jueves, 30 de enero de 2014

Circo criollo ¡OTRA VEZ SOPA! Se los ve tan asustados que, la verdad sea dicha, dan ganas de creerles. No vaya a ser que a causa de nuestra insensibilidad, de la poca credibilidad que les dispensamos a los funcionarios, de esa suerte de resignado cinismo al que nos han remitido los hechos de nuestra historia más o menos reciente, estos muchachos, buenos, meritorios, no sólo pierdan su laburo sino que terminen corridos de la Rosada, como ya ha ocurrido tantas veces. Porque desde la “campaña de los 60 días”, allá por los años cuarenta, de los gallegos almaceneros que iban 15 días a Devoto por haber cobrado 10 guitas más caro el azúcar; y, más acá, de aquel ministro de Alfonsín que le habló a los empresarios con el corazón y le respondieron con el bolsillo, más un antes que quedó para siempre como “el rodrigazo”, y un después que bien puede señalarse como “el delarruazo”, el alma de los criollos se ha visto tan alimentada por promesas y desdichas, que ni siquiera les queda ya margen para tomarse en serio a un jovencito patilludo que sostiene que todos los males provienen de la prensa y las corporaciones. O, lo que es lo mismo, que no tienen nada que ver los dislates propios y ajenos que se han ido acumulando. Esto es, dislates que vienen de lejos y que ni él ni su banda rockera han podido ni sabido corregir. Acaso lo que más duela, al verlos ante las cámaras y respondiendo preguntas de periodistas que ya adivinan las respuestas (porque no pueden ser otras que las mismas de siempre), es el esfuerzo solitario que están haciendo para que la nave no se vaya a pique. Y para lo que no cuentan con la presencia ante las cámaras de los ministros y funcionarios que han llevado a esto (algunos de los cuales todavía se dejan ver como héroes del “relato” y de la década ganada), así como tampoco de la Señora, refugiada en sus chichones y ahora también en su lumbalgia. Y a la que se vio recientemente más interesada en compartir unos “moros y cristianos” en un almuerzo con Fidel, que en involucrarse en esta cruzada. Acaso porque, ella también, la da por perdida, tiene los morlacos a buen resguardo y no quiere ni que le mencionen lo que se viene después. Es decir que si llegara a haber un maxi golpe inflacionario y una disparada incontenible del blue (el Señor y Francisco no lo quieran, aunque este último parece más involucrado en la campaña de los cuervos que en los asuntos del Gobierno), esta crisis llevará quizá el nombre de la “doble K”, tanto por el apellido de casada de la Señora, como por el del ministro de las patillas. Lo que es, también, una forma de entrar en la historia. ¿O Celestino Rodrigo e Isabelita no figuran ya en todos los libros de texto? “No, maestro –dijo el reo de la cortada de San Ignacio, casi indignado-. ¿Cómo les van a hacer eso a estos pibes, que se ve que son buenazos y que mañana pueden ser ministros de cualquier otro gobierno?” Y como alguien le advirtiera que no tienen más remedio que aguantar, porque forman parte del elenco oficial, el reo respondió: “No jefe, ¿acaso no les puede agarrar una colitis, o salirles un sarpullido? Y le digo más, maestro: si yo fuera ellos, les digo que me falla el bobo, renuncio, agarro la guita ¿y a que no saben que hago?”. “Si, ya se, le respondió uno, compra dólares”. El reo se quedó mudo unos segundos y al fin dijo: “Maestro, ¿cómo adivinó? No me diga. ¡Usted es mago!”. .

