miércoles, 13 de febrero de 2013

La inflación, ayer como hoy

 Circo criollo

 La inflación, ayer como hoy  

Cualquier criollo que se precie de tal, el más amarrete, el más rico, el más pobre, todos en fin, guardan, no en un rincón del corazón, pero si acaso como señaladores o en un cajón de la mesita de luz, un menú de billetes viejos. Los que en su momento se denominaron pesos, pesos ley, argentinos o australes. Y también, por qué no, monedas de un centavo, de dos, de cinco, de diez y de veinte, metidas en una lata.  Que a veces sirven para algo. No, desde ya, para comprar nada con ellas, pero sí para que los pequeños hagan bochinche sacudiéndolas  y así se olviden, siquiera un momento, de los jueguitos electrónicos. Esta acumulación de emisiones, de ceros y de metálico, empezó precisamente en los 40, después de varias décadas de estabilidad que pusieron al peso allá arriba, entre las monedas fuertes. Y que, acaso por ello, alguien, tal vez un gaita adicto a la tauromaquia, los llamó morlacos, palabra que designa al toro más grande y más fuerte. Es decir que ya van para 70 años, más o menos, de deslices inflacionarios, leves y agudos, que dan por tierra con el signo monetario del momento y precipitan el ingreso de otro, condenado a igual suerte no bien el Gobierno de turno empieza a pelearse con la realidad. Porque cuando se han creado las condiciones para que los precios y los salarios se disparen,  como ocurre ahora mismo, son al ñudo los candeales y los caldos de gallina, así como también carece de importancia que los medios, señalados de inmediato como de la contra y castigados de diversos modos (como se merecen), salgan a gritar que las cifras oficiales son truchas y que las verdaderas duplican o triplican la inflación oficial. Porque la gente ya lo sabe, los sindicatos ya lo saben y el Gobierno también lo sabe. Sólo que se hace el otario y pretende actuar como si los pesos todavía fueran morlacos. Quienes tienen años, muchos, recordarán al primer Perón. Que aunque supo terminar con la prensa independiente y no sólo la opositora, no existían las computadoras, no se twiteaba, ni se conocían el facebook ni el teléfono celular, y el correo tampoco daba garantía alguna de secreto y privacidad, se las vio negras con la inflación. Y las cifras que se publicaban entonces, influidas por los precios máximos, no reflejaban el costo extra de la mercadería representado por la escasez, el acaparamiento y la especulación. Todos ellos resistentes a las amenazas de llevar presos a los almaceneros que cobraran de más y que, cuando eran sorprendidos, pagaban su delito con 15 días en Devoto. Así como a los actos espectaculares, como la Campaña de los 60 días, lanzada por el mismísimo Juan Domingo desde el Once, de donde partieron, luego de una dura arenga casi de madrugada del General (era adicto a levantarse temprano), un ejército de inspectores dispuestos a derrotar a los remarcadotes de precios de una vez y para siempre. Pero no fue así ni volverá a serlo ahora, aunque la Señora disponga de la cadena de radio y TV a su antojo y castigue con twitts demoledores a políticos, gremialistas y periodistas que se atreven a afirmar que el índice oficial no es más que una fantasía. Y lo mismo cabe para el colérico señor Moreno: sus pretendidos 60 días de paz inflacionaria serán tan ilusorios,  por más que se empeñe, grite y se enoje, como la Campaña de los 60 días del Pocho. (Salvando, claro está, las grandes distancias humanas y de impacto social. A Perón, por entonces, se lo tomaba en serio). La singularidad y consiguiente preocupación de la actual política seudo antiinflacionaria es que, aunque todo indica que estos Rocas, Evitas y demás próceres que ilustran las distintas denominaciones van a ir a parar muy pronto al cajón de los desechos, se insista con esta farsa. Y se intente distraer a la opinión pública con propuestas no menos fantasiosas y risibles. Como el juicio por la AMIA llevado a cabo en el país de los autores del atentado o la pretensión de que Gran Bretaña devuelva las Malvinas porque así se lo pide este gobierno. No se lograría menos prometiendo al primer ministro inglés hacerle chas chas en la cola en caso de negarse a entregar las islas; ni se lograría más, luego de incursionar por Teherán, intentado un acercamiento íntimo con Corea del Norte, ahora que acaba de hacer estallar un artefacto nuclear en casa. “¿Maestro, preguntó el reo de la cortada de San Ignacio, será cierto que los funcios que tenían dólares los vendieron a precio oficial porque se lo pidió la Presi?” Y como le respondieran que creían que si, agregó: “Entonces me parece que a esos tipos habría que hacerles un monumento. ¿O no?” Los parroquianos que rodeaban al reo se miraron entre ellos y finalmente exclamaron: “Si, un monumento al…”  (Y aquí las voces se hicieron confusas).      

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