martes, 25 de marzo de 2014

ETRUSCO DESCONOCIDO Para Osvaldo Martínez su padre fue siempre Ambrosio Solimano, aunque supiera que su padre biológico era otro que se llamaba, como él, Osvaldo Martínez. Lo que pasó fue que éste murió cuando Osvaldito tenía menos de 4 años, por lo que apenas le quedó un recuerdo borroso de su progenitor. Alguien tirado en una cama, muy flaco y macilento, al que los dientes parecían querer escapárseles de la cara. Un día, cuando ya había cumplido los cinco, la mamá le presentó a Ambrosio Solimano diciéndole que iba a ser su papá. Ambrosio era mecánico de Lavarropas Martinco, se casó con su mamá y así fue que tuvo dos hermanitas, Sofía, por Sofía Loren y Claudia, por Claudia Cardinale. Cuando los amigos le preguntaban a Ambrosio si no pensaba insistir hasta tener un maschio, lo señalaba orgulloso a Osvaldito y decía que con él tenía suficiente. Lo llevó a la cancha de Boca y lo presentó a los de la barra brava como “Osvaldo, mi hijo”. Y como parte de la familia participó también de las ravioladas de los domingos en casa de la nona Solimano y de las salidas a pescar en la laguna Chis Chis, en el Rastrojero del tío Franco. Ambrosio prosperó y puso un taller para autos en el que, en lugar de poner fotos de mujeres desnudas, puso las de los jugadores de Boca: el Pibe Lazzati, el Gato Mussimesi, el Rata Rattin y una gran bandera azul y oro. Osvaldo entró al taller como aprendiz no bien terminó la primaria, mientras que sus hermanitas tenían fijado un temprano destino de maestras en el colegio de las Ursulinas Descalzas, que estaba a la vuelta. Osvaldo tenía su vida tan señalada como Sofía y Claudia. Trabajaba de día en el taller y de noche estudiaba en una escuela técnica, soñando con que algún día prepararía coches de carrera. Y tal vez hubiera sido así de no mediar una pequeña distracción en su desempeño como mecánico. Debió haber cometido un grueso error al cambiarle la cita de frenos a un auto, tal vez por estar demasiado pendiente de los Beatles y de su versión de The Yellow Submarine mientras hacía su trabajo. Pero lo cierto es que de golpe irrumpió en el taller, fuera de sí, el hombre en cuya unidad acababa de hacer la reparación. Por lo que pudo entender, al llegar a una esquina apretó el freno para evitar un choque y el auto, en lugar de detenerse, fue a dar de lleno contra el triciclo de un repartidor de pan. Y ahora no sólo tenía que reparar la abolladura, sino hacerse cargo también del triciclo y del gallego que lo tripulaba. La reacción de Ambrosio en la ocasión fue la que cambió la historia de Osvaldo. Porque tras escuchar al cliente e individualizar al culpable, le brotó lo más primitivo de su gruesa sangre mediterránea. Lo agarró del pelo y sin dejar de zamarrearlo le gritó: “¡Tenías que ser tan pelotudo como tu padre!” Esa misma noche Osvaldo decidió tres cosas: hacerse hincha de River, seguir la secundaria y rescatar la memoria de su padre biológico. “Mamá –empezó un miércoles a la noche, de sobremesa, aprovechando que Ambrosio había ido a ver box a la Federación- ¿cómo era papá?” “Osvaldo era un buen hombre” –empezó a decir la madre, algo confundida. A fuerza insistir, preguntándole mientras lavaba los platos o cuando salía a tender la ropa al patio, se fue enterando que su padre era del Bajo Flores, hijo de un almacenero que tenía negocio en Zuviría y Carabobo, que un hermano suyo desapareció luego de ser llamado a hacer la conscripción en Covunco, Neuquén; que había sido hincha de All Boys, pero nada fanático. No bien se recibió de perito mercantil ingresó al Banco Provincia, conoció a la que iba a ser su mujer en un baile de carnaval, en el club Chiqué, de Campichuelo y San Eduardo, se casaron, tuvieron un hijo y pocos años después murió, Retratos no se habían conservado porque “Ambrosio es muy celoso”, y tampoco sabía su madre si Osvaldo le daba al balón con las dos piernas o con una sola, aunque sí recordó que era medio patadura para el tango y que se manejaba un poco mejor bailando lento. De aficiones, el mate a la mañana y escuchar los partidos por radio los domingos. Una vez al mes, después de cobrar, iban