jueves, 23 de enero de 2014

Circo criollo EL REGALO PRESIDENCIAL El regreso de la señora Presidenta a la Rosada, después de nada menos que 34 días de ausencia (que la contra aprovechó para difundir las más pavorosas versiones), fue celebrado a todo trapo, como era de prever. Discurso, cánticos, una multitud entusiasmada y el deseo de que aquella felicidad no concluyera nunca. Sin embargo, cuándo no, ni siquiera ese hermoso acto se salvó de la crítica de la oposición. Y una de las cosas que le criticaron a la señora fue que, cuando la inflación comienza a golpear fuerte, caen las reservas, se pone en marcha un programa de “precios cuidados” que suena a Moreno II y crecen los reclamos de ajuste, ella haya reaparecido con un plan para subsidiar a los pibes “ni ni”, esto es, que ni estudian ni trabajan, con 600 pesos. Lo que, dada la cantidad de jóvenes que se encontrarían en esa situación, más los que se agreguen voluntariamente para aprovechar la bolada, puede llegar a acentuar las penurias de la Tesorería. Lo cual significa que, una vez más, los criticones de siempre no han entendido lo que se dice nada. Pero nada. En primer lugar es falso que esa medida presidencial estuviera inspirada en el hijo de la señora Presidenta, dada su supuesta condición de “ni ni”, categoría precursor. Cuando el pibe, que ya no lo es tanto, se gana merecidamente sus garbanzos en tareas vinculadas con los negocios de la familia y de algunos amigos de la familia, por lo que 600 mangos, para él, no son más que chauchas. Es decir, estaría en condiciones de cobrarlos, ya que es una suerte de líder histórico de los “ni ni”, pero no lo va a hacer. En consecuencia la razón del nuevo ofrecimiento de la Presidenta, en medio de una administración que parece sucumbir bajo el peso de los subsidios, es de otra naturaleza. Y sólo entendible para quienes tengan sensibilidad de barrio. Porque después de 34 días de ausencia y tras haber pasado por riesgosas operaciones y tratamientos complicadísimos, ella sabía que la esperaba una multitud en la Rosada y, más que eso, que todo un pueblo, en sus casas, estaría mirándola por TV, dejando todo por hacer por verla y escucharla, para disfrutar a full de ese reencuentro. ¿Y qué iba a hacer? ¿Presentarse con las manos vacías? Si se hubiera tratado de una reunión de amigos, sin duda hubiera llevado una torta o un bizcochuelo hecho por sus propias manos o, acaso, unos pastelitos de dulce de membrillo o unos buñuelos de pasas. Pero acá no se trataba meramente de algo personal. Era todo el país que la esta aguardando para celebrar su restablecimiento. Y bueno, entonces echó mano a lo que primero se le ocurrió. A este modesto, sencillo, epitelial subsidio a los “ni ni”, que no es tampoco tanta plata y que apenas si va a tener incidencia en el gasto público y en la fabricación de billetes. “Seiscientos mangos, seiscientos mangos…” El reo de la cortada de San Ignacio se quedó cavilando y mientras revolvía su café, consultó a otro parroquiano: “¿Va a ser sólo para los pibes que no estudian ni laburan, no? ¿Sabe por qué le digo? Porque yo, así como me ve, nunca estudié. ¿No tendré derecho a unos pesos?” El otro entonces le recordó: “Pero maestro, es para los pibes. Y además, usted laburó. ¿O no?” El reo se quedó un momento callado y al final dijo, medio entre dientes, mientras apuraba el café: “Bueno, laburar, lo que se dice laburar…”

jueves, 16 de enero de 2014

