lunes, 4 de febrero de 2013

Circo criollo No hablen mal de los políticos Son increíbles las diferencias que hay entre España y la Argentina, muy a pesar de que aquí se suele llamar Madre Patria a la nación europea. Y véase sino un caso que nadie en sus cabales dejaría de mencionar como paradigmático, aunque no estuviera bien al tanto del significado de esta palabreja esdrújula. Allá, a pesar del frangollo este de la crisis del euro, con una desocupación que mete miedo y con el Messi que no deja de meter goles, pues se sacan los ojos por unas cuentas que han aparecido nadie sabe cómo, y que vendrían a demostrar que los figurones del partido en el poder, incluyendo al que lo encabeza, el señor Rajoy (simpatiquísimo, por otra parte, y dicharachero, justo el que se elegiría como vecino de asiento en un viaje a Tokio en un aparato a hélice), han estado cobrando durante años un poco de dinero en negro. ¡Calma españoles! Que la sangre no llegue al Manzanares. Callen, miren y aprendan. Acá no solamente a nadie asombraría ni le provocaría un pasmo saber que los tipos que gobiernan cobran algún tipo de sobresueldo en negro, sino que no faltarían los que se abrazaran a ellos y los propusieran para que las nuevas estaciones del subte llevaran sus nombres. Y no ocurre esto porque los criollos sean locos, el sol de verano les achicharre los sesos o la humedad se infiltre en sus neuronas. Acá, españoles, el político o el gran funcionario oficialista que no ha duplicado o triplicado su fortuna en estos últimos años, no sólo no es aplaudido por los nativos sino que hasta es mirado con profunda desconfianza. Y en caso de comprobarse que, efectivamente, jamás metió la mano en la lata, ni se cargó una usina hidroeléctrica o una autopista, entonces la repulsa es total y se lo mira como se miraría a un extraterrestre de mala índole y propósitos inconfesables. Y hay más. En la Argentina, como hoy en España, hay tipos que se enloquecen al enterarse de la fortuna acumulada por tal o por cual y dan a conocer su disgusto de diversas maneras, caceroleando, twitteando a troche y moche o insultándolos cuando se suben a una tribuna o se les ocurre, como le pasó recientemente a un popular viceministro, viajar como uno más en una nave de las que atraviesan el Plata. Pues bien, ante esas demostraciones de crispación, de feroz inquina contra esos supuestos malandrines, se está en vísperas (y esto es una verdadera primicia), de lanzar una campaña para que cesen de una vez tales agresiones y los ánimos de la contra se sosieguen de una buena vez. Lo que no obedece a un capricho, ni es señal de complicidad ni, mucho menos, de resignación. Acá, de lo que se trata, es de sentido común. Porque, pensémoslo en silencio y poniendo una mano sobre el corazón: ¿qué funcionario, que político del oficialismo, qué ministro, qué presidenta, va a pensar en irse a su casa en el 2015, si sabe que no bien se baje del helicóptero, abandone el auto con chofer, cruce por última vez la puerta de la Rosada, del ministerio, la gobernación o la intendencia, lo van a mandar en galera? Pero ni el más mamado de los funcionarios públicos, cualquiera sea su rango. Y a la vista está. Ya apareció días pasados un ministro y no de los más exitosos, por cierto, a dar por sentado que nadie, salvo la señora, puede conducirnos por esta senda de éxitos. En consecuencia, chau Constitución, adelante con la reforma y que las urnas canten lo que habrán de cantar, por las buenas o por las malas: Cristina para todo el mundo de aquí a la eternidad. Lo que tiene su miga y grande como un rancho. ¿A qué otra cosa pueden aspirar, acaso? ¿A ir en cana? ¿A volver a laburar 8 horas? ¿A qué los chiflen y les tiren panes cuando los sorprendan en un boliche? No españoles, que nadie hable mal de los que gobiernan, que bastante les habrá costado llevar la desocupación al nivel en el que ahora está y, acaso, les esté doliendo profundamente la fortuna que les ha tocado, esa de estar bien empleados y mejor remunerados. Cierta vez un español, un grande de la literatura, Ortega y Gasset, salió al paso de los criollos que por entonces soñaban, pero sólo eso, con grandes proyectos, diciéndoles: “¡argentinos, a las cosas!” Pues bien, si hoy le fuera posible volver a su país y darles un buen consejo a los españoles, tal vez les diría, con el mismo énfasis que empleara aquí: “¡españoles, a las chozas! Y callando, que así tal vez el duelo pase más rápido”. En el Margot los contreras daban por sentado que la presidenta no sería reelecta en el 2015 y que en unos años más nadie se acordaría de ella. “No maestro, intervino el reo de la cortada de San Ignacio, lanzando un largo suspiro. Fija que la vamos a extrañar”. Y con una mirada dirigida allá, a lo lejos, dijo, casi para sí mismo: “¿Cómo olvidarla cuando hizo el pollito en Angola? ¿Y cuando dijo en Harvard que tenía mucha guita porque había sido una abogada exitosa?…No, no habrá ninguna igual, no habrá ninguna”.

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