al cine al centro a ver alguna de aventuras o de llorar y remataban la salida yendo a comer pizza de jamón y morrones a Las Cuartetas. Con el tiempo se cansó de preguntarle a su madre por su primer marido, porque se fastidiaba y cada vez tenía menos que contarle. Además, ingresó a Ciencias Económicas y pasaron a interesarle otras cosas. Y allí se hubiera congelado la investigación de no haber sido, nuevamente, por Ambrosio Solimano. Un domingo partió para la cancha, envuelto en la bandera, con la bolsa de petardos y la cadena; bajo la campera negra llevaba la camiseta que había pertenecido a Lazzati y se cubría con un gorro en el que se leía: “Boca corazón”. Fue la última vez que lo vieron vivo. Esa noche, en el velorio, los barrabravas cubrieron su cuerpo con los colores del club y reconocieron, llorando, que “el Tano” había muerto abrazado a su bandera, con honor. Y que habría de ser vengado. A partir de ese día la familia Solimano se descalabró. Sofía, que estaba de novia con un estudiante de la Universidad Católica y que tenía prohibido salir sola con él, lo dejó para escaparse con un trapecista del Circo de Moscú. Claudia abandonó las Ursulinas Descalzas y se dedicó a modelar. Las últimas noticias dan cuenta de que lo está haciendo en una disco de San Pablo, Brasil. La viuda, desde entonces, participa de un sincretismo particular: no falta a una misa, practica el rito umbanda, cubre de escapularios pecho y espalda y se ha hecho vegetariana. Una noche, mientras masticaba su pascualina en silencio y su madre estaba absorta en el rosario, Osvaldo se levantó, se acercó a ella, la tomó de las manos y le preguntó: “Mamá, ¿cómo era el viejo en la cama?” La mujer huyó despavorida a encerrarse en su dormitorio bajo siete llaves. Osvaldo, al día siguiente, se dirigió a la oficina de personal del Banco Provincia. Allí lo atendió una señorita madura y feúcha, estudiante de psicología, cuya debilidad eran todos los varones mayores de trece años. Quedó entusiasmada con el propósito de Osvaldo de hurgar en sus raíces y buscó con empeño, hasta encontrarlo, el legajo de su padre. Lamentablemente se había perdido la foto, pero de sus pocas hojas surgía que había hecho toda su breve carrera contando billetes en el Tesoro, se había casado, había tenido un hijo y había muerto de leucemia. Nada más. Pero con la ayuda de la empleada, que cada vez que lo veía lo obsequiaba con galletitas dulces y le servía té en su propia taza de porcelana china, ubicó a algunos de sus compañeros. El primero que entrevistó le confesó que no tenía “la más puta idea” de quien era Osvaldo Martínez. Otro lo confundió con un tal González, que había muerto para la misma época. Y un tercero fabuló, dándole cariñosos golpecitos en la cara, que Chiche (jamás le habían dicho así), era un tipo macanudo, más bueno que Lassie y que nunca se había quedado con un vuelto. Después fue hasta el Bajo Flores. Donde había estado el almacén de los Martínez se levantaba una casa de departamentos. La vecina de enfrente los recordaba- “Gente buena, no como la de ahora”, suspiró sin dejar de barrer. Pero a Osvaldito no lo tenía presente. “¿Sabe qué me parece? –agregó apoyándose pensativa en la escoba-. Que los Martínez no tenían hijos. ¿Usted no se estará refiriendo a los Martinoli, del mercadito, que esos sí tenían mellizos?” Preguntó también en un par de bares cercanos, buscando a alguien que hubiera sido amigo de su viejo. En uno lo tomaron para la farra y en el otro lo miraron atravesado, creyendo que era de la yuta. “Mire, aquí somos todos gente honrada” –le dijo el gallego de la caja. Cuando salió lo siguió un parroquiano. Lo paró en la esquina y le dijo que, si había guita, él podía decirle dónde estaba escondido Osvaldo Martínez. La empleada del Banco Provincia lo atrajo una noche a su departamento, diciéndole que había reunido las direcciones de todos los Martínez de Neuquén. Osvaldo ya estaba muy desanimado pero igualmente fue a verla. Cenaron una exquisita colita de cuadril con papas al horno, tomaron una botella de buen tinto y finalmente Osvaldo se prestó a un encuentro sexual de agradecimiento. Después encendió la TV y se puso a hacer zapping. Ella se acercó con una taza de café cuando en un canal mostraban excavaciones hechas en sepulcros etruscos. La cámara se detuvo en la desvaída imagen de un hombre pintada sobre la piedra. Era de tez oscura, pelo y barba muy negros y grandes ojos. A ella se le ocurrió preguntar: “¿Quién sería ese tipo, no?” Y él le respondió con seguridad: “Se llamaba Osvaldo Martínez. Lo que todavía no se sabe es si se trata del padre o del hijo”.

