Circo criollo
Cristina, Darín y
el reo de la cortada
En el Margot había un
ambiente espeso, de bronca, que se podía cortar hasta con un cuchillo desafilado.
Y el que tenía la cara y el gesto de mayor contrariedad, no era otro que el reo
de la cortada de San Ignacio. A quien, entre una ginebra y otra (algunos dicen
que en eso invertía el medio aguinaldo), se le oía decir: ¿Pero por qué a él y
no a mi? ¿Qué tiene él que no tenga yo, díganme? Y fue precisamente otro
cliente, que estaba sentado en una mesa vecina, quien al oírlo quejarse le
dijo, con franqueza casi brutal: “Maestro, resígnese, él es un actor muy
conocido, aquí y en todo el mundo, lleno de premios y de guita y usted….” Y no
continuó tal vez porque le dio algo así como un ataque de conmiseración por el
reo, el que estaba realmente mal, tal vez como no se lo veía desde que San
Lorenzo perdió la cancha de Avenida la Plata.
La bronca del reo era
explicable, por más que no lo asistiera la razón. Porque es cierto, si hay
alguien contrera en este mundo, especialmente de los K y muy particularmente de
la señora, es el reo. Quien se ha cansado de decir de ella innumerables maldades,
casi injuriosas y seguramente inciertas, allí mismo, en el Margot y que han
tenido la suerte, o la desgracia, de trascender a la opinión pública. Más,
cuando algunos le advirtieron que no se desbocara de esa manera, que fuera más
discreto, porque podía sufrir consecuencias no gratas, se reía. ¿Qué, decía, me
van a mandar la DGI ?
(Él sigue llamándola como antes, del mismo modo que en su pieza del inquilinato
tiene un teléfono a disco y desconoce en absoluto qué es y para qué sirve una
computadora y mucho menos un blog). Porque si me la mandan, agregó, ellos me
van a tener que dar guita a mí, que laburé treinta años para tener esta
jubileta rasposa.
Pero no se conformaba con
eso. A su queja por no haber sido convocado a la Rosada como Ricardo Darin,
tras haberse manifestado el actor extrañado por el desmesurado y rapidísimo
aumento patrimonial de la señora, el reo se despachó con otras revelaciones,
ciertas o inventadas, sobre la buena fortuna de los K, sus parientes, sus
socios y sus amigos, barajando nombres y circunstancias tan graves como
increíbles y solo atribuibles a su particular estado de ánimo.
Al fin se calmó, vació de un
trago lo que le quedaba de ginebra y hasta pidió un café, que dudaron en
llevarle a la mesa, ya que nunca gastaba tanto. Finalmente, luego de un largo
cabildeo en el mostrador, se lo pusieron delante, él le echó la sacarina y
mientras lo revolvía, preguntó, apenas audible. “Maestro, usted que sabe, ¿le
parece que será muy tarde para dedicarme al cine? No digo de galán, como este
mozo Darín, pero en una de esas haciendo un papelito en una película que se
llamase, por ejemplo, “El cartonero de
mi vida” o “La paso como un bacán apoliyando en la vereda”, me llama y nos
sacamos una foto juntos. Así tengo algo para dejarles a mis nietos”. “Pero si
usted ni siquiera tiene hijos, maestro”, le recordó el vecino de mesa. “Bueno
–respondió el reo- todavía…” Y le brillaron los ojos de lujuria.
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