martes, 11 de noviembre de 2014

Circo criollo LOS PRECIOS CUIDADOS, UN ÉXITO TOTAL

 Circo criollo

  LOS PRECIOS CUIDADOS, UN ÉXITO TOTAL 

 La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida. Cuánto lamento que esta historia, absolutamente verídica, que paso a contar, no haya sido presenciada también por el joven ministro de Economía, el joven Kicillof, a quien también se conoce como “el Kichi”. Porque s trata de una historia maravillosa, como todas las que tienen como protagonistas a los  representantes de este pueblo maravilloso, a los que la creatividad les surge espontáneamente de los poros, con independencia de su edad, sexo, estudios y condición social. Pues bien, al grano. Me hallaba yo en uno de estos pequeños comercios que ha abierto Carrefour, haciendo disciplinadamente la cola de los que, luego de haber elegido lo que necesitaban, están dispuestos a pagar por ello. Y si bien estaba algo distraído,  mirando a una morocha de buen ver que tenía delante, no pude dejar de advertir que entre el joven que estaba en esos momentos a cargo de la caja del establecimiento y el cliente que tenía delante, se había producido un altercado. Ambos levantaron la voz –sin que yo alcanzara a saber el motivo de la discusión- y finalmente el comprador vació la bolsa de plástico de la mercadería que pensaba llevarse y se marchó, de muy mal talante, del comercio. Por eso, cuando me tocó el turno –a continuación de la bella morocha, que se fue sin siquiera dirigirme una mirada- me atreví a preguntarle al cajero la causa del conflicto que había tenido lugar hacía unos breves momentos. Y el empleado me respondió, aún indignado, mientras me facturaba mi corta mercadería: “Es que ya me tienen podrido estos cosos, maestro. Un día, vaya y pase. Pero dos, tres, todos los días lo mismo, no puede ser”. Y en seguida aclaró: “¿Vio lo que se llevaba, jefe? Acá está”. Y me lo mostró con un gesto amplio. Entonces fue que advertí la razón de su enojo. El cliente o cliente trucho, como se lo quiera llamar, pretendía llevarse dos botellas de litro y medio de aceite de girasol y cuatro paquetes de azúcar de un kilo cada uno. Es decir toda mercadería atada a ese precioso slogan, inventado por alguien muy imaginativo (tal vez el mismo Kichi), que se conoce universalmente como “precios cuidados”. Ahora bien, ¿dónde estaba la trampa de ese curioso proceder? Muy fácil: el tipo, me contó el cajero, aún indignado, compraba mercadería sometida al control oficial y policial y la revendía luego en comercios que no estarían sujetos a ningún control, y que no serían otros que los “chinos”. Estos los compran a estos adquirentes de la mercadería en locales controlados –como los de las cadenas de supermercados-, pagándoles dos o tres pesos más y luego los revenden recargándoles otro tanto. Total, ningún inspector pasará por allí para sancionarlos. Pero acaso lo más sabroso de esta historia es que no se reduce a este pequeño ámbito de los grandes súper hípercontrolados y los muy pequeños libres de todo control oficial. Porque, comentando este episodio con la señora que se ocupa de mantener limpia la unidad en la que vivo, me enteré que se trata de algo más que conocido en las villas urbanas. En efecto, según esta fuente inobjetable, ya se ha armado toda una cadena de revendedores de ocasión, que están dedicando sus vidas a la reventa, en las villas, de mercadería sujeta a precios controlados. A las que concurren, sin ningún tipo de temor, ya que son más que bienvenidos, con bolsas llenas de  artículos adquiridos a precio cuidado, para revenderlos luego con una utilidad que premia largamente el esfuerzo y el riesgo. Y todo, apresurémonos a decirlo, gracias al Kichi, que también tiene derecho a estar muy contento con su política de “precios cuidados”, ya que las estadísticas le sonríen, la inflación ha pasado a ser sólo un mal recuerdo y (the last but not the least), gracias a ellos un número impreciso de ciudadanos, con muy poco esfuerzo y tan sólo algunos contratiempos (como el que me tocó presenciar), la están pasando bomba. El reo de la cortada de San Ignacio, luego de tomarse la copa y de dejarla sobre la mesa del bar, dirigió los ojos al cielo y en un rapto, no común en él, de misticismo, murmuró: Señor Kichi, ¿cuándo te vas a acordar de incluir a la ginebra entre los precios cuidados?