jueves, 20 de marzo de 2014

Circo criollo OJO, QUE SE VIENE MÁXIMO Aunque parezca mentira, dada la acumulación de talento político que hay en el Gobierno, recién ahora a alguien se le ha ocurrido que el pibe Máximo, esto es, el hijo mayor y ya de 37 años, del matrimonio Kirchner, podría lanzarse a la política como lo hicieron sus padres y seguir adelante con el kirchnerismo. Porque, hay que reconocerlo, la muerte de Néstor fue tan impensada y tan sentida que dejó sin respuesta a los sublíderes de esta exitosa derivación del peronismo, hasta el punto que sólo vieron la posibilidad de reelección de la Señora y acaso de la re-re, pero nada más. Cuando allí, en el banco y bien atento, aunque pareciera que siempre estaba durmiendo la siesta, se encontraba la solución: el pibe Máximo. Porque es cierto, carece de títulos y su atractivo personal no es de aquellos que conducen al entusiasmo de las multitudes. Pero ojo al piojo, que es nada menos que el creador e ideólogo de La Cámpora. Y sus ahijados políticos no están sólo para aplaudir en los actos de gobierno y para escrachar a los adversarios, sino que de allí han salido nada menos que el titular de Aerolíneas, el ministro de Economía, el secretario de Comercio y otros pibes que la están rompiendo donde fuera que los llamaran a desempeñarse. Y, lo que acaso sea más meritorio, demandando tan sólo una pequeñísima, casi insignificante parte del Presupuesto Nacional. Pero de lo que no hay dudas es que estos cuasi voluntarios constituyen hoy el núcleo más duro del kirchnerismo. Y, lo que es maravilloso, no parecen dispuestos a dejar, así como así, por el simple hecho de que la Señora ya no pueda con el sillón de Rivadavia y ande dándose golpes en el bocho y doblándose los tobillos, de ser parte integrante y consolidada del Gobierno. Por otra parte Maxi ha cambiado, ha perdido unos kilos y ya no se lo ve tan apegado al siesteo tardío, lo que puede atribuirse a dos cosas: una, a que su pequeño, aún bebé, tal vez sea un gritón insoportable, lo que lo fuerza a abandonar su sofá preferido y lanzarse al exterior con el objetivo –casi siempre incumplido-, de encontrar algo que hacer en esas largas tardes provincianas; y otra, a que alguien le haya advertido de los riesgos implícitos derivados del hecho de que su mamá deje de ser Presidenta. Por ejemplo, que de tantas casas y hoteles con que hoy cuentan gracias a su prodigiosa capacidad de ahorro, mañana se vean en un rancho solitario en medio de la inmensidad del desierto patagónico, debido a la maliciosa persecución de que serán objeto. Y, acaso también, por las investigaciones amañadas entre opositores rencorosos y jueces truchos. En consecuencia su reacción respondería menos a los gritos del marrano que interrumpen su legítimo derecho a la siesta, que a la necesidad de ponerse las pilas y defender los ideales, el honor y también, y por qué no, el patrimonio familiar a partir del 2015. “Maestro –confesó el reo de la cortada, mientras revolvía su café-, le reconozco que estoy preocupado por este muchacho Bergoglio. Si, el que ahora es Papa”. Y agregó: “No sé si le hicieron un favor llevándoselo a Roma”. Y como alguien le preguntara qué lo había llevado a hacer ese comentario, agregó: “¿Pero usted no vio los regalos que le llevó la Presidenta? Es la segunda vez que le regala un termo para el mate. Ahora, digo yo, si el hombre es Papa y no le alcanza ni para comprarse un termo, ¿me quiere decir para qué agarró ese laburo? Si se quedaba acá en una de esas tenía una jubileta, como yo, y vivía como un bacán en la Reina del Plata y no en Roma, que está llena de edificios destruidos que nadie los arregla”.

