sábado, 7 de diciembre de 2013

Circo criollo EL NOMBRE VERDADERO DