viernes, 26 de septiembre de 2014

Circo criollo UN SLOGAN GANADOR Hay que ver lo bien que le ha caído al Gobierno esto de los fondos buitres. Y no sólo al gobierno. Los otros días estaba paseando por la avenida Santa Fé, cuando me crucé con una señora a la que acompañaba un chiqutín de unos 4 o 5 años. Justo en ese momento y vaya a saber por qué, el nene se puso a gritar como un marrano. Y entonces ¿qué hizo la madre? Pues hizo esto, que yo lo vi con mis propios ojos. La vieja (aunque no era tan vieja y además estaba muy buena), lo apartó de sí, lo empujó contra la pared y le ladró (si, porque en ese momento la señora parecía un doberman enfurecido) de muy mal modo, lo siguiente: ¡Callate, fondo buitre! Y aunque alguno sospeche que exagero puedo asegurar, ya que fui testigo presencial, que el pibe, ante tan tremendo insulto, se calló de inmediato, se secó las lágrimas como pudo y se paró, haciendo pucheritos pero muy obediente, al lado de su mamá. Los seguí un par de cuadras, porque no podía creer en lo que acababa de ver. Pero no, fue así nomás: el pequeño ni volvió a gemir siquiera; marchó al lado de su mamá calladito y yo diría que hasta un poco asustado. Es que, reconozcámoslo de una vez, aquí a nadie, de ninguna edad y bajo ninguna circunstancia, le gusta que lo llamen fondo buitre. Aunque tal vez no les sirva a todos de la misma manera. Y por dar un ejemplo: por más que se desgañitara apostrofando a los opositores con ese grito de guerra, a Máximo K no lo vota ni el loro, especialmente luego de su debut como orador en Argentinos Juniors y por más que haya sido muy aplaudido por los chicos rentados de La Cámpora. ¿O no? Ahora bien, lo aconsejable, aún en estos casos en los que sonríe la Fortuna, es no exagerar. Porque está bien: debido a que nadie quiere verse como uno de estos inmundos bichos carroñeros, el Gobierno consiguió que se llevaran adelante algunas iniciativas, que así se convirtieron en leyes. Y hasta le dio como para levantar algunos puntos en las encuestas, por más que la Señora no piensa, ni por pasteles, introducir cambios en la Constitución para ser elegida presidente por tercera vez consecutiva. Aunque está siendo tentada. ¿O acaso “buitres o Cristina” no suena casi tan bien como aquel “Braden o Perón” que llevó al General a coronar su primera presidencia? Pero ojo, tampoco la pavada ni la exageración. Porque de allí a pelearse simultáneamente con Obama y con la señora Merkel, es decir, las primeras figuras de dos poderosos potencias, hay una gran distancia. Y mucho peor si fuera verdad lo que se dice: que el que la está aconsejando es el mismo tipo que le dijo al general Galtieri que el mejor modo de recuperar la popularidad perdida por el gobierno militar, era invadir las Malvinas. Y tampoco parece muy bien encaminado presentarse como amenazada por la Jihad. Luce bien, ya que esa misma amenaza pende sobre otros grandes líderes mundiales. Pero, admitámoslo: mejor es no dar ideas, ya que de locos está lleno este perro mundo. El reo de la cortada, después de tomar su café, le preguntó al mozo: “Maestro, ¿usted se ofendería si yo le digo fondo buitre?” El mozo se rascó la cabeza y preguntó a su vez: “¿Pero me va a pagar el café?” “Seguro”, le respondió el reo. “Ah, entonces –dijo el mozo- llámeme como quiera”.

