miércoles, 24 de junio de 2015

Zannini

Circo criollo ¿UN VICE PARA GANAR O PARA PERDER? Ya se ha hablado y escrito a mares sobre las razones que habría tenido la Presidenta de los argentinos para imponerle como vice a Daniel Scioli, que se candidatea para la Presidencia, a su secretario legal y técnico, el simpático y ultrakirchnerista Carlos Zannini. Quien, se dice, obraría a su lado como una suerte de garantía de que el hoy gobernador de la provincia de Buenos Aires y mañana con altas probabilidades de llegar a ser el Presidente de todos los argentinos, no se apartará ni un centímetro del “relato”. Y por ende, exactamente de acá a cuatro años, le entregue otra vez a la Cristina, casi sin usar, el bastón de mando que hoy ella maneja con tanta gallardía. Lo que constituye un error y de los gruesos. En primer lugar porque es bien sabido que acá, el vice, tiene menos poder que el ordenanza que sirve el café en la Rosada. Y en segundo lugar porque ya lo intentaron con Mariotto en la provincia. Y hoy a éste, que parecía capaz de comerse los chicos crudos cuando empezó su mandato y por ende, en condiciones de embarrarle la cancha al gobernador, se lo ve más mansito que un dogo de peluche ; y en tercer lugar (pero en realidad en el primero o, por mejor decir, en el único), porque la designación de Zannini como vice de Scioli tiene, como propósito exclusivo, hacer que pierda. Y si es por paliza, mejor aún. Y las razones para que la Presi busque este resultado, aparentemente contrario a los intereses del FPV, son dos y de peso. Uno, que Scioli, una vez que agarre la manija, no va a querer soltarla hasta dentro de ocho años, por lo menos. Y para entonces la Señora, que aún luce más o menos juvenil, ya estará menos apta para ser nuevamente Presidenta de los argentinos que para reemplazar a Mirtha Legrand en los almuerzos. Y la segunda razón, acaso más importante que la primera, es que tal vez en los planes de Scioli no cuente la idea de la reelección inmediata, sino que, como en su momento el matrimonio K, ya mismo esté pensando en que lo suceda su peor es nada, esto es, Karina Rabollini. Rubia, bella, simpática, sensual, elegante, discreta y aún joven, esto es, con todos los ingredientes necesarios para resultarle insoportable a la Cristina. En consecuencia la misión encomendada a Zannini no es, ni por asomo, reforzar el impulso que ya tiene Scioli para alcanzar la Presidencia de la Nación sino, todo lo contrario, reventarle esa posibilidad, cosa que nunca jamás, llegue a poner sus posaderas en el sillón de Rivadavia. De modo que tampoco pueda hacerlo, como sospecha que lo intentará, la Rabollini cuatro años más tarde. Es decir cerrándole el camino no sólo a ella, sino, acaso también, a todos los kirchneritos que vienen detrás, lo que sería imperdonable. “Yo no creo –dijo muy serio el reo de la cortada de San Ignacio, mientras revolvía su café- en las teorías conspirativas. Ahora sólo falta que digan que la Presi le impuso a Zannini a Scioli, para que pierda. Si lo quería ver perder le pone a Aníbal Fernández y chau, candidato a la olla. ¿O no?” “¿Y a usted le gusta Zannini?” –quiso saber el de la mesa de al lado. El reo de la cortada lo pensó un rato y al fin dijo: “Mire maestro, la verdad, yo hubiera preferido a Viky Xipolitakis. Pero no creo, con lo bien que le va en el “Bailando”, que esta mina hubiera agarrado”.

