calle, o mangueando al que pasaba, o caminando por la vía con el atadito al hombro. Hoy, a tantos años de aquellos tiempos duros, recuerdo a muchos de ellos, porque los había a montones, como pordioseros sin esperanza. La mayoría eran extranjeros. Habían venido de España, de Italia o vaya a saber de dónde, con la ilusión de que aquí iban a tener laburo, un hogar, una compañera, pibes, y que, por alguna razón que, me atrevo a decir, nunca llegaron a entender muy bien, de golpe se vieron en la calle, en la miseria, sin nada y lejos, lejísimo, de sus viejos, de sus afectos, de sus pagos, de su paisaje. Yo por entonces era muy chico y lo veía todo con mis ojos de niño satisfecho, al que no le faltaba nada. Y miraba como la cosa más natural del mundo lo que pasaba a mi alrededor. A los pibes que vivían en los conventillos, que jugaban conmigo a la pelota en la calle y a los que entraban a casa a jugar. Y que acaso, supongo hoy, a tantos años de aquellos tiempos, los sorprendiese que tuviéramos auto (el único de la cuadra), o que para mi cumpleaños hubiese chocolate, sándwiches y pasta frola para todos. Por otra parte había, por entonces, algo que nos igualaba a todos, pobres y burgueses, y ese algo era la calle y el potrero. En la calle jugábamos a la pelota, a las bolitas, al ainenti, a la mancha y al vigilante-ladrón. Y en el potrero futbol de la mañana a la noche. Recuerdo que una vez, después de jugar horas y horas y cuando íbamos ganando algo así como 8 a 4, les preguntamos a nuestros rivales cuándo terminaba ese partido, ya que se acababa la claridad. Y la respuesta, de tan simple que fue, no la pude olvidar nunca: “Hasta que empatemos”. Y si no jugábamos nosotros asistíamos como espectadores al futbol de los grandes. Que lo hacían en una cancha con arcos y ellos con camisetas. Pero acaso lo más lindo fuera al comienzo de cada partido, cuando los 22 se reunían en el centro del campo y uno preguntaba: ¿Aurieli? (¿already?) Y los otros respondían: ¡Diez! (¡Yes!) Y tras cartón empezaban el partido, dirigido por algún viejo del barrio. Vivíamos por entonces en Caballito, en una casa grande, cuando el barrio estaba todavía poblado de baldíos y de calles sin asfaltar. Y por allí pasaban, viniendo de quién sabe dónde, mendigos y también algunos pobres tipos que habían perdido la razón. Unos pasaban pidiendo, otros voceando alguna cosa: ricota fresca, fruta del Tigre o dándole manija al organito. De los locos perdidos, recuerdo a aquel pobre tipo que había sido gaseado en la guerra del 14 por los ingleses, y que iba casa por casa mangueando en un estado desastroso, porque se hacía encima y olía que era un espanto. Y había otro, también desquiciado, turco o armenio por su apariencia, que caminaba rapidito y voceaba, apenas inteligible, “papa y cebolla”, “papa y cebolla”. Pero que en la bolsa que llevaba al hombro no tenía nada, absolutamente nada. Por lo que si alguna vecina distraída o novata lo llamaba para comprarle, no se detenía, antes bien, aceleraba el paso como si huyera de ella. Y cómo olvidar a Pinkas, un judío-austríaco que también había peleado en la Gran Guerra, que había sido prisionero de los rusos y que, con buen humor, le decía a todo el que lo quisiera escuchar que era “gallego”. Y esto lo sostenía, claro que en broma, porque había nacido en Galitzia, la provincia más al Este de lo que fuera el imperio austro-húngaro. Comida al paso Los pordioseros de aquellos tiempos remotos lo que más pedían era comida, simplemente porque pasaban hambre. Vivirían tirados por allí, algunos, los menos infelices, en una piecita de conventillo o en un rancho instalado en un baldío y los más a la intemperie. Pero todos galgueaban porque no tenían para comprar ni un pedazo de pan. Por lo que en casa, lo que se les daba a los que pedían, era comida y, por lo general, la que había sobrado del mediodía. Un caso que recuerdo, tal vez porque me intrigó