Circo criollo ¿ALGUIEN SABE QUIÉN GOBIERNA? Aunque no esté bien decirlo, la operación a la que fue sometida la mamá de la señora Presidenta, proporcionó un alivio a la ciudadanía. Dicho de otra manera, a causa de este penoso suceso los argentinos han sabido, finalmente, que Cristina Fernández de Kirchner, esto es, la persona que, al menos en los papeles, dirige los destinos del país y, por ende, ejerce gran influencia en el de sus ciudadanos, aún existe y, presumiblemente, ejerce la Presidencia de la República. Es decir, por más que se haya tratado de un gesto sólo filial (cabe recordar que, también para los que ejercen los más altos cargos que ofrece la carrera política, madre hay una sola), ha servido para que los argentinos experimentaran un gran alivio. Porque ya se sabe que, por razones no bien explicadas, aunque existe un vicepresidente, éste se encuentra ajeno a todo lo que esté vinculado con el gobierno del país, aún en casos como éste, de ausencia notoria de la primera mandataria por motivos más que justificados. Parecía entonces que su ausencia habría de ser llenada por la presencia muy activa de un Jefe de Gabinete, puesto de máxima responsabilidad y clara exposición, para el que fue nombrado el señor Coqui Capitanich. A cuyos efectos debió renunciar a la gobernación de la provincia del Chaco, donde se desempeñaba con tanto acierto. Pero tampoco fue así, ya que por tres veces consecutivas sus anuncios fueron objeto de severas correcciones por ministros que, aparentemente, se encuentran algún peldaño por debajo del que él ocupa. Lo cual no ha hecho más que aumentar el temor y la confusión que ya reinaba entre los criollos, dado que se sospecha y con buenos fundamentos, que este muchacho acaso no sirve ni para tocar el timbre; es decir, hablando mal y pronto, que está pintado. Y es a partir de estos episodios que hay una pregunta que ya se están haciendo muchos nativos y que no es otra que esta: ¿pero entonces, quién está a cargo de la Nación? Porque la Presidenta está ausente por las graves dolencias personales que padece desde que fue operada de algo sin importancia; el vice, ha sido borrado por su condición de genuino piantavotos y sólo es convocado en su carácter de aplaudidor serial; al Jefe de Gabinete se lo ve cada vez más inseguro, ha acortado sus presentaciones ante la prensa y cada vez que dice algo hay que esperar 24 horas para saber si la cosa va o no va. En consecuencia: ¿quién está al mando? ¿De Vido? ¿Kicillof? ¿Zannini? ¿No será (el Señor y Francisco no lo permitan) Aníbal Fernández? Aunque también cabe esta posibilidad; que al país no lo dirija nadie y que si los ministros se reúnen alguna vez, sea para jugar a la escoba de 15 o al chinchón mientras se bajan unas birras. Lo que acaso explicaría lo que está ocurriendo, esto es, la disparada del dólar, la creciente inflación, el choreo generalizado, el negocio de la merca, el espiante masivo de los presos, los apagones, los piquetes y demás signos de que lo que se gasta en presidente y vice, ministros, senadores y diputados, es algo así como plata tirada la calle y que lo mismo sería si nos gobernara el Topo Gigio o la Bruja Cachavacha. “Maestro –le preguntó al reo de la cortada un parroquiano del Margot- ¿usted no querría ser Presidente?” El reo apuró su ginebra, lo pensó un rato y al final respondió: “Presidente, no se… Pero vice, si viene con la moto, el depto en Puerto Madero y buenas minas, le agarro ya mismo. Le digo más: agarro, aunque me pierda la jubileta”.

miércoles, 15 de enero de 2014

LOS CUATRO MARIDOS (•) Se hablaba de fidelidad. Reunidos, como siempre, a la hora del café, los tres jefes con el gerente en la oficina de éste, desembocaron en este tema. El señor Rossi, hombre que ya entraba en la madurez, pero robusto y vital, era quien tenía la palabra. Casado no hacía más de seis meses con una mujer bastante más joven que él, respiraba felicidad por todos los poros, felicidad que ahora dejaba traslucir en la conversación. Encontraba muy bello el matrimonio, una institución honorable y estética, sostenía, que reposa, por sobre todas las cosas en el amor, la comprensión, la confianza. -¡Ah, la confianza! –acotó el señor Curzio- ¡la confianza! Sin ella no es posible un matrimonio feliz. Todos asintieron, pero el gerente, el señor Smith, que no parecía encontrarse muy a