domingo, 14 de junio de 2015

Circo criollo UNA VIDA ENVIDIABLE

Circo criollo UNA VIDA ENVIDIABLE Aníbal Fernández no por nada es Jefe de Gabinete. A quienes se consiste en vender anteojos de sol y baratijas. Es decir aquí, hoy, el que respondió como a él le gusta, con sólidas razones, con cifras irreprochables. Porque, en efecto, la pobreza en el país es menor a la de Alemania. Lo que está a la vista. Aunque es cierto, hay algunos tipos durmiendo en la calle, lo que parecería indicar que no tienen laburo. Pero más allá de que pueda tratarse de un montaje de la oposición (como otros tantos), es indudable que aquí (como no ocurre en Berlín y mucho menos en Munich), todo el mundo, si tiene ganas de hacerlo, trabaja. Y sinó que lo digan los trapitos, los manteros, los que limpian parabrisas en las esquinas, los que hacen juegos malabares en cualquier cruce de calles, los que venden sanguches en las veredas, los cartoneros… ¡Y ni qué hablar de los pungas, que viven como reyes! Si hasta los senegaleses, no bien ponen un pie en BiEi y sin haber aprendido todavía el idioma, ya cuentan con ese magnífico laburo que consiste en vender anteojos de sol y baratijas. Es decir aquí, hoy, el que quiere trabajar trabaja y la pasa bomba, incluso los pibitos que, en lugar de perder el tiempo en la escuela o pateando la redonda o la de trapo en algún baldío, deciden voluntaria y juiciosamente contribuir al bienestar familiar laburando ocho o diez horitas en algún tallercito, de esos que proveen de excelente material a La Salada y a las saladitas que luego se desplegarán por las veredas de la urbe. Con qué satisfacción, día pasados, desplegaron una bandera, la del “Sindicato de vendedores libres”, quienes habían tendido sus trapitos, juiciosamente colocados sobre papeles, en la vereda de Rivadavia y Avenida La Plata. Libres si, como los pajaritos, esto es, sin patrones, sin horario, sin obra social, sin jubilación, sin días feriados, sin nada en fin, más que lo que les pueda dejar la venta del día. Que deberá alcanzarles para comer, para pagar la pieza, para mandar los pibes al cole, para la tele, para el celular, para... “Y yo –masculló el reo de la cortada de San Ignacio, mirándolos con envidia a través de la ventana del café en el que estaba tomando un cortado-, como un gil, como un otario de cuarta, laburando durante más de 30 años, para no tener hoy más que una piojosa jubileta”. “Mire –le recordó el vecino de mesa- que hoy hay muchos que apoliyan en la vereda”. El reo lo miró un rato y luego agregó, con bronca: “Esa es otra puñalada que me da la vida. Yo nunca pude dormir en la calle. Lo más, en pleno verano, ¿vio?, tiraba el colchón en el patio, aunque la patrona me tirara la bronca. Pero apoliyar en la vereda debe ser lo máximo”. ¿O no, Aníbal?

martes, 28 de abril de 2015

Circo criollo UN DUO ESPECTACULAR

La Argentina es un país muy afortunado, ya que no sólo está viviendo un presente maravilloso sino que, a la hora de señalar figuras destacadas, de esas que lo tienen todo, carisma, simpatía, inteligencia, no tiene una sino dos realmente extraordinarias. Que se agregan, claro está, a las ya consagradas: la señora Presidenta y su hijo Máximo. Y aquellas no son otras que la vedette y bailarina Viky Xipolitaki (la griega) y el jefe de gabinete, Aníbal Fernández. Lo de Viky es maravilloso, aunque cabe tener en cuenta que a su talento lo ayuda también su bien trabajada figura que, vista de atrás, hasta podría calificarse de exuberante y pulposa. Pero lo del señor Fernández es aún mayor si se tiene en cuenta que nada lo ayuda: ni su porte, ni su lenguaje, ni su educación, ni su historia. Nada y, sin embargo, ha llegado a ser el Jefe de Gabinete de la Señora, así como Viky llegó al Bailando y la rompió. Sin embargo existen circunstancias, elaboradas por él mismo, que explican ese súbito empinamiento y la buena fama que se ha ganado en los medios oficiales donde, de ser uno más pasó, casi de un día para otro, a ser la figura, el irreemplazable, el tipo que todo lo puede. Y ese día no fue otro que el siguiente a la aparición del fiscal Nisman con un tiro en la cabeza. Porque cuando todo parecía reducirse a saber si había sido suicidio o asesinato (la Cristina se inclinó inicialmente por la primera de estas posibilidades) Aníbal, el más rápido de todos, el visionario, el que marca el camino, el que ve lo que va a pasar, no se detuvo en algo tan superficial como eso. Con sencillez, pero con una claridad digna del bronce o de participar, también él, del Bailando, dijo, luego de lamentar que el fiscal ya no estuviera entre nosotros, algo que nadie se había atrevido a decir hasta entonces. Pero que luego fue confirmado por quienes tendrían a su cargo la evaluación de lo que había dejado escrito el fiscal, Y que, para algunos malpensados, era el motivo que habían tenido para asesinarlo. Fernández, haciendo caso omiso de esas dramáticas circunstancias, que tan mal podían dejar al gobierno de la Señora dijo, así, simple pero rotundamente, como quien sabe de lo que habla, que el occiso, esto es, el doctor Nisman, debió haber estado borracho cuando escribió su lapidario informe sobre aquel viejo acuerdo con Irán y su vinculación con el atentado a la AMIA. Cuando el Aníbal dijo eso, era un ministro más del Gabinete de la Señora. En cambio hoy y no por casualidad, es el number one, ya que en tiempos tan tempranos como aquellos, cuando todo era barullo y hasta se temía que el deceso aún no bien explicado del fiscal y su despiadado informe, pudiesen poner en peligro al gobierno de la Señora, el Aníbal salió con su explicación ganadora y definitiva. Y desde entonces y seguramente no por casualidad, parece que ya importa menos si se mató o lo mataron. Lo verdaderamente importante es que el occiso debía estar en curda cuando escribió lo que escribió. ¡Si señor! Y por ende, vaya a saber en qué pasos andaría (minas, guita en el exterior, amistades non sanctas), cuando él mismo u otro (lo mismo da), optó u optaron por meterle el chumbo en la testa, aunque estuviera rodeado de custodios. Por eso y con toda razón, el Aníbal, un ministro más conocido por sus exabruptos que por sus aciertos, pasó a ser algo así como el Gardel del equipo de la Señora y el funcionario con mayores posibilidades futuras. Algo en lo que seguramente ni él mismo soñaba cuando se desempeñaba en su natal partido de Quilmes como intendente. Y mucho menos cuando debió huir del acoso de la Justicia escondido en el baúl de un auto. Pero así son las cosas en este país que, como se ve, está lleno de posibilidades, tanto para Viky Xipolitaki como para Aníbal Fernández. La primera por su físico espectacular y su desenfado inocente. Y el segundo porque no se dejó impresionar por la muerte del fiscal y fue directamente al grano, a lo que importa. Es decir, no es un gil, a él los muertos no lo asustan sino lo que dejaron escrito. El reo de la cortada de San Ignacio vació el pocillo de café, luego se tomó la ginebra de un sorbo (ese día seguramente había cobrado la jubileta) y, tras pensarlo un rato, le dijo al tipo que tenía al lado: “Maestro, qué tipo talentoso este Fernández. Y qué lástima que, cuando termine este gobierno, sólo le va a quedar la presidencia de Quilmes, que no va a salir campeón ni el día del arquero. Mire, si yo fuera Tinelli, ya lo estaría apalabrando para que fuera pareja de la Griega en el Bailando. Fija que esos dos, juntos, le llevan el reitin hasta quién sabe dónde”. El vecino de mesa, que estaba leyendo un diario, lo atajó, cuando el reo ya se había puesto la gorra y se preparaba para irse y le dijo: “Jefe, ¿vio lo que salió acá? La griega se muda a la torre Le Parc, donde apareció muerto el fiscal”. El reo detuvo por un momento su marcha hacia la salida del boliche y luego dijo: “Siga leyendo, maestro. Seguro que el que le salió de garante a la mina, fue Aníbal Fernández”.