vivamente, fue el de un tipo, joven, de sombrero y pañuelo al cuello, que llegó un día a la puerta de casa pidiendo algo de comer. Lo atendió mi viejo; hablaron largamente y luego mi padre abrió el portón de casa y lo hizo pasar. Llamó a la sirvienta y le dio algunas órdenes. Al rato reapareció ésta con un banquito y un cajón de madera que colocó en el garaje, que estaba vacío, y luego con un plato, un vaso, cubiertos, una jarra de agua y la olla del puchero. Puso todo eso sobre el cajón y lo que no cabía allí en el piso y mi viejo le indicó al fulano que se sentara y comiera tranquilo, mientras él hacía mutis por el foro. Por lo que sólo yo me quedé con él, seguramente por pura curiosidad. No se si cambiamos alguna palabra. El tipo comió a sus anchas, bebió agua seguramente lamentando que no le hubieran traído vino, tomó unos sorbos de caldo y finalmente satisfecho, se marchó, no sin antes acariciarme la cabeza y pedirme que le diera las gracias a mi viejo. A ése, no lo vimos nunca más. Pero no ocurría así con el común de los tipos que andaban por el barrio pidiendo. Algunos pasaban una o dos veces por semana, otros casi todos los días. No se les daba siempre a todos, pero mi vieja tenía una favorita, una viejita a la que no permitía que pasara por casa sin llevarse un sándwich de lo que fuera, de carne de puchero, de milanesa o del estofado del mediodía. Por lo que no faltaba nunca. Llegaba puntual, una vez por semana, mamá la atendía y era ella misma la que le preparaba el sándwich y se lo entregaba, junto con el deseo de que anduviera bien de salud y de que se cuidara, ya fuera que el frío amenazara a Buenos Aires o que el calor estuviera haciendo estragos en los porteños. Ignoro qué habrá sido de aquella pobre mujer que pasaba, tal vez semanalmente, por la puerta de casa y a la que mi madre le daba personalmente su sándwich envuelto en una servilleta de papel. Tampoco supimos nunca su nombre, de dónde venía ni dónde habrá muerto. Acaso en la calle, donde habrá dado el último suspiro, o en el hospital Durand, si tuvo la suerte de que la recogiera una ambulancia. A casa simplemente dejó de venir, dejó de llevarse su sándwich. O acaso también sus cosas mejoraron, alguien le dio refugio, un hijo, un nieto, si es que tenía, se apiadó de ella y la llevó consigo. Pero si la viejita, que vaya a saber cuándo, cómo y dónde murió, no volvió a pasar por casa, no por ello desapareció del todo. Su sándwich, el que dejó de llevarse, el que le armaba mi madre con las sobras del día, ese, subsistió, hasta hoy, cuando tampoco mi madre pertenece a este mundo y yo mismo me siento tremendamente viejo. Porque, cosas de chicos, nosotros, que éramos tres hermanos y que habíamos asistido tantas veces a aquella ceremonia del sándwich que mi madre le preparaba con sus manos a la pordiosera, lo incorporamos también a nuestro menú preferido. Y pasó a llamarse “el sándwich de la viejita”, el que se armaba con cualquier pan y con las sobras de la carne del mediodía, así se hubiera tratado de puchero, de pollo, de peceto o de lo que fuera. Y la singular supervivencia de este caso, que se remonta a los lejanísimo años 30, años de terrible mishiadura, de miles de pordioseros que deambulaban pidiendo por los barrios, es que ni siquiera morirá conmigo. Acaso el último en ver pasar a aquella anciana pordiosera y ver también cómo mi vieja le preparaba y le entregaba su sándwich de sobras. Porque esta historia sin importancia ni protagonista reconocible, la he contado, no una sino, como hacemos los viejos, cien veces, a mis hijos y a mis nietas. Y como casi todo lo que va alguna vez vuelve, aquellos años 30 de mi infancia, dulces para mi, de terror para millones, vuelven cuando alguna de mis nietas me piden que les prepare “el sándwich de la viejita”. Con lo que aquella anciana pordiosera, cuyo nombre y cuyo fin nunca supe, tiene o al menos eso espero, la inmortalidad asegurada.