gusto, discrepó. -La confianza, bien, pero la confianza no nos da más que una tranquilidad subjetiva; podríamos decir que confiar en nuestras esposas, no celarlas, es una forma de ahorrarnos el esfuerzo, quizás escapar a una realidad dolorosa. No nos salva de la infidelidad: la disimula. Los jefes se miraron. Rossi se sonrió. ¡A él hablarle de esas cosas! Su esposa era la más fiel, la más cariñosa. ¿Y el señor Curzio? Casado hacía cinco años, con un hijo, nunca un roce, una disputa, una duda. Y el tercero era el señor Carnevale, un hombre gordo, corpulento e inocente, que no podía dudar de su esposa, una gorda corpulenta e inocente como él. -¿No dudan? –los estudió el señor Smith-. Me parece bien. La fe ciega es elementalísima para mantener la felicidad en el hogar. Por otra parte, francamente lo digo y me siento comprendido en la aclaración ¿de que nos servirían nuestras dudas, si nunca podríamos comprobar la infidelidad de nuestras esposas? Miradas de asombro entre los jefes. El gordo Carnevale comenzó a preocuparse. -Lo digo –siguió Smith- porque estamos todos en la misma situación. Trabajamos mañana y tarde a horas fijas. Salimos de nuestras casas a las siete, volvemos a mediodía. Vuelta a salir a las tres y antes de las ocho ninguno está de vuelta en su hogar. Son algo así como unas diez horas en las que ninguno de nosotros puede tener una idea de lo que ocurre en su propia casa. ¿Un llamado telefónico? El teléfono nos da la voz, la palabra; no hay forma más fácil de mentir. El señor Carnevale decididamente sudaba. Rossi miraba intrigado a su gerente. Sólo Curzio sonreía desaprensivamente. -¿A dónde quiere usted llegar? –lo interrogó Rossi. -Hombre –aclaró el señor Smith- no crean que quiero poner en duda la moral de sus esposas. Ya ven que me encuadro en el problema. Lo único que yo digo es que fidelidad, confianza, son palabras, para nosotros, huecas, a las que llegamos como al último recurso. ¿De qué nos serviría desconfiar? -¡Bah, se notaría! –dijo uno. -Esa situación no se puede mantener mucho tiempo –aseguró otro. .Vamos –insistió Smith- no sería la primera vez que maridos más confiados que nosotros, vuelven un día por cualquier causa a horas desacostumbradas a sus hogares y se encuentran violado el nido. -Vamos, vamos… -¡No, no, es que es así! Y hagamos la prueba, si no. Son casi las cuatro. Les doy permiso para que ahora mismo regresen a sus casas sin decir absolutamente nada a sus esposas. ¡Ah! –aclaró- yo haré lo mismo. Los tres jefes se miraron. Carnevale daba lástima. En su corazón inocente había entrado la duda. Curzio soltó la carcajada. -Me parece una idea fantástica –dijo. ¿O es que alguno de ustedes dos no se atreve a volver a su casa sin llamar? Rossi aparentó tranquilidad y asintió. Él estaba dispuesto. Carnevale se secó el sudor de la frente con el pañuelo y también se dispuso a partir. El confiado señor Curzio salió sonriendo de las oficinas de la compañía y se encaminó tranquilamente hacia la parada del ómnibus de siempre. ¡Tenía sus cosas este señor Smith! ¡Mire si iba a desconfiar de su Clara! ¡Si iba a arriesgar su felicidad, la del pibe, que era toda su alegría, engañándolo! Bueno, igualmente, le venía bien llegar temprano, porque ese día se encontraba un poco cansado. Bajó como siempre en la esquina de Paraguay, caminó las dos cuadras, al pasar frente a la panadería compró unas facturas para el mate y entró a su casa. Avanzaba confiado cuando, de pronto, cruzó frente a él una sombra rauda que se perdió por el fondo, Sintió que se enajenaba. Irrumpió como una tromba en la habitación. Su mujer, con gestos desesperados, entraba en ese momento en el baño, que cerró con llave. -¡Clara! ¡Clara! ¡Maldita mujer! ¡Ramera! Trató de forzar la puerta, mientras el chico, en la cuna, rompía a llorar asustado al ser sacado de su sueño. Curzio perdió el dominio de sí y, al no poder forzar la