jueves, 13 de marzo de 2014

Circo criollo JUGANDO EN EL SENADO La oposición, cuándo no, pretende hacer un escándalo por esa foto, tomada vaya a saber por quién, del vicepresidente de la República, Amado Boudou, jugando al sudoku en su computadora mientras se desarrollaba una importante sesión del Senado. Más precisamente la sesión en la que el Jefe de Gabinete, el señor Coqui Capitanich, en un verdadero alarde emocional, respondía a todas (o más bien casi todas), las preguntas que le hicieron los representantes de la oposición. Y acá, en esta crítica o en estas burlas, lo que se detectan son dos cosas: una, un profundo desconocimiento del alma humana (incluyendo la del vice), y otra, una no menos vasta ignorancia de las particulares circunstancias por las que está atravesando el nº 2 del gobierno nacional. Porque, vayamos por partes, como quería Jack El Destripador. En primerísimo lugar y reconozcámoslo de una vez, a los únicos a los que podía decir y no decir, responder y no responder el Coquí, era a la oposición y a los medios adversos al Gobierno. Vale decir nada que pudiera interesar al señor Boudou, no sólo porque seguramente se sabía de memoria todas las respuestas y todos los silencios, sino porque no tenían nada que ver ni con el rock, ni con las motos, ni con las minas- En consecuencia su presencia en el lugar era meramente protocolar, por no decir de adorno. Pero además es tan sabido como que si sigue así Racing no se salva de otro descenso, que carece de sentido que él prestara atención a lo que dijera el Coqui Capitanich, cuando en el Gobierno le dan menos bolilla que a una botella de agua mineral en una reunión de curdelas. Más aún, hasta es posible que haya recibido órdenes expresas “de arriba” de no abrir la boca. Y que si preguntó (ya que puede haber preguntado) ¿y entonces, qué hago?, dado que la sesión prometía ser lunga, le hayan recomendado algún entretenimiento, como el que eligió, pero nunca, como habría propuesto, que se lo viese haciendo un solitario o jugando a las bolitas. Por otra parte y esto sí que es interesante, Amado es, en la lista de funcionarios políticos del gobierno de la Señora, el que parece menos preocupado por el desenlace que pueda tener, ya sea que en el 2015 se los lleven a todos ellos los votos adversos o que apresuren su partida una inflación descomunal y un dólar galáctico. Acaso menos agitado por esa perspectiva que, eventualmente, por terminar en cana, es factible que mientras los demás sueñan con elecciones y alianzas que les permitan seguir chupando de la naranja fiscal, él haya estado concentrado, mientras no fingía estar jugando al sudoku, en algún ranchito que estará levantando vaya a saber en qué playa del mundo o en la Harley en la que llevará en ancas a la reina de la tanga de Abu Dabi. Porque, admitámoslo, no se trata solamente del ninguneo que viene sufriendo desde que asumió, ni de que tal vez haya descubierto que se hubiera visto mejor en una telenovela mejicana que ejerciendo acá la vicepresidencia. Es que la perspectiva de los que hoy son funcionarios de la Señora es más que triste, si advierten que ya sea que aspiren al regreso o a la permanencia en la categoría, deberán competir menos con los que hoy son oposición, que con la propia tropa comandada por el pibe Maravilla de la Señora. O, lo que es lo mismo, a la cola de los de la Cámpora. Lo que, por definirlo en términos futbolísticos, sería como si después de haber pintado como el pibe Messi en el Barcelona, terminara en el banco en Defensores de Belgrano. “¡Qué sudoku ni sudoku!” –se quejó el reo de la cortada de San Ignacio-. ¿Cómo se le ocurre a este hombre hacer eso, mientras el jefe de gabinete hablaba en el Senado?”