sábado, 7 de diciembre de 2013

Circo criollo EL NOMBRE VERDADERO DEL RELATO Si había algo que tenía de la cabeza a muchos argentinos era eso de “el relato”. Porque aunque mencionado miles de veces por la Señora como por sus colaboradores y followers, nadie sabía en realidad de qué se trataba. Hasta el punto que algunos, absolutamente equivocados, como puede verse hoy, suponían que el tal “relato” no era más que una sanata encaminada a ocultar la falta absoluta de ideas y de propósitos claros. Pero no, hoy puede decirse, por fin, que el “relato” no es ningún invento de esos que se fabrican a las apuradas para salir del paso, sino que se trata de algo muy serio y con antecedentes muy sólidos, como que se remontan a 200 años atrás. Sólo que entonces no se lo conocía como “relato”, sino que se le daba otro nombre. Si, se lo llamaba simplemente “anarquía”. Ahora bien, ¿por qué el cambio de una palabra por otra? Porque anarquía trae a la mente el recuerdo de figuras que asustan, como la de este señor Bakunin, mientras que “relato” sabe a música, a verso, a literatura y en lugar de evocar a tipos impresentables, como el susodicho, lo ponen a uno de la cabeza recordando a El Eternauta, que andará hoy allá por los cielos, luciéndose con sus sacos cruzados y sus mocasines. Y, sobre todo, a la Señora, que anda por aquí, por Olivos, sólo empecinada en desprenderse de la odiosa estatua de Colón, pero a la que ni se le pasa por la cabeza una repartija a lo bestia de la guita. Además había tipos, como el recientemente desplazado Moreno, que con sus jugarretas estadísticas, con su pretensión de que todo el mundo fuese a comprar al Mercado Central, con su imaginativo surtido de precios congelados, sus gritos y sus amenazas, aunque no lograba ni por pasteles de dulce que aflojara la inflación y que el dólar blue se aproximara siquiera al oficial, contribuía a la confusión general acerca del verdadero significado del “relato”. Pero un nuevo equipo ministerial, presidido por el Coqui Capitanich y una simpática y oportuna huelga de funcionarios policiales en Córdoba, han permitido, por fin, poner en negro sobre blanco o sea en juiciosas letras de molde, el verdadero propósito de la política que, con tanto éxito se viene desarrollando desde hace dos presidencias y media y que no es otro que llegar al cuarto llamado consecutivo a elecciones generales en medio de un batuque generalizado. De esta manera y culminando una tarea llevada a cabo por distintos agentes del caos, como los limpiadores de parabrisas ubicados en las esquinas con su botellita de agua y su servicio ultrarrápido al compás del semáforo; los prolijos cartoneros que despanzurran las bolsas de residuos; los trapitos dueños de calles y avenidas en las que se pretende estacionar los autos; los pibes que ocupan los colegios; los piqueteros que vuelven locos a los automovilistas y, ahora también, los manteros que, con tanta gracia, ocupan las veredas de los sitios más concurridos de la ciudad con su mercadería, se ha llegado, y ya era hora, al programado desbarajuste final. Porque el saqueo de los comercios de Córdoba, en coincidencia con la huelga policial, no obedece, como se ha dicho, a una suerte de venganza contra el gobernador contrera, disimulada a través del recurso del fallo de las comunicaciones o del convencimiento de que los cordobeses debían arreglárselas solos. Nada que ver. Con eso, que derivó en un fuerte aumento de las asignaciones a los policías de la Docta y luego se repitió en otras provincias, como también era de esperar, no se ha hecho más que cerrar un ciclo y una política que no persigue otra cosa que conducir al país por los interesantes caminos de la anarquía. De la que sólo quedarán exceptuados la hotelería, Puerto Madero, un pedacito de Olivos, otro de Plaza de Mayo y la bóveda mayor, esa que se encuentra en Río Gallegos. “Maestro, dijo preocupado el reo de la cortada de San Ignacio, está por llover sopa y a nosotros nos agarra con un tenedor en la mano. ¿Me quiere decir qué podemos hacer los jubilados con la mínima para aprovechar la bolada?” “Pero si hay saqueo, vamos todos maestro. Yo voy derecho al almacén del chino con una bolsa bien grande y me cargo veinte botellas de tinto. ¿Y usted?” El reo de la cortada quedó un minuto en silencio, como pensando y al final dijo: “La verdad, que no se. Pero yo me afanaría a la china, que está buenísima”.