puerta, loco de ira y de celos, tomó la pistola de la mesa de luz y disparó cuatro balazos a través de la cerradura. Cuando abrió, Clara yacía en el suelo, muerta. Se le cayó el arma y lloró, lloró mucho. Los vecinos que acudieron atraídos por los gritos y los disparos, lo encontraron repitiendo enajenado: “Señor Smith, señor Smith…” • * * El señor Carnevale era un hombre que nunca había tenido problemas familiares. Desconfiar de su Teresa le hubiera parecido lo mismo que desconfiar de Dios. Teresa, mujer única, impar, que no hablaba jamás de dietas, que sabía preparar infinidad de platos –cocinaba el pollo de catorce maneras distintas-, que era buena y dedicada al hogar, cariñosa con sus tres hijos… No podía desconfiar de ella, no. Pero en aquel momento, desconfiaba. Uno nunca está libre, se dijo. Teresa, lo sabía, era una mujer débil de carácter. Tal vez él no se había dedicado a ella con la solicitud de otros maridos. Nunca recordaba una fecha. Y eso a las mujeres les duele. No, pero si lo engañaba lo hubiese notado. A él no se le escapaba nada. ¿No estaba acaso un poco fría con él últimamente? No, ya estaba desvariando. Pero, realmente, ¿podía haber otro en su vida? Cuando fue hasta la playa de estacionamiento a buscar su auto, era un volcán de dudas. De casualidad se salvó su mole de ser atropellada por un bus al cruzar la calle, absorbido como estaba por sus pensamientos. Por eso, cuando llegó a la playa, su prisa se había transformado en frenesí. Empujó salvajemente al auto de atrás y al de adelante. Olvidó darle propina al cuidador y salió matando. Sorteando hábil y temerariamente el tránsito del Centro, en diez minutos estuvo en su barrio y, con él, la certeza de que su mujer lo engañaba. ¿Qué haría? ¿Estacionaría como siempre el auto frente a la puerta? No, porque ella sentiría el ruido del motor. Mejor lo dejaba a la vuelta. Había que pensarlo todo. De la gaveta sacó un revolver y se lo puso en el bolsillo trasero del pantalón, no sin temblar ante su contacto. Apresurado recorrió la distancia que lo separaba de su casa, pero al llegar disminuyó el paso y ya en el umbral caminó en puntas de pie. Abrió la puerta sin hacer ruido, pasó al vestíbulo, del vestíbulo al comedor… Nada. En el comedor estaba el segundo de sus pibes jugando. Al ver a su padre el chico iba a gritar alegre, pero Carnevale, con un gesto trágico, lo hizo callar. Y el chico pudo ver, asombrado, cómo su progenitor se introducía sigilosamente en la pieza matrimonial, palpando un bulto que tenía debajo de la espalda. El hombre, tras abrir la puerta, espió el interior del dormitorio a oscuras. Y si, allí estaba su Teresa dormida. Pero ¿no era otro hombre el que estaba al lado de ella? -¡Teresa! –gritó Carnevale y les arrancó las sábanas, mientras gatillaba inútilmente, olvidado del seguro. Sacados violentamente de su sueño, Teresa y Pepe, el mayor de sus hijos, tuvieron ante sí la imprevista presencia de Carnevale, enorme como era, llenándolos de injurias y amenazas y esgrimiendo un revólver. Pepe se zambulló en el suelo mientras Teresa buscaba, en paños menores, amparo en la calle gritando desesperada. Cuando Carnevale reaccionó de su atolondramiento, ya volvía su mujer con un vigilante y los infaltables vecinos, con sus comentarios y sus sospechas, Carnevale tuvo entonces que entregar el arma y dar explicaciones, que nadie entendió, porque insistía en echarle las culpas de su extraña conducta a un señor Smith… • * * De los cuatro Rossi era el que vivía más cerca de la oficina, por lo que se encaminó a su departamento a pie. Le parecía una tontería la proposición de Smith, pero le agradaba la idea de encontrarse a esa hora con Susana. Cuando le hablaba, a la tarde, siempre estaba tomando el té. Lo tomarían juntos. ¡Qué feliz era! Un buen empleo, una esposa cariñosa y joven… Era la envidia de sus amigos. Pero pensó otra vez en Smith y