viernes, 20 de marzo de 2015

Mi viejo

 MI VIEJO 

Ya conocieron a mi abuelo Pablo, a mi tía Clelia y a mi hermano Sergio. Es hora entonces de que también conozcan a mi padre, Pablo Della Costa (1884-1950), diplomático y poeta. Publicó varios libros, Versos 1915, Aquel lunar, Una vaga ausencia y otros. Y dejó, fechándolo en 1942, uno que no llegó a ver impreso y que tituló Misantropía. De este libro, no editado, les doy a conocer algunos poemas. LA RESPUESTA. Esta noche, alma mía / siento que es tarde ¡tarde!... cuando regreso a casa, malogrado mi día / como si el Sol ya nunca más debiera / recortarse en la sombra que pasa / muda… lasa… (¿Y si así fuera?...) Cruzo la calle que nunca / supo no estar neblinosa y desierta; marcho a lo largo, a lo largo de un muro / que se trunca / de súbito, sin ventana ni puerta, / ante un baldío oscuro; - y allí en el fondo / y desde el fondo, / junto a un brasero rojo / en el que guisa un comistrajo hediondo, / una bruja vieja me jita mal de ojo! / Paso temblando. Y tras de mi paso / irrumpe del hueco / un perro picazo, / que en el barro seco / rasguea el rastrero rumor de sus uñas, / como mil peligrosas garduñas; / un perro picazo / que al salir del hueco / era un perriquito y ahora es un perrazo / que llena la calle y el eco, / piedras y terrones / trae su hocico de baba fosforescente / hasta la pavura fluyente / de mis electrizados talones! / Atravieso la acera / frontera. / Llegando, en la tapia muy blanca diviso / un bulto acurrucado que se mueve indeciso / ante un resplandor raro, color de aluminio… / Mi cuita importuna / me arrastra pacato / y un cruel vaticinio / me espera; / de abajo hacia arriba, la cola de un gato / como una sierpe ante una / calavera--- / (¿Y si así fuera?) / ¡Abajo la vista! / Sugestión de las cosas del cielo / no hay quién la resista…/ Más vale ir mirando los yuyos del suelo, / tal un fabuloso herborista / que buscase la flor de sedante fragancia / propicia a estos nervios, que tengo / hechos unos trapos. / Pero me detengo. / ¡Oh repugnancia! / ¿no estaré pisando sapos, sapos, sapos?! /(Ah!... si esta fuese toda / la suspirada filosofía / del camino… / Si el pie que se enloda / ahondando la vía / que el burro cansino / pudrió con su estiércol y holló con su casco / no tuviera al regreso otra lumbre / que la incertidumbre…/ ¡ni otra excusa de andar, que la del asco!..) / ¡Tal fuese, por el Diablo!... Y que esos bultos / que allá en el vano de un portal ocultos / me acechan cautos, fuesen / temederos / bandoleros / que al encuentro me saliesen. / Y ellos, tres y yo, cuatro criminales… / la solución enfática / nos procurásemos de nuestros males: ¡los cuatro tiros de mi automática, / por las tres lamas de sus puñales! / Después de tanta alerta, / mi camino desierto / me llevará a mi puerta, / sin humillar a un vivo ni estrangular a un muerto./ ¡Cómo es cierto / que es trivial / el propio umbral, / si lo pasamos sin capricho / ni inquietud,/ como pasa natural / por la boca del nicho / el ataúd… / Bostezo. Juega la llave, / cede el cancel / gime el herraje reseco y cabe / la puerta negra, brilla un papel… ¡Ánima infiel, / de tu propia impaciencia desatentada y harta: / deshójate en albricias y tu penar concluya;/ Dios mío, es una carta, es una carta tuya!.. SOLEDAD Soy una sombra triste… / si obedeciera a mi alma, / yo iría en la alta noche, /  envuelto en negra capa / a espiar los fuegos fatuos / que de las viejas tumbas se levantan. Soy una sombra triste… /  al pie de una maldita / higuera centenaria / cavaría una fosa / con una rota lacerante espada. / Soy una sombra triste… / Si obedeciera a mi alma / dejaría en la fosa / mi corazón que sangra / y al nuevo sol, el mundo / vería sin asombro mi fantasma. / Soy una sombra triste / desde que tú me faltas… UN ENFERMO. Esa inquietud final que a usted le acosa / se llama, amigo, neurastenia ansiosa. / A uno le da por creerse interesante, / le afligen los ajenos pareceres, / vive en una autocrítica pedante / y toma muy en serio a las mujeres…./ Si aspira usted a preservar su vida / amigo, cambie de aire y de querida.  