viernes, 19 de septiembre de 2014

EL QUE SE FUE A TIEMPO ¡Cacho querido! ¡Tanto tiempo sin verte! -¿Pepe? Pero sí, sos Pepe. ¿Qué hacés otra vez por acá? No sabés las veces que he pensado en vos. -¿Si, che? ¿Y por qué? -No sabés lo oportuno que estuviste al irte. De la que te salvaste. ¿O no sabés nada? -¿De qué, che? ¿Vos bien y los tuyos también, no? -No, nosotros bien. Al país, me refiero al país. -¿Pero qué pasó, che? -Qué no pasó, decí mejor. Vos te fuiste en el 81, ¿no? -Si el 29 de abril del 81, el Día del Animal. -Bueno, todavía estaban los militares. Ya aquello era un desastre. ¿Pero sabés qué hicieron después, en el 82? Invadimos las Malvinas, estuvimos en guerra con Inglaterra. -Pero Inglaterra es un país de la OTAN: -Claro y así fue como perdimos como en la guerra. Nos mataron como mil muchachos, nos hundieron el Belgrano y, lo único bueno, se tuvieron que ir. -¿Y quién vino? Un gobierno civil, calculo. -Si, Alfonsín. Pero no sabés lo que fue. Al principio, todo bien, la gente contenta con la vuelta de la democracia. Pero al final, metió tanto la pata, que generó una hiperinflación espantosa y se tuvo que ir seis meses antes. -¿Y quién lo reemplazó? No me digas, un peronista. -Si, Carlos Menem. Y no te digo lo que fue aquello. Al año la gente estaba chocha, porque había cesado la híper y había puesto en venta las empresas públicas. Un peso era igual a un dólar, los teléfonos andaban, la gente iba a Aruba como si fuera a Mar del Plata y podías tomar el whisky inglés más barato que en Londres. -¿Y después? -Un desastre peor. Aunque había una desocupación espantosa y una corrupción increíble, consiguió que cambiaran la Constitución y se hizo reelegir por otros cuatro años. No sólo todos los días cerraba una empresa y quedaba más gente en la calle, sino que duplicó el endeudamiento del país, aumentó el déficit público y la Casa Rosada se convirtió en el centro del escándalo y de la farándula. -Este concluyó su segundo mandato. -Y casi se hace reelegir para un tercero. Pero no, lo reemplazó un radical, Chupete De la Rúa. -Bueno, un tipo honesto y serio. -Si, pero lenteja e irresoluto. Le fracasaron uno tras otro los planes económicos que intentó para terminar con la recesión y al final, cuando se le presentó una corrida bancaria que amenazaba dejar al país sin un dólar, declaró el estado de sitio, se armó un tole tole en Plaza de Mayo, la policía mató no sé a cuántos y a los dos años apenas cumplidos, se tuvo que ir. -¿Y entonces? -No lo vas a creer. El Congreso primero eligió a Rodríguez Saça, que hizo tales zafarranchos y nombró a tantos impresentables, que se tuvo que ir a la semana. ¡Y no sabés quién lo reemplazó! Eduardo Duhalde, el de la provincia de Buenos Aires. -Y entonces las cosas anduvieron mejor. -¡Pero no! Devaluó, declaró el default, la desocupación y la miseria fueron cada día mayores, el dólar se fue a las nubes, la inflación hizo estragos, no permitió que la gente sacara de los bancos los dólares que habían depositado. A los tipos que reclamaban sus dólares les devolvían pesos. Los consulados de España y de Italia siempre estaban llenos de gente que se quería rajar del país. Y casi todos los días había marchas, protestas y saqueos. -Bueno, pero habrán llamado otra vez a elecciones y el nuevo presi habrá enderezado la situación. -Si, al principio. Pero ahora mismo estamos otra vez como antes. -¡No puede ser! -Como lo oís. El dólar por las nubes, una desocupación tremenda, una inflación que no para y, para variar, también el fantasma del default y la ley de abastecimiento. -¿Otra vez como en el cuarenta y pico? ¡No puede ser! La verdad: me dejás mudo. -Si, no sabés lo bien que hiciste en irte, las cosas que te evitaste. -Bueno, ya que lo decís, quiero agradecerte a vos y a los amigos del club, si es que todavía los ves. El velorio fue magnífico, nadie contó un chiste y tus palabras durante el entierro fueron conmovedoras. Más de lo que yo merecía. -¡Por favor!.. No sabés cómo te extrañamos.