. “Tiene razón, maestro –lo apoyó otro parroquiano-. Aunque le interesase un pomo lo que estaban diciendo, debió hacer como que prestaba atención”. “Pero no, maestro –lo corrigió el reo-. Lo que tendría que haber hecho, en lugar de practicar ese juego foráneo, es haberse juntado con otros tres senadores, que estaban en Babia como él y armar un truco de cuatro, pero sin canto, para no despertar a los que estaban apoliyando”.

lunes, 3 de marzo de 2014

Circo criollo ¿ELOGIO O ADVERTENCIA? Quienes se hayan tomado el trabajo (que no es tal, porque son muy divertidas), de comparar esta última intervención de la señora Presidenta, inaugurando las sesiones del Congreso, con las primeras, habrá notado grandes diferencias. La primera y principal es que hoy está mucho más suelta que al principio. Lo cual puede atribuirse a una de estas razones. Una, que ya está cancherísima, se le pasaron los nervios, sabe que habla para los giles y en consecuencia le da lo mismo inaugurar estas sesiones anuales que tomarse unos mates con toronjil. Y la segunda, acaso más cercana a la verdad que la primera, sea que finalmente descubrió y aceptó que las circunstancias la superan, que el nietito le interesa mucho más que la Rosada y que un tercer mandato es casi tan imposible como que Gimnasia pueda campeonar este año o cualquier otro. Y en consecuencia ha decidido tomarse el cargo con calma, siguiendo el consejo de los médicos, así como confiar en la sabiduría de su hijo Máximo, que se ha mostrado como todo un talento dirigiendo La Cámpora y poniéndole los puntos sobre las íes a este agrandado de Tinelli. Tal vez a eso y no a ninguna otra cosa, se deba la graciosa expresión que usara para referirse al ministro de Economía, o sea a “Patilla” Kicillof, como se lo conoce en el barrio, a quien le dijo, remedando un viejo aviso comercial, que “es chiquito pero cumplidor”. Lo que no sólo es muy divertido sino que tiene su miga, ya que detrás de esa chanza hay todo un mensaje escondido. Para lo cual basta con recordar a qué se refería el aviso remedado por la Señora, el cual era propaganda, muy pegadiza por cierto, de las pastillas del Dr. Ross. ¿Y para qué servían esas pastillas? ¿Para recuperar la memoria? ¿Para bajar la presión? No, para nada de eso: para evacuar con prontitud o sea que las dichosas pastillas era un remedio extraordinario contra el estreñimiento. Ahora bien, si a alguien le puede parecer que ser mencionado como evacuador forzado de intestinos cerriles es un elogio, allá él, Pero más bien parece, si no una reprimenda, acaso una advertencia. Porque no hay que olvidar que este joven talento es el autor de la última devaluación, de los “precios cuidados” , del pago a los gaitas de miles de millones de dólares por YPF y de un virtual acatamiento a un tope para las paritarias (con lo que el gobierno de Cristina se pondría a resguardo de un “rodrigazo”), es decir de una endeble madeja de medidas destinadas a aliviar el tránsito hacia el 2015 y hasta de darle chances a la Presidenta de elegir su sucesor. Y así evitar que a la Rosada llegue un fulano que no sólo reponga a Colón en su pedestal, sino que se proponga averiguar cosas raras. Por ejemplo, cómo hicieron tanta guita los Kirchner, los Boudou, los Báez, los López y tantos más, para quienes la última década fue, efectivamente, una década ganada. Y no todos, seguramente, como la Señora, por haber