lunes, 23 de febrero de 2015

GRACIAS FRANCIA, GRACIAS

  GRACIAS FRANCIA, GRACIAS  Alguna vez me pregunté, mientras me hacía la rata en el Rosedal, de dónde podría venir ese nombre para tan bella costumbre. Cuando ni las ratas ni los ratones y mucho menos las lauchas, podían incurrir en placer semejante, dada su vida ajena al estudio y al colegio. Y la respuesta la recibí en el cine, viendo una película francesa, allá por los años 50, vaya a saber en qué sala perdida del barrio. Jean Gabin, aquel gran actor francés, estaba, en aquella vieja ficción cuyo nombre no recuerdo, a las puertas del viejo mercado de Les Halles. Y fue entonces que, dirigiéndose a otro personaje (creo que a una bella mujer) dijo, refiriéndose a vaya a saber qué otro tipo que debía estar allí pero que no estaba, que éste se había raté (o sea piantado, escondido vaya a saber dónde).  Así fue que descubrí, en aquellos tempranos años, que el argot criollo no se compone solamente de palabras vulgares originadas en Italia o en España y que, mucho menos, responden sólo al ingenio local. Y, más adelante, hurgando en las cifras de aquellos años de fuerte inmigración, esto es, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, confirmé que italianos y españoles eran los que habían hecho punta, pero que terceros –aunque lejos de aquellos dos- se encontraban los franceses. Lo que explica, entre otras cosas, que Berthe Gardés, madre soltera, seducida, allá en Toulouse, por el hijo del patrón de la casa de planchado en la que trabajaba, hubiera decidido venirse para aquí, con su crío de tres años, Carlitos, poniendo así distancia con sus vecinos, que vaya a saber qué dirían de ella, aunque cabe imaginarlo. (Es bien sabido que la gente es mala y comenta). Lo que también se sabe de aquellos años de fuerte inmigración, esto es, entre 1880 y 1910, es que la mayoría de los emigrantes eran varones. Porque la idea de gran parte de ellos no era otra que conseguir un buen trabajo, ahorrar y volverse con aquellos pesos fuertes con que se pagaba por entonces en la Argentina, para continuar su vida en el terruño. Sabemos, por nuestros ancestros, que en la mayoría de los casos no fue así. Pero también sabemos que aquel alud de varones jóvenes y sin pareja, requerían de los servicios profesionales de mujeres que les dieran alivio sexual, cuando tuvieran suficientes billetes para pagar. Y también se sabe que muchas de esas casas (o quilombos, en el decir nativo), eran regenteados por franceses y francesas y que también lo eran muchas de sus pupilas, como bien lo marcan algunos tangos (Madame Ivonne, Francesita). En consecuencia qué hay de raro que muchas de las palabras usadas entonces, para referirse a las chicas o al mismo acto sexual, tengan aquel origen, como también lo tienen ciertos tangos. Ya que en algunos de esos lugares también se hacía música, hasta el punto de que allí, en los prostíbulos, nació –se dice- el dos por cuatro. Y algunas letras de aquellos lejanos tiempos parecen confirmarlo. Como aquella que decía: “Bartolo tenía una flauta, con un agujerito solo, y la madre le decía, tocá la flauta Bartolo”. En consecuencia es más que posible que el verbo con el que se designa al acto sexual, en el lunfardo porteño, provenga de una frase que habrá sido repetida miles de veces por las prostitutas de origen francés. Es decir que aquel verbo haya derivado del “voulez vous coucher avec moi?” (¿quiere usted acostarse conmigo?). Y es más que probable que no sólo esa palabra haya nacido en el lupanar, sino asimismo esta otra: franelear. Ya que no todos los clientes de aquellos sitios concurrían con el propósito de consumar una relación sexual (que costaba dinero), sino que se entretenían mirando y, cuando podían, tocando también a las pupilas. O sea perdiendo el tiempo, como los vagos,  lo que en francés se conoce como flaneurs. De donde seguramente derivó “franelear”, verbo lunfa que hoy no sólo tiene connotación sexual, como la debe haber tenido en su origen. Y lo mismo debe haber ocurrido con el término “mina”, que nada tiene que ver con la minería sino con el francés “mine”, término que significa “cara” o “semblante” y que se aplicaría a las chicas bonitas o atractivas del lupanar, para luego alcanzar a casi todas las mujeres, salvo a la mamá y a la hermanita. Y de igual origen es fifí, que de significar “chiquito” entre los galos, pasó a ser aquí el tipo al que le gustan más las pilchas que el arroz con leche. Y también bataclana, que viene del famoso teatro de revistas francés Ba-Ta-Clan. Y rastacuero, del franchute rastaquoère, término que designa a los que hacen alarde de su fortuna. Y lo mismo puede deducirse de griseta que, así se llamaba entre nosotros a la jovencita que ejercía la libertad sexual, mientras que, en francés (grisette), designa simplemente a la modistilla, aún a aquella que no dio el mal paso.  En resumen, que el paso de franceses y francesas por aquel país de maravillas que se estaba acunando a fines del siglo XIX y comienzos del XX, fue por demás rendidor: ayudaron al crecimiento de la Argentina, nos dejaron a Gardel (el cantor más grande de todos los tiempos) y un montón de palabras sin las cuales este país, hoy, no sería el mismo.  