en la circunstancia que lo llevaba, a esa hora, a andar por la calle. Bueno, él no iba a celar a su esposa, pero ¿qué había querido insinuar el gerente durante la discusión, al hacer notar las diferencias de edades? ¡Bah, tonterías! Se miró en una vidriera. Un poco pelado –alopecia, decía él-, algunas arrugas, es verdad, pero alto, vigoroso, ágil. No, nada podía turbar su felicidad. Susana era para él algo así como un regalo de la vida. Y no, no podía engañarlo. ¿Iba Susana, de origen humilde, a arriesgar la posición que mantenía a su lado? Sintió seca la boca y se le arrugó el ceño. Otros novios había tenido, pero… La casa de departamentos estaba a la vista. Sintió un escalofrío. Se detuvo. Miró su ventana. Nadie. No, no había nadie. Mejor se volvía. Pero ya el portero lo había visto y le hacía señas. Contrariado, arrastrando los pies, se le acercó. -Buenas, señor Rossi. ¿Tan temprano hoy? -Hola. Se detuvo. Se sintió ridículo, molesto. Tenía que entrar. -Hasta luego, dijo. Al pasar al interior de la casa, la sintió fría. Temblaba. Sentía un malestar en el estómago. Quiso tranquilizarse. Lo más posible era que Susana no estuviera. Estaba en su derecho. Sus relaciones, su familia… ¿Y si estaba? Pues estaría sola. Si, sola. No, no podía estar sino sola. Al llegar el ascensor marcó el 4º en lugar del tercer piso. Pasó así, vertical y ascendente, frente a su puerta, mirando por entre el enrejado, queriendo atravesar la oscuridad y descubrir en el silencio. Y allá, en el 4º, la angustia. ¿Y si lo engañaba? “Es más joven, mis amigos me avisaban, es coqueta”. Bajó corriendo las escaleras y al llegar ante su puerta, se detuvo. Acercó el oído, miró por la cerradura, tocó el picaporte. Su contacto lo electrizó. Se detuvo unos minutos, clavado, sin decidirse a nada, esperando no sabía qué. “No hay nadie”, decidió. “Está en lo de su madre y no me engaña”. Definido, bajó por la escalera y recién, una vez en la calle, se atrevió a respirar aliviado. Entró en un bar para mojar la garganta reseca, pero allí mismo comenzó a acosarlo su conciencia: ¡Cobarde!... El señor Rossi volvió a los brazos de su esposa a la hora correcta, pero borracho. Y desde aquel día le ha quedado una profunda antipatía por el señor Smith. • * * Cuando el señor Smith salió de la compañía, sabía perfectamente lo que iba a hacer. Sabía que, como era miércoles, su esposa, a esas horas, estaría en el departamento de soltero de su íntimo amigo, el capitán Espìna, por lo que era absolutamente ocioso dirigirse a su casa. Decidió, en cambio, aprovechar la salida para visitar a su querida, a la que no veía desde el domingo. Pero como el señor Smith era un hombre discreto, no iba a caer en el imperdonable pecado de concurrir sin llamarla previamente. Sorprenderla o importunarla resultaría altamente inconveniente. Por eso, antes de dirigirse a buscar el auto, la llamó por teléfono, respondiéndole Dolly que se alegraría mucho de recibirlo a las cinco y media, hora en que ya estaría desocupada. El señor Smith tomó entonces el auto, hizo algunas diligencias particulares y, al pasar por un súper muy paquete, decidió sorprender a Dolly llevándole fiambres para esa noche y ya que estaba eligió también unas cotelettes y unos dulces. A las cinco y media detuvo su auto frente al horizontal que había comprado para ella y volvió a salir de allí el jueves por la mañana. A las nueve llegó a su despacho y tras él la secretaria con el diario. -¿Se enteró, señor Smith, se enteró? ¡El señor Curzio mató a su esposa! -¡No! Dos timbrazos y Rossi y Carnevale se presentaron de inmediato. -¿Han sabido ustedes?... Asentimiento triste y el “¿ha visto?, ¿ha visto?”, de los jefes. -¡Si yo hubiera sabido!... -agregó Smith acongojado-. Me siento un poco culpable. En fin, creo que nuestro deber es ayudar en esta hora a nuestro amigo. Debemos dirigirnos de inmediato a la seccional de policía