sido nada más y nada menos que una abogada exitosa. Por eso la referencia a este otro K como “chiquitito pero cumplidor”, parece un elogio pero bien puede incluir una meta mensaje casi siniestro. Ya que, admitámoslo, que a un tipo lo comparen con una medicación contra el estreñimiento no deja de ser preocupante. Por lo tanto lo que tal vez haya querido advertirle la Señora acaso sea algo así como: “si le errás como a las bochas, los precios cuidados duran tanto como el pan a 2,80 de Guillermo Moreno y los sindicatos nos meten un paro general, vos me evacuás el Ministerio como si te hubieras tomado la célebre y cumplidora pastillita. ¿Entendiste, Patilla?” El reo de la cortada de San Ignacio estaba muy serio y callado, lo que los que lo conocen atribuyeron a la reciente derrota de los Cuervos ante los Millonarios. Pero la verdad de su estado de ánimo se descubrió muy pronto. Fue cuando, en voz muy baja, casi en un susurro, le preguntó al tipo que tenía al lado: “Maestro ¿cómo dijo que se llamaban esas pastillitas?”

sábado, 1 de marzo de 2014

MEMORIA DE UN PEPINO CON GAJOS Por entonces, los años 30, jugábamos al futbol en el potrero o en la calle. Pero en la calle sólo hasta que aparecía “el autito”, esto es, el de la comisaría 11ª. El que era llamado por alguna vecina quejosa de nuestros gritos o de los pelotazos que le amenazaban las plantas o los vidrios de las ventanas. En aquellos tiempos los pibes sólo jugábamos con pelota de goma. Con la más chica, que valía 10 guitas, o con la más grande, que valía 20. Y cuando cualquiera de estas se había perdido en alguna casa del vecindario y la cretina de la dueña no la devolvía, jugábamos con la de trapo. Que se hacía, por lo general, con un bollo de medias viejas. El asunto era jugar, jugar todas las tardes no bien salíamos de la escuela y mamá nos había dado la leche. Pero un día, alguien, no recuerdo quién, descubrió que en el bazar de la esquina de Guayquiraró y Díaz Vélez exhibían, en la vidriera, una pelota de cuero, de aquellas de tiento. Igualita a la número 5, con la que jugaban los profesionales, pero más chica, mucho más chica. Esta era una número 1. Y también nos dijo lo que costaba. Una verdadera locura: nada menos que 1,95. Tanto nos atrajo este relato que todos, en algún momento, fuimos a verla. Y si, allí estaba, flamante, lustrosa y quieta en la vidriera del bazar. Y también estaba, implacable, anotado a mano, en un papel, su precio, ese 1,95 inalcanzable para nosotros. Pero ocurrió lo que tenía que ocurrir. Tanto se habló de esa pelota de cuero en la barra de los pibes de la cuadra, que alguien finalmente soltó la idea: ¿Y si hacemos una colecta y la compramos? De entrada esta propuesta nos pareció una locura. Pero las ganas de tenerla, de jugar con ella, pudo más y finalmente ocurrió lo que tenía que ocurrir. Alguien sacó diez guitas que tenía en el bolsillo, vaya a saber para qué y dijo, resuelto: Vamos, hagamos una colecta. Yo empiezo. Y mostró la moneda en la palma de su mano. A partir de ahí el fútbol en la calle de todas las tardes, con la de goma o con la de trapo, pasó a ser secundario. Porque los pibes pasamos a ocuparnos de lo principal, que era reunir ese peso con noventa y cinco centavos para comprar la de cuero. Y vaya a saber también si, a partir de allí, armábamos nuestro propio club y en unos años estábamos jugando en las canchas grandes, con arcos de verdad, con tribunas llenas de gente y ganando muy buena guita. Como los cracks que eran tapa de El Gráfico. Llegar al peso no fue fácil pero llegamos