martes, 27 de enero de 2015

LARGAS, FINAS, NACARADAS

 Circo criollo  LARGAS, FINAS, NACARADAS  Confieso que fui uno de los millones de argentinos que el lunes 26 de enero asistió, embelesado, a la larga alocución de la señora Presidenta (una hora casi exacta), por la cadena nacional. Y confieso también que si alguien me preguntara acerca de lo que dijo, debería confesar que no recuerdo ni una palabra. Y esto no se debió a problemas técnicos o a que yo estuviera distraído, tal vez prestando atención a alguna otra cosa o persona. En absoluto. La transmisión fue maravillosa, como siempre (lo que incluye a la señora que traduce las palabras de la Presidenta a los sordomudos), a pesar de lo cual no puedo recordar qué fue lo que dijo ni, mucho menos, para qué recurrió a la cadena. Lo que pasó (y sólo ahora lo entiendo) es que quedé deslumbrado, no por la alocución, que sin duda fue magnífica, sino por un detalle extraordinario de su presencia en la pantalla. No esta vez su atuendo (de blanco inmaculado y que destacaba su figura, aún sentada en la silla de ruedas); tampoco el color de su pelo, negro como la noche, ni su peinado, o el arreglo de sus ojos o la expresión tan carnal y atractiva de su boca; no, nada de eso. Lo que me hizo perder el hilo y los detalles, seguramente sabrosos, de su mensaje a los argentinos, fue algo que me dejó embelesado y seguramente no sólo a mí.  Me refiero, aunque quienes estuvieron esa hora de su vida frente a la TV para beber las palabras de la Señora ya lo habrán adivinado, a sus uñas. Porque no se trataba de unas uñas cualquiera, coloreadas o no, limpias o sucias, largas o cortas; no, esas diez uñas de esos diez magníficos dedos, habían sido trabajadas por un verdadero artista (del que lamentablemente la Señora olvidó dar el nombre); estaban todas perfectas, nacaradas, largas, agudas, con el brillo que da el lustre de un profesional. Y ella movía las manos o las dejaba quietas sobre su regazo o tomaba un papel y las uñas refulgían como un faro en la oscuridad, hasta el punto (y ese es precisamente mi caso), de superar la atracción que ejercía su discurso y eso, a todo lo largo de la transmisión. Por lo que, nuevamente lo confieso, no puedo juzgar lo que dijo, ya que esas uñas agudas, delicadas, perfectas, que asomaban de sus manos y que superaban todo lo que pudiera decir, conforme fueran de aquí para allá, me lo impidió. Creo, no obstante, que dadas las circunstancias espantosas bajo las que habló, habrá dicho lo que todo el mundo esperaba que dijera. Esto es, habrá dado sus sentidas condolencias, en nombre propio y de su gobierno, que no supo protegerlo, a la familia del fiscal Nisman, habrá prometido castigar a los culpables, le habrá dado el olivo al increíble colaborador de su gobierno que andaba de parranda con los iraníes y habrá prometido –por fin- que habrá de tomarse en serio el caso aún irresuelto de la AMIA, para hacerles pagar a los culpables, con cárcel y cadenas, sus horribles fechorías. Pero nuevamente me disculpo. La vi pero no la escuché. A lo largo de toda esa hora del domingo y a pesar de que por los canales no sujetos a la cadena oficial pasaban futbol y que, haciendo zapping,  acaso sorprendiera a Gardel en “El día que me quieras”, me quedé, firme como verruga en la pera o como rulo de estatua, admirando, durante una hora completa, sin interrupción alguna, esas magníficas uñas, trabajadas indudablemente por un artista que acaso cobre en dólares o en euros. Las que tal vez, lo admito, no sean las uñas de una trabajadora, de una señora que amasa los ravioles ni que le cambia los pañales al nieto, pero si de una Presidenta. O, para hilar aún más fino, de una Presidenta de los argentinos en momentos tan magníficos como los que nos toca vivir. Cuando terminó la alocución de la Señora fui al Margot, donde me estaba esperando el reo. “¿La viste?” –fue lo primero que le pregunté. “SI –me respondió-. “¿Y le viste las uñas? ¿Magníficas, no?” “Te confieso –me respondió entonces el reo con un hilo casi de voz- que yo siempre quise tener las uñas largas, pero nunca pude”. “¿Por qué?” – le pregunté. “Y por qué va a ser –me respondió el reo-. Me las comía. Te digo más –mintió, porque siempre lo conocí más bien gordito- a veces, era lo único que tenía para morfar”.    