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Circo criollo MÁXIMO, EN LAS HUELLAS DE MARADONA Un nuevo piquito de oro asoma en el horizonte político nacional. La revelación se ha dado con la irrupción, el sábado pasado, en cancha de los bichitos colorados (si, allí donde comenzó a brillar Maradona, el más grande de todos), de Máximo Kirchner, el hijo de la señora presidenta de los argentinos. Y el primer acierto, merece destacarse, no fue su alocución, que fue brillante y la dijo de corrido, sino la elección del día para debutar en la política grande: un sábado. Ya que como el público esperado era el de los jóvenes de La Cámpora y casi todos ellos son empleados públicos, de haber elegido cualquier día laborable para su estreno como estadista en ciernes, se habrían producido grandes ausencias en las oficinas del Estado, perjudicando la gestión oficial y la atención del público. Y el segundo, pero no menor, fue ese desafío virtual a la oposición para que diera lugar a que su mamá se presentara a un tercer mandato presidencial. Y no, de ninguna manera, porque no sepa que esto está estrictamente vedado por la Constitución Nacional, sino porque Cristina se lo merece y porque el país la necesita. Y no sólo porque es su mamá. Aparte de eso, que desde ya es muy importante, viene desarrollando una labor espectacular al frente del Ejecutivo, por lo que permanecer en la Rosada, o al menos intentar hacerlo, cuatro años más (u ocho, o doce), se encuentra dentro de sus derechos naturales. Lo que pasa es que, como se enseña en cualquier escuela de negocios, aún la más rasposa, la peor gestión es la que no se hace. En consecuencia la pieza está jugada y ahora le toca mover a la oposición, a la que mejor no calificar. Por otra parte nadie ignora que su papá, el finado, de no haberse interpuesto la Parca, ya tenía pensado que un K sucediera al otro de aquí a la Eternidad, si ello fuera posible. Por lo que la sugerencia del hijo de aquel grande de la política tiene el valor de todo un homenaje a su figura. Aunque tampoco es de desdeñar, por más que se trate de un argumento menor, la versión de que quien sugirió a Máximo que, en su primer discurso, abogara por la permanencia de su mamá en Bi.Ei otros cuatro años, fue su cónyuge, la doctora y madre de su, hasta ahora, único hijo. Es que, se dice, la señora de Máximo, que adora a su suegra, advertiría sin embargo la serie de problemas que podrían suscitarse en el caso de que la hoy Presidenta de los argentinos, debiera volverse a sus pagos adoptivos (o sea a “su” provincia, como ella suele decir), una vez finalizado su segundo mandato. Es que según parece, de tener que volver Cristina a la provincia y, peor aún, si no le encuentran algún cargo, electivo o no, que la devuelva a Buenos Aires, a la señora de Máximo se le presentan, en la imaginación, escenas verdaderamente espantosas. Porque vería a su suegra metiéndose en todo, criticándole la manera en que cría a su pequeño, en la forma que lleva adelante la casa, en cómo cocina, en cómo limpia, como arregla esto o aquello, que el pibe está gordo, que está muy flaco, que a Máximo no lo deja dormir, que gasta en exceso, que por esto y por aquello. Con lo que, finalmente, el matrimonio, hoy tan feliz, podría llegar a hacerse pedazos. “Maestro –preguntó el reo de la cortada de San Ignacio si dejar de revolver su café- le pregunto en serio, por si se viene de verdad el Máximo: ¿hasta qué edad admiten afiliados en La Cámpora?”

sábado, 6 de septiembre de 2014

UN MIMBRE, EL MOROCHO Yo sé, flaco, que nosotros tenemos que alentar al equipo. No hay nada que me dé más bronca que esos muertos que van a la cancha como si fueran al cine y a los que los colores no los calientan. Nosotros nos preparamos toda la semana, te lo juro. Inventamos cantos para nuestros muchachos y también para cargar a la barra rival. Para los peruanos habíamos hecho una lindísima. Escuchá, se canta con la melodía del “yo te daré”. “Yo te pondré, te pondré negro rasposo, te pondré en el hoyo, una cosa que empieza con é. ¡Estudiantes!” ¿No es buena? Y llevamos las banderas que habían hecho las viejas del barrio, las sombrillas pintadas con los colores, millones de papelitos para cuando aparecieran por el túnel, unas bengalas que nos habían regalado los de la Prefectura y un montón de petardos que había conseguido Oreja y que eran para tirárselos al arquero de ellos no bien nos atajara un par de pelotas. Porque acá en La Plata o ganamos bien o ganamos de guapos. Otra, no hay. ¿Entendiste? Por eso, cuando empezó el partido fue la locura de siempre. Papelitos, gritos, cantos, una bengala que largó el Loco, los más fanas subidos al alambrado… Te juro que parecía que el estadio se venía abajo. Pero vos, que tenés años de tablón, sabés que para mantener el entusiasmo no basta con que la fanaticada se vuelva loca. Los que están en el field tienen que poner gambas, tienen que poner huevos, llegar al arco rival, reventarlos a pelotazos. Pero si no llegan nunca, si se van en pasesitos laterales, si ni bien los tocan se tiran al suelo como si fuesen minas y se la pasan rifando la pelota, la tribuna se enfría y aquello, en vez de una caldera, como debía ser, se convierte en el freezer de una heladera. Te juro que al partido no lo queríamos dejar morir, porque esos puntos para nosotros eran muy importantes. Y si, hasta yo me subí a un paravalancha, cacé una bandera y los hice gritar a todos: “¡pinchas corazón!, ¡pinchas corazón!”