Circo criollo
La culpa fue
de Clarín
Los actos de vandalismo y el
saqueo de shoppings y supermercados a
que hoy se asiste, han llamado la atención de todos cuantos habitan estas
tierras generosas por dos motivos: uno, por la extrema gravedad de estos hechos,
y otro, por su falta de correspondencia con el momento que vive el país.
Porque, en efecto, las circunstancias extremadamente graves que se vivieron,
por ejemplo, en el epílogo de las gestiones de Alfonsín y De la Rúa , justificaban, hasta
cierto punto, que las hordas vandálicas se apropiaran de calles y paseos, se
introdujeran en los comercios para saquearlos y hasta arriesgaran sus vidas
haciendo frente a la Federal. Pero hoy la situación
es notoriamente distinta. No sólo quien lleva las riendas del país lo hace con
gran idoneidad y derrochando simpatía, sino que la situación del pobrerío se ha
tornado inmejorable a través del pleno empleo, la asistencia generosa a los más
desvalidos, el derroche de fondos y privilegios sobre los ancianos jubilados y
el sinfín de beneficios de que disfrutan todos los habitantes de la Nación , con independencia
de su condición social y su color político (ya que, aunque parezca inverosímil,
aún hay contreras). Y si todavía se ve a gente durmiendo en las calles en ello
no le cabe responsabilidad alguna al gobierno nacional, ya que una encuesta
realizada por el Indec ha demostrado, fehacientemente, que la culpa es toda del
gobierno de la ciudad y. más particularmente, del señor Macri. Que al no haber
renovado, como debería, el mobiliario urbano, hoy no se sabe dónde para el 15
ni el 96, ni ninguna línea de buses, así como no se tiene certeza alguna acerca de cómo se llaman las calles, lo que ha
provocado que muchos vecinos y hasta gente de posibles, no atinen a regresar a sus
confortables viviendas y, vencidos por la impericia municipal, se hayan visto
compelidos a tender unos colchones viejos y mugrientos en las veredas y
pernoctar allí mismo, a la intemperie.
En resumen: si no hay razón
alguna para el saqueo y el vandalismo, ¿por qué se produjo esta vez? ¿Acaso fue
la CGT de Moyano?
¿O habrá que atribuirlo a la profecía maya? No, para nada. Hoy todas las
sospechas y, más que eso, las evidencias, apuntan a un solo culpable, el de
siempre: a Clarín. Y la razón está a la vista. Este diario, así como sus
canales de TV y otros medios opositores (que todavía los hay, aunque parezca
mentira), se han cansado, este fin de año, de multiplicar sus páginas con
avisos tentando a la gente a comprar, no ya un salamín picado grueso para amenizar
el vermú, ni un churrasquito de paleta para poner en la plancha, sino todo un
repertorio, casi obsceno, de plasmas de infinitas
pulgadas, telefoninos que hasta sirven para hablar por ellos, computadoras que caben en la palma de la mano
y otro montón de cosas de la última tecnología, capaces de tentar al más
indiferente de los varones. Y dada la aún incomprensible penetración de ese y
otros medios del capitalismo mendaz en la población nativa, aún en la más
camporista y consustanciada con él, es
que se producen esos brotes de ferocidad consumista, capaces de arrasar, como
lo han hecho, con el shopping más endomingado y hasta con el más chino de los
super de barrio. Es decir, para darle punto final a esta explicación, que este
fin de año hubiera sido tan calmo y feliz como lo sugiere la adhesión universal
e incondicional al modelo, si no hubiera
sido por la presencia nefasta de éste y otros medios generadores de un bien
calculado vandalismo. Pero tranquilos, que esto, en el 2013, no volverá a
ocurrir.
El reo de la cortada de San
Ignacio estaba en el Margot revolviendo
la sacarina de su café y hablando solo. Un parroquiano se le acercó preocupado
y le preguntó qué le estaba pasando. “Nada, maestro –le respondió el reo, pero
sin poder ocultar su nerviosismo-. Es que todavía me queda un billete de cien
mangos de la jubileta, y justo uno con la cara de Evita, y no se qué hacer. Si
ponerlo en un cuadrito, ir a Punta y hacer un zafarrancho en la rula o
comprarme un pan dulce y una sidra”. Pero antes de que su compadre le
respondiera, como si de golpe le hubiera caído la ficha, se levantó de su
asiento y le dijo, mientras enfilaba para la puerta: “Si, ya se, maestro, no me
diga nada, me voy rajando al súper antes de sólo me alcance para el pan dulce”.
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