más o menos rápido. El problema se presentó después. La colecta no avanzaba, llegamos a 1,20, a 1,30, trabajosamente escalamos hasta 1,40, pero después se atascó. El padre de uno de los pibes ganó unos pesos en la quiniela y aportó otros 20 centavos y 5 más puso no sé quién. Pero de allí, de 1,65, no pasábamos y en cambio el que pasaba era el tiempo. Una vez uno, otra vez otro, íbamos hasta el bazar para ver si aún estaba la pelota. Y estaba allí, firme, en la vidriera. Pero todos sabíamos que en cualquier momento alguien la iba a comprar y entonces chau los sueños de jugar con una de cuero, como los profesionales. Hasta que la suerte y Simón, el pibe del ruso que tenía una mercería casi en la esquina de Guayquiraró y Méndez de Andes nos salvó. Para lo cual y en tren de ser fieles a la verdad histórica, Simón los robó. Porque en un descuido del viejo, que dejó la caja registradora abierta para ir al baño (así lo contó él), se hizo de los 30 guitas que faltaban y así llegamos a contar con el peso 95 necesario para comprar la pelota. Si, la primera auténtica de cuero que habríamos de tener para jugar en serio al fútbol y mandar las de goma y la de trapo al desván de los malos recuerdos. Y ese mismo día, el día que completamos la colecta, casi todos los de la barra fuimos hasta el bazar a comprar la pelota, con la guita metida en un pañuelo anudado. Que todavía estaba allí, en la vidriera, como esperándonos. La transacción fue breve. Le mostramos la plata al dueño del bazar, le señalamos lo que habíamos ido a buscar, la sacó de la vidriera, nos preguntó si queríamos que la empaquetara, le dijimos que no y allí nomás nos hicimos de la número 1. Que estaba blandita pero sabrosa. De allí corrimos hasta la bicicletería que estaba a la vuelta, en Díaz Vélez casi Campichuelo, El bicicletero la terminó de inflar y así, con la nª 1 dura como una piedra, nos fuimos a la cancha de Matos para jugar nuestro primer partido con una pelota auténtica de cuero. Pero, cabe decirlo, en recuerdo de la que debe haber sido nuestra primera gran decepción, el entusiasmo por contar por fin con una de gajos y de poder jugar con ella como los grandes, nos duró lo que un lirio, lo que un flato en una canasta. Porque al primer pique en el suelo nos dimos cuenta de lo que le pasaba. No era redonda. Era algo así como un pepino inflado, casi como una de rugby. Le dábamos para arriba y al caer rebotaba para cualquier lado. Era incontrolable, era falluta, el del bazar nos había metido el perro y seguramente por eso había estado tanto tiempo en vidriera. Hasta que caímos nosotros, los giles, con nuestro peso 95 juntado a fuerza de sangre, sudor y lágrimas, más el afano del rusito a su viejo. ¿Y todo para qué? Para terminar jugando, como antes, con la Pirelli de goma o, peor aún, en los tiempos de la más triste mishiadura, con la de trapo, armada con medias rotas y zurcidas mil veces. No sé quién se habrá quedado con aquella pelota, con aquel mal pepino de gajos de cuero y una cámara de goma en su interior. Sí recuerdo que no la volví a ver y que habrá concluido sus días vaya a saber donde, como ocurre con cualquier trasto viejo e inútil. Pero, acaso lo más triste es que, a la vez, con ella concluyó mi sueño (y no sólo el mío), de verme alguna vez en una cancha grande, con pasto y de cara a las tribunas, jugando como un crack, como De la Mata o Peucelle y haciendo, quizá también, un gol de media cancha. Pero con una pelota de verdad, dura y redonda y no con un pepino con gajos, como aquella nº 1 de mi tristísima historia.