domingo, 25 de enero de 2015

SE VIENEN TIEMPOS DUROS

 Circo criollo  SE VIENEN TIEMPOS DUROS  Cuando la señora Presidenta habló por primera vez del caso Nisman dijo que el fiscal se había suicidado. Y no se equivocaba ni un cachito, tenía la justa. Pero lo que pasó fue lo siguiente: los incompetentes que fueron a matarlo y en los que se confió para que la cosa pareciera que el fiscal se había quitado la vida, hicieron las cosas terriblemente mal y, debido a eso, constatado que lo del suicidio era más trucho que una moneda de un peso veinte, la Señora debió corregir su primera declaración y de allí que hoy se hable de asesinato. Aunque, a decir verdad, los que también colaboraron con este lamentable epílogo, fueron los de la revista Noticias. Quienes le hicieron un reportaje que fue tapa del ejemplar del 17 de enero último, con este titular: “Alberto Nisman” “Secretos del fiscal que quiere condenar a Cristina”. ¿Cómo se les ocurrió titular así? Eso y poner en marcha la orden de ejecución, debe haber requerido nada más que un telefonazo. Pero acaso lo peor de todo fue que, ahora, los servicios están como locos. El periodista del Herald que fuera el primero en denunciar el caso, se tuvo que rajar a Israel donde, si no lo alcanza un misil palestino, vivirá feliz durante muchos años. El problema, no obstante, continúa para los que no tienen más remedio que quedarse en el país. Los cuales, a partir de ahora, es recomendable que tomen todas las precauciones antes de cruzar la calle o de subir a la terraza a tender la ropa. Porque unas migas de esperanza surgieron al declarar la jueza que se hizo cargo del caso, que no hay que descartar aún la teoría del suicidio. Y que en consecuencia el fiscal Nisman le pidiera prestada la pistola a su amigo Lagomarsino, no porque tuviera miedo de que lo amasijara la custodia, sino para terminar él mismo con esa angustia. O, por qué no, debido a que habría observado que los encargados de cuidarlo le prestaban más atención a las minas que entraban y salían de la torre, que a su persona, por lo que salvo que el asesino les anunciara su propósito, podía ingresar al edificio con una kalashnikov sin que los guardianes de su salud le preguntaran siquiera adónde se dirigía. Ahora bien ¿cómo termina esta historia? De la mejor manera, sin duda alguna. El quilmeño sutil, esto es, Aníbal Fernández, ya adelantó su parecer: el fiscal Nisman sólo escribió “burradas”. Tanto, que hasta tal vez suponga que se las escribió otro, vale decir que mientras Nisman cobraba 100 lucas por mes para laburar como fiscal, acaso le daría 10 o tal vez 15 a algún empleado de farmacia para que le escribiera los informes. En otras palabras, aunque es una pena, bien está que haya fallecido, ya que no era más que un ñoqui. Por lo que de aquí en adelante ocupará su lugar un pibe de la Cámpora que vive frente a la Facultad de Derecho, recomendado por Máximo. En el Margot un tipo que estaba sentado con otros cuatro o cinco alrededor de una mesa, se levantó y pidió a toda la concurrencia un minuto de silencio por el fiscal Nisman. Con lo que consiguió que casi todos se callaran. Pero no todos, porque el reo de la cortada siguió hablando con otro veterano, como si no hubiera oído nada. “Maestro –lo increpó el fulano que había pedido el minuto de silencio- ¿usted no se suma a este homenaje que le queremos hacer al fiscal Nisman?” El reo lo semblanteó unos segundos y luego le preguntó: “¿Jefe y quien me dice que a usted no lo manda la Cristina y mañana cierran el Margot y yo me quedo sin la jubileta? ¿O se cree que yo también soy un otario?”        