y ofrecerle nuestra ayuda. ¿Qué les parece? Asintieron los jefes, solidarios, y partieron. Durante el viaje Smith siguió comentando. -¿Han visto? Mire usted, Curzio, tan confiado… ¿Quién iba a decir? Era el más alegre de nosotros. A ustedes, ya veo, les ha ido bien en la estúpida prueba de ayer, lo mismo que a mí. Pero no debemos repetirla, no… Y agregó el señor Smith, acongojado: -¡Ah, no hay como una esposa infiel para hacer la desgracia de un hombre! Rossi asintió, callado y nervioso. Y también Carnevale, apantallando aún el calor del día anterior. (‘) Publicado en la revista “Esto Es”, del 30 de marzo de 1954

miércoles, 8 de enero de 2014

Circo criollo DEL CHACO, ¡PARA QUÉ! Habrá que admitirlo y esperar las consecuencias: cada día que pasa es más difícil ser kirchnerista. Y si no, que lo diga el mismísimo Jefe de Gabinete, el inefable Coqui Capitanich. Quien, no obstante haber sido llamado a ocupar esa envidiada posición, algo así como la cumbre K, para lo que debió abandonar su dulce provincia del Chaco (tan lejos de los 30º bajo cero de Nueva York), en la que se desempeñaba brillantemente como gobernador, acaba de experimentar dos revolcones personales. En efecto: por dos veces consecutivas debió arrepentirse de haber anunciado algo. Siendo corregido, primero, por el ministro de Planificación, el duradero Julio De Vido, y luego por el de Economía, el marxista, el duro, durísimo Axel Kicillof, enemigo personal del capitalismo y de las corbatas. Lo que parece expresar una de estas dos posibilidades: o el señor Capitanich es un lengualarga, un defecto que hasta ahora no se le conocía, o alguien, algún malnacido, lo convenció, cuando aceptó el cargo, que de verdad podría ejercerlo o, más aún, que debía hacerlo, porque la Señora, luego de las dos derrotas electorales y del mal golpe que se dio en la testa, había quedado out. Y debido a eso, se requería de una presencia masculina fuerte, como la suya, para llevar adelante la cosa. O sea, el gobierno, ya que de lo demás se ocupan los señores Lázaro Báez y Cristóbal López. Por lo que, ahora que volvió la Señora, luego de un duro, durísimo tiempo de descanso forzado en El Calafate (en el que el país estuvo casi ingobernable, ya que hubo rebelión policial, saqueos, piquetes y larguísimos cortes de luz que ya mismo, por su sola presencia, están terminando), se barajan estas dos posibilidades. Una, que Cristina reasuma con todo el poder, la energía y el sentido común que se le conoce, a ella y a su ilustrado hijo Máximo. Y entonces el Coqui venga a ser algo así como un ministro redundante, por lo que no sería de extrañar que estuviese gestionando, ya mismo, su regreso al Chaco bienamado, luego de haber sufrido, mal, las bajas temperaturas de Buenos Aires. Y otra, que no, que a la Señora, aunque más no sea que por no tener que ver siempre las mismas caras, le interese retener a Capitanich en su puesto, total no importa lo que anuncie ya que es de arrepentimiento fácil. Y la otra ventaja del Coqui es que la ciudadanía ya conoce esta particular característica de su modo de ser, por lo que ni siquiera vale la pena molestarse en escucharlo ni en saber lo que ha dicho, ya que luego de un lapso, más bien corto, vienen las correcciones expresadas por otros ministros, a las que podrán agregarse, ahora que se ha repuesto de sus males, la Señora, pero también, porqué no, su hijo, la nena, el nietito o la abuela (en el tiempo, claro está, que le deje libre la formación del equipo tripero que, con su ayuda, hasta tiene posibilidades de campeonar). “¿Así que este mozo Capitanich había sido gobernador del Chaco?”, preguntó el reo de la cortada de San Ignacio. “Pero maestro –le respondieron- no me diga que no lo sabía”. “Es que –insistió el reo- yo estaba convencido de que venía del Servicio Meteorológico”. Y como todos se quedaron mirándolo, agregó: “Y, como no acierta una…”