miércoles, 24 de junio de 2015

Zannini

Circo criollo ¿UN VICE PARA GANAR O PARA PERDER? Ya se ha hablado y escrito a mares sobre las razones que habría tenido la Presidenta de los argentinos para imponerle como vice a Daniel Scioli, que se candidatea para la Presidencia, a su secretario legal y técnico, el simpático y ultrakirchnerista Carlos Zannini. Quien, se dice, obraría a su lado como una suerte de garantía de que el hoy gobernador de la provincia de Buenos Aires y mañana con altas probabilidades de llegar a ser el Presidente de todos los argentinos, no se apartará ni un centímetro del “relato”. Y por ende, exactamente de acá a cuatro años, le entregue otra vez a la Cristina, casi sin usar, el bastón de mando que hoy ella maneja con tanta gallardía. Lo que constituye un error y de los gruesos. En primer lugar porque es bien sabido que acá, el vice, tiene menos poder que el ordenanza que sirve el café en la Rosada. Y en segundo lugar porque ya lo intentaron con Mariotto en la provincia. Y hoy a éste, que parecía capaz de comerse los chicos crudos cuando empezó su mandato y por ende, en condiciones de embarrarle la cancha al gobernador, se lo ve más mansito que un dogo de peluche ; y en tercer lugar (pero en realidad en el primero o, por mejor decir, en el único), porque la designación de Zannini como vice de Scioli tiene, como propósito exclusivo, hacer que pierda. Y si es por paliza, mejor aún. Y las razones para que la Presi busque este resultado, aparentemente contrario a los intereses del FPV, son dos y de peso. Uno, que Scioli, una vez que agarre la manija, no va a querer soltarla hasta dentro de ocho años, por lo menos. Y para entonces la Señora, que aún luce más o menos juvenil, ya estará menos apta para ser nuevamente Presidenta de los argentinos que para reemplazar a Mirtha Legrand en los almuerzos. Y la segunda razón, acaso más importante que la primera, es que tal vez en los planes de Scioli no cuente la idea de la reelección inmediata, sino que, como en su momento el matrimonio K, ya mismo esté pensando en que lo suceda su peor es nada, esto es, Karina Rabollini. Rubia, bella, simpática, sensual, elegante, discreta y aún joven, esto es, con todos los ingredientes necesarios para resultarle insoportable a la Cristina. En consecuencia la misión encomendada a Zannini no es, ni por asomo, reforzar el impulso que ya tiene Scioli para alcanzar la Presidencia de la Nación sino, todo lo contrario, reventarle esa posibilidad, cosa que nunca jamás, llegue a poner sus posaderas en el sillón de Rivadavia. De modo que tampoco pueda hacerlo, como sospecha que lo intentará, la Rabollini cuatro años más tarde. Es decir cerrándole el camino no sólo a ella, sino, acaso también, a todos los kirchneritos que vienen detrás, lo que sería imperdonable. “Yo no creo –dijo muy serio el reo de la cortada de San Ignacio, mientras revolvía su café- en las teorías conspirativas. Ahora sólo falta que digan que la Presi le impuso a Zannini a Scioli, para que pierda. Si lo quería ver perder le pone a Aníbal Fernández y chau, candidato a la olla. ¿O no?” “¿Y a usted le gusta Zannini?” –quiso saber el de la mesa de al lado. El reo de la cortada lo pensó un rato y al fin dijo: “Mire maestro, la verdad, yo hubiera preferido a Viky Xipolitakis. Pero no creo, con lo bien que le va en el “Bailando”, que esta mina hubiera agarrado”.

domingo, 14 de junio de 2015

Circo criollo UNA VIDA ENVIDIABLE

Circo criollo UNA VIDA ENVIDIABLE Aníbal Fernández no por nada es Jefe de Gabinete. A quienes se consiste en vender anteojos de sol y baratijas. Es decir aquí, hoy, el que respondió como a él le gusta, con sólidas razones, con cifras irreprochables. Porque, en efecto, la pobreza en el país es menor a la de Alemania. Lo que está a la vista. Aunque es cierto, hay algunos tipos durmiendo en la calle, lo que parecería indicar que no tienen laburo. Pero más allá de que pueda tratarse de un montaje de la oposición (como otros tantos), es indudable que aquí (como no ocurre en Berlín y mucho menos en Munich), todo el mundo, si tiene ganas de hacerlo, trabaja. Y sinó que lo digan los trapitos, los manteros, los que limpian parabrisas en las esquinas, los que hacen juegos malabares en cualquier cruce de calles, los que venden sanguches en las veredas, los cartoneros… ¡Y ni qué hablar de los pungas, que viven como reyes! Si hasta los senegaleses, no bien ponen un pie en BiEi y sin haber aprendido todavía el idioma, ya cuentan con ese magnífico laburo que consiste en vender anteojos de sol y baratijas. Es decir aquí, hoy, el que quiere trabajar trabaja y la pasa bomba, incluso los pibitos que, en lugar de perder el tiempo en la escuela o pateando la redonda o la de trapo en algún baldío, deciden voluntaria y juiciosamente contribuir al bienestar familiar laburando ocho o diez horitas en algún tallercito, de esos que proveen de excelente material a La Salada y a las saladitas que luego se desplegarán por las veredas de la urbe. Con qué satisfacción, día pasados, desplegaron una bandera, la del “Sindicato de vendedores libres”, quienes habían tendido sus trapitos, juiciosamente colocados sobre papeles, en la vereda de Rivadavia y Avenida La Plata. Libres si, como los pajaritos, esto es, sin patrones, sin horario, sin obra social, sin jubilación, sin días feriados, sin nada en fin, más que lo que les pueda dejar la venta del día. Que deberá alcanzarles para comer, para pagar la pieza, para mandar los pibes al cole, para la tele, para el celular, para... “Y yo –masculló el reo de la cortada de San Ignacio, mirándolos con envidia a través de la ventana del café en el que estaba tomando un cortado-, como un gil, como un otario de cuarta, laburando durante más de 30 años, para no tener hoy más que una piojosa jubileta”. “Mire –le recordó el vecino de mesa- que hoy hay muchos que apoliyan en la vereda”. El reo lo miró un rato y luego agregó, con bronca: “Esa es otra puñalada que me da la vida. Yo nunca pude dormir en la calle. Lo más, en pleno verano, ¿vio?, tiraba el colchón en el patio, aunque la patrona me tirara la bronca. Pero apoliyar en la vereda debe ser lo máximo”. ¿O no, Aníbal?