viernes, 18 de enero de 2013

Circo criollo Cómo recuperar las Malvinas Ya es hora de dejar de reclamarles las islas Malvinas a los ingleses y pasar a los hechos para recuperarlas de una vez y para siempre. Los ingleses se burlan de los argentinos; saben que poniendo un par de cientos de soldados en las islas, unos cuantos aviones de guerra modernos, más alguna nave que vaya de aquí para allá con su armamento atómico –real o fingido- la Argentina no podrá hacer otra cosa que repetir sus reclamos, por más que sepa que por ese camino no va a ninguna parte. Y que las Falklands (para ellos), son tan de su propiedad como el Big Ben y hasta pueden darse el lujo, sin correr riesgo alguno, de ofrecerle a su ancianísima reina un pedazo no menor de la Antártida. En consecuencia está claro que esta situación infamante y desmoralizadora, este clima de derrota y desahucio perenne que sucedió a la loca pretensión de recuperar las Malvinas por la vía de la invasión militar, sólo se puede corregir de una manera: tomando por asalto las islas británicas, sepultando a Londres bajo los escombros y haciendo pasear al primer ministro Cameron o al que se encuentre en ese momento al mando, por la Avenida de Mayo, a lomos de un burro y vestido como un payaso de feria. Ahora bien, ¿cómo sería posible llegar a esto, es decir, vencer y dominar a Gran Bretaña en una guerra y además humillarla, si hoy no contamos ni con los medios para poner en marcha la tunelera que habrá de permitir que los trenes del Sarmiento no sigan haciendo estragos entre la población? Y, más, si tampoco contamos con un ejército, ni viejo ni moderno, si a los voluntarios se les siguen proveyendo los Mauser de principios del siglo pasado, si no se compran aviones de combate desde que dejaron de hacerlos a hélice y si, no digamos una potencia, Ghana, esa nación africana, se da el gusto de detener por dos meses y medio la fragata insignia de la Armada Nacional. O sea, así no sólo no se puede pelear y menos derrotar a los británicos, sino que tampoco existe ninguna seguridad de que si se enviara un barco con algo de tropa para combatirlos, éste no se hundiría a mitad de camino, no tanto por la acción del enemigo sino por efecto de la corrosión y la humedad. La respuesta a esta situación humillante, apenas disimulada por los reiterados reclamos ante los foros mundiales, se cae de madura. La Argentina, esa de hoy, la de los súperferiados, de las vacaciones largas y los días de clase cortos: la del déficit, la de la multiplicación, no de los panes, sino de los empleados públicos, la de las inauguraciones truchas y los planes fantasmagóricos, la de las estadísticas amañadas y del “sí señora”; este país ridículo, que tiene por enemigo a un diario, a un periodista, a un actor, es el que le regala muñecas con su figura a la mandataria, la misma, idéntica señora que tiene que viajar al exterior en un avión alquilado, porque si lo hace en uno de bandera teme concluir la gira haciendo dedo y con las mechas al viento. En consecuencia la receta para recuperar las Malvinas, es simple: bastaría con hacer lo contrario de lo que se ha venido haciendo durante años y de manera superlativa estos últimos. La cosa entonces se corregiría, hasta poner al país en condiciones de dar el gran salto, ocupar las Islas Británicas y hacer propias las destilerías de scotch, sin necesidad de acudir a soluciones extremosas ni mucho menos heroicas. Le bastaría, por ejemplo, con promover la inversión, el laburo, la investigación, el estudio: premiando el riesgo y aliviando al sector público y particularmente a la docencia de los faltadores profesionales, y alentando de modo inteligente a los tipos y muchachas que proponen, inventan, producen, arriesgan y se matan por salir adelante. Dadas estas condiciones y acaso algunas más, como embocarla en algún Mundial de fútbol y conseguir que los motoqueros respeten las luces rojas, el país pasaría, de su actual estado de envejecimiento prematuro de tanto darle manija a los jóvenes K, a un crecimiento que dejaría a las tasas chinas así de chiquititas, se multiplicarían los Nobel criollos, hasta los yanquis y los alemanes querrían venir a vivir aquí y muy pronto se estaría lanzando un cohete a la estrella más distante. Aunque más no sea para llevar, también hasta allí, el mate y el dulce de leche. Pero lo más maravilloso de todo es que, llegados a este punto, aunque ya estemos en condiciones de mandar a pique a las islas británicas para recuperar las Malvinas, no va a ser necesario hacerlo. Porque para entonces, puesto el país en ese nivel, el máximo que pueda concebirse, ejemplo para las naciones de América y del orbe, los muchachos de las Falklands, que no son giles, van a ser los primeros en querer cambiarles el nombre y sumar su territorio al nuestro. El reo de la cortada de San Ignacio lanzó un largo suspiro. Tan largo y tan hondo que un tipo se acercó a preguntarle qué le pasaba. “Nada, maestro, le respondió. Solamente que estaba soñando que el país lo gobernaba esa muñeca que se parece a la Cristima”. “¿Y qué tendría eso de bueno?”, le preguntó el otro. “¿De bueno?, repitió el reo. ¿Pero acaso usted acaso no sabe que las muñecas no hablan?”

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