. Y como ni siquiera con eso reaccionaban entonces también me saqué la camiseta y me puse a vociferar la máxima, el grito con el que hasta los muertos se levantan de sus tumbas y la embocan en el arco contrario: “¡Ar-gen-ti-na!”, “¡Ar-gen-ti-na!”. No sé cuánto tiempo estuvimos gritando: yo me quedé afónico y a muchos de los muchachos les caían los lagrimones de la emoción. Pero fue al pedo, viejo. Ni por los colores patrios, por la bandera nacional, aquellos once pataduras eran capaces de hacer otra cosa que tirarla afuera, entregársela a los rivales o jugarla de alto, para arriba, como si fuera un partido entre canguros, en lugar de jugarla a ras del piso, como se debe y como hacen los que saben de verdad. Entonces nos chivamos. Las tribunas se fueron enfriando, los que estaban parados se sentaron, dejaron de agitar las banderas y a partir de allí lo único que se escuchó, de vez en cuando, fue una tos. Yo agarré la bandera que llevaba, la doblé y me la puse debajo del culo, como si fuera un almohadón. Uno armó unos porros, otro sacó unas barajas y nos trenzamos en un truco de seis sin flor, que nos hizo olvidar que estábamos en la cancha, que los pinchas se jugaban la clasificación y que si no ganábamos esa noche, los de Gimnasia nos iban a gastar. Primero fue como un rumor y no le hicimos caso. Después fue más claro y algunos se pararon para ver qué era lo que estaba pasando. Miré para el lado de la cancha y allí seguían esos muertos tirando misiles a Calcuta. Entonces fue que escuché el grito de “¡agarren al chorro!”, que en un partido de fóbal es tan común como ver pasar al que vende café o Coca. Pero ese chorro no era como todos. Lo ví, era un negrazo crespón, flaco y elástico como un mimbre, al que todos querían agarrar y él zafaba cuerpeando para un lado y para otro, agachándose hasta desaparecer en la multitud, para reaparecer luego, varios escalones más abajo, aplicando un empujón aquí, un cabezazo allá, siempre saltando, escurriéndose como si estuviera enjabonado. Uno lo agarró de la camisa y la camisa le quedó en la mano, por lo que el negro siguió su carrera de obstáculos con medio cuerpo al aire, que parecía una estampa de las últimas Olimpiadas. Ya nadie miraba el partió, todos lo seguían al negro y mientras unos lo puteaban por chorro, otros le gritaban cosas como: “dale, no aflojés, cuidado con ese cabrón de la derecha, rajá para aquel lado”. Y cada vez que pegaba una gambeta y eludía a un perseguidor, la multitud lo acompañaba con un “¡oole!”. El negro ya había llegado abajo y la mayoría de los que querían agarrarlo se habían cansado, cuando seis canas, tres de cada lado del pasillo, lo esperaron al pie de la tribuna con los garrotes en la mano y le cerraron el paso. El chorro titubeó, se vio perdido. La hinchada que lo seguía se quedó muda. El negro hizo un amague, como si fuera a gambetearlos, pero no se atrevió. Después midió la alambrada con la vista, como para saltarla, pero advirtió que era demasiado alta y que, además, en la cancha lo esperaban otros policías. Entonces, hizo la heroica. Enfiló otra vez por los tablones para arriba, donde estaban los que lo habían querido atrapar, como quien prefiere entregarse a la justicia popular, pero jamás a la yuta buchona e hija de puta. Y entonces, no vas a creer lo que pasó. A medida que el negro subía, la gente se abría para dejarlo pasar y después volvía a cerrarse para impedir que la cana lo agarrara. Se lo veía trepar sudado, medio en bolas, con el último aliento, la cabecita redonda y motosa, se lo veía cómo se metía entre la multitud y seguía y seguía, mientras la cana, repartiendo palos, luchaba por alcanzarlo y viendo cómo el tipo se les iba cada vez más lejos. Y fue entonces, cuando a los 22 muertos de la cancha ya no los miraba nadie y cuando más de uno de ellos estaba parado en la cancha pero observando lo que pasaba en la tribuna, que empezó a escucharse, primero bajito, después cada vez más alto y más alto, desde los cuatro lados del estadio, el grito que merecía ese negro macho y ladrón y que la yuta no iba a recibir jamás. Porque fue entones que brotó el grito unánime, el que le salía del pecho a la gente, el que le brotaba de los ojos y de los huevos. El grito, pero el grito más grande: “¡Ar-gen-ti-na!”, “¡Ar-gen-ti-na!”