viernes, 16 de enero de 2015

LA CINCUENTA Y SIETE

 LA CINCUENTA Y SIETE 

(Ya va siendo hora de que también conozcan a mi hermano Sergio (1925-2014). Era médico y escribía. Acá va una de sus historias, que parece tener mucho de autobiográfica). Ortiz rió estrepitosamente. -No te rías como un histérico –dijo Carlini. -No es histeria, es espontaneidad –replicó Ortiz. Estaban sentados alrededor de la mesa, discutiendo el caso de “la 57” con el Jefe y su amigo, el rusito Gelberg. -Bueno, cálmense- dijo el Jefe-. Lo primero que tenemos que hacer es saber si la vieja es o no, quirúrgica; después hablaremos de la técnica y de la oportunidad. -Que es quirúrgica, no hay ninguna duda –dijo Ortiz y los otros asintieron. -¿Pero, operarla?...-preguntó Gelberg. Y se contestó con su poderosa voz de barricada: -Hace treinta días que está acá, tirada en la cama… -Sí, ya sé. –Ortiz se movió, medio se levantó-. Yo no digo que no haya riesgo; sí que lo hay, pero tenemos que afrontarlo… -Con la vida ajena… -intercaló Carlini, despacito. -Te diré una cosa –replicó Ortiz- si fuera mi madre, haría que la operaran. -Pero es que vos sos medio loquito. –Carlini se levantó, sonriendo con sorna. El Jefe, colorado, gordo, frunció el ceño. -Yo también pienso que si usted la operara, la mata de una peritonitis. –Se levantó él también-. Vamos a ocuparnos un poco del Consultorio Externo. -Vamos. –Gelberg hizo hacia Ortiz un signo con las cejas y, cuando los otros se fueron, agregó: -A estos dos, no creo que los convenzas nunca… Al volver a casa, guiando nerviosamente su “monstruito verde”, a Ortiz le daba vueltas una y otra vez al problema. Y, abstraído, casi le saca un guardabarros al coche de un señor que lo miró con ojos feroces. –¿Por qué será que siempre me tocan jefes así? Desde que vino la Gorda a la Sala, les insisto a todos y a cada uno que hay que operarla. Y nada, vacilan, vacilan y vamos a perder el tren. Aceleró con rabia. –Este coche podrido no pica nada. ¿Por qué estaré rodeado de tarados?  El viento le llevó polvo a los ojos. -¡Maldición! Entró el coche al garaje, le hizo una mueca al encargado y subió la escalera de los departamentos. Su mujer había salido. Tal vez pensó ella que no llegaría hasta después de las 11 y se demoró en las compras. Ortiz buscó el diario, se sentó en la cocina, las noticias del mundo le llenaron los ojos, pero no lo llevaron muy lejos. La Gorda le bailoteaba entre líneas, los compañeros de la Sala le hacían gestos de duda… Tiró el diario, fue al living, miró la pared blanca del vecino, se sentó, se levantó… Al fin escuchó la llave en la cerradura y Juanita entró con algunos paquetes en la red de nylon. -Hola, ¿hace mucho que llegaste? –lo besó-. Tenés que esperar, ya pongo los fideos. Dinámica, se deslizó con los patines por el living y entró luego en la cocina. Ortiz la siguió para escuchar las incidencias del día y le hizo preguntas adecuadas para mantener la conversación. Pero no sirvió. –Soy un tarado –se dijo-. ¿Para qué preocuparme? Yo no soy el que decido, que se vayan todos al diablo. Al otro día llegó temprano a la Sala. La secretaria, sentada frente a su escritorio, conversaba con uno de los mediquitos de la nueva ola; le contestaron apenas el saludo y siguieron con lo suyo. Dio una vuelta por entre las camas: no había novedades; a la Gorda apenas la miró, pasó por el Consultorio Externo y atendió un rato; una enferma le pidió la dirección de su consultorio y él le contestó: -La Sala, aquí nomás –pero sonrió halagado. La mujer insistía. –Usted va bien, no necesita verme más, ande con las vendas un par de semanas y después las tira… Se hicieron las 9 de la mañana. El Jefe y otros médicos habían comenzado la recorrida. Ortiz se plegó a ellos por la mitad, cuando cabildeaban en torno a la Gorda. No dijo nada al principio, pero al fin no aguantó más y repitió toda su argumentación ante todos los que quisieron escucharlo; se puso cada vez más nervioso; los otros asentían o disentían, con poco interés. Pasó la revista, cada cual se fue a lo suyo. Los viejos a tomar café y hablar de política… Antes de irse fue a ver la lista de operaciones para el día siguiente. El Jefe estaba en uno de los sillones, con gesto preocupado. -¡Cómo! –se admiró Ortiz-. ¿No la pone a la “57”? -Mire, doctor –le contestó el otro- ¿quiere jugar cincuenta mil pesos a que si la opera, la mata? -Pero doctor, no vamos a jugar con la vida de los enfermos… El Jefe agregaba leña, discutieron, el Gordo estaba cada vez más rojo, intervinieron los otros… El patrón se fue- Moroni, uno de los viejos, le dijo: -Pero che, ¿no sabés que el Jefe tuvo una opresión precordial esta mañana y se hizo un electrocardiograma? -Uh –hizo Ortiz- no sabía nada. ¿Y qué resultado dio? Moroni hizo un gesto con la cabeza. –Clavado que tiene una isquemia, pero como el patrón de eso no entiende… No se si lo convenceremos para que haga un poco de reposo. Al día siguiente Ortiz se enteró por la secretaria: el Jefe no vendría al menos por una semana; Ovando se encargaría. Lo fue a ver y, en cuanto pudo, le llenó la cabeza de argumentos, hasta que el otro se lo sacó de encima diciéndole que pidiera nuevos análisis y radiografías. Al fin, una semana más tarde, Ovando reunió a los médicos y replanteó la cuestión.  -Yo ejerzo la jefatura por poco tiempo y, como no se me subieron los pajaritos a la cabeza, quiero que opinemos todos sobre el caso de “la 57”. Carlini se opuso a la operación; Míguez y Julián, los dos más técnicos de la Sala, apoyaron a Ortiz. Él resumió: -Puede morir de insuficiencia cardiorrespiratoria durante o poco después de la operación, pero dejarla tirada, dejando que se consuma… A las 11 Ovando hizo la lista para el martes, puso a Ortiz de cirujano y él mismo se colocó de ayudante. Al abandonar la Sala Ortiz se encontró con la hija de la Gorda, que le sonrió tímidamente; él le explicó el caso lo mejor que pudo; ella asentía. Le dijo: -Doctor, yo tengo confianza en usted. -Y también en Dios –terminó Ortiz. Hacía 10 días que no dormía a gusto, pero esa noche dio tantas vueltas, que al fin Juanita le dijo algunas inconveniencias y pelearon un poco. A las 6, ya estaba de pie; llegó más temprano que nunca al hospital; hizo varios chistes con el personal de la sala de operaciones; fue, volvió, se impacientó esperando al anestesista, hizo venir a la enfermera, le disecó una vena a la enferma para que comenzaran a pasarle sangre y tener seguridad, por si las cosas se ponían feas… Poco después llegó el resto del equipo. Ortiz reía, nerviosamente; se lavaron, se vistieron, la operación comenzó. A las 10, la Gorda estaba medio azul. El anestesista sugirió que se apuraran, pero habían llegado a un punto desde el que no podían retroceder. A las once y cuarto terminaron; la enferma respiraba mal; aspiraron secreciones, vino el cardiólogo, casi todos opinaron, acordaron una traqueotomía. A Ortiz le dolían los pies, el lumbago le molestaba; abrió la tráquea, colocó la cánula, oxígeno, más oxígeno. ¿Y si le hiciéramos esto? ¿Y lo otro? La Gorda estaba mal. Ortiz se desvistió, fue a la sala de espera, un hermano de la enferma le preguntó. El, con voz medio estrangulada, le explicó que el shock…  que había que esperar… Fue a la sala de médicos, fumó un cigarrillo, volvió al quirófano: la enferma seguía azul… Se hizo la una de la tarde, ya no había qué hacer. Todos estaban cansados. Decidieron llevar a la paciente a la cama. Diez minutos después, fallecía. Dejaron entrar a los parientes, pero la hija no entró. Lloraba, gritaba: -Yo creía que el doctor Ortiz la iba a salvar, yo tenía confianza… Ortiz se fue, despacio, a buscar su coche. Uno de los hijos lo llamó, lo alcanzó, le dijo que ellos no querían que le hicieran la autopsia; le dio la mano, le dijo que él entendía que habían hecho todo lo posible… Ortiz lo miraba sin ver. Se fue con las manos en los bolsillos… Esa noche durmió nueve horas de un tirón. Otros problemas vinieron, se resolvieron de una u otra manera… Pero, algunos meses después, comentando casos “bravos”, su amigo Gelberg le preguntó: ¿Te acordás cuando mataste a la 57?