lunes, 2 de diciembre de 2013

Circo criollo LA NUEVA PELÍCULA A la Presidenta se la extraña. Es que aunque el nuevo equipo armado por la Señora tiene un perfil destacado y lucen como estrellas (¿fugaces?), tanto el nuevo Jefe de Gabinete, el señor Capitanich, como el ministro de Economía, el joven Kicillof, ninguno tiene el impacto sobre la opinión pública que tenían las intervenciones de la Señora por la cadena de TV. Se trataba de apariciones que la gente seguía con verdadero entusiasmo porque en ellas la Señora desplegaba todo su encanto. Hasta el punto que puede afirmarse que si, a pesar de eso, las urnas le fueron esquivas en las dos últimas elecciones, esto no se ha debido a que sus reiteradas presentaciones tuvieran “estufos” (como se decía antes) a los criollos, sino acaso a que no fueron suficientemente frecuentes, como lo reclamaba la audiencia. Pero por fortuna, el final de la convalecencia de la Señora acaso marcó el nuevo perfil que acompañará su presencia, otra vez frecuente, como el público le reclama, en el hogar de los argentinos. Porque el film, lamentablemente breve, que la talentosa hija de la Señora realizó en Olivos, está pidiendo un bis. O, mejor, una nueva realización. Porque lo que mostró en esa aparición casi fugaz, apenas recobrada de la riesgosa operación a la que fue sometida, generó deseos de nuevas presencias suyas en la pantalla chica y, por qué no, también en la grande. Porque Capitanich será la cara de las nuevas medidas encaminadas a enderezar la nave de la República, que luce sólo ligeramente escorada; Kicillof se lucirá en su gran papel de custodio del “relato”, no importa lo que haga y lo que diga, ya que para ello basta con su manifiesto marxismo. Pero la Señora es irreemplazable. Por lo que seguramente la fina directora cinematográfica en que ha devenido la hija de la Presidenta, después de cortos pero intensos estudios en el país del Norte, debería tener en mente nuevas presentaciones de la Señora, ya que se constituirán con seguridad en otros tantos golazos. Si bien no han trascendido nuevos argumentos ni cuál sería el mensaje, se le podría sugerir que no se olvide, la próxima vez, de darle cabida a Nestorcito, el flamante nietito de la Presidenta, en lugar del simpático perrito Simón. Así, mientras la Señora expone sus sustanciosos argumentos acerca de lo que sea, podría vérsela bañando al bebé en la bañaderita de plástico (no olvidar, en este caso, de hacerle verificar la temperatura del agua con el codo) o poniéndole talco en la colita. También sería de gran punch para la audiencia que, en otro corto, se la viera con su hijo y que, así como al pasar, entre una y otra mención al estado de las finanzas públicas y al repunte espectacular de las reservas, le preguntará cariñosa: ¿Y qué hiciste hoy, nene? ¿Trabajaste mucho? Por favor, no te esfuerces demasiado, que sino después te va a costar dormir la siesta. Y sería igualmente magnífico presentarla en su hotel de El Calafate, preparando tragos en la barra y cambiando impresiones con Cristóbal López y Lázaro Báez. A los que podría preguntarles: ¿Y a ustedes les parece que hay inflación? Porque aquí en el hotel la tarifa en dólares no se ha movido ni un céntimo. Lo que podría ser comentado por alguno de ellos, diciendo, por ejemplo: ¿Inflación? Pero si esto parece Suiza. A lo que el otro podría agregar: ¿Suiza dijiste? Aquí estamos mejor que en Suiza. No sabés lo que me costó el tacho la última vez que fui al banco en Zurich a alquilar otra caja de seguridad. A lo que ella podría agregar, admonitoria pero sonriente, mientras les sirve unos tragos: Ah no, en Suiza no, que acá tenemos cajas de seguridad tan buenas como las helvéticas y mucho más baratas. “Qué lástima –dijo el reo de la cortada de San Ignacio- que ya se fue este muchacho Moreno. Si no, ¿saben que película de cowboys podría haber hecho la pebeta Kirchner con su mamá y esos otros dos cosos?” “¿Y los indios?”, le preguntó un parroquiano. “¿Los indios? –repitió el reo-. Y, los indios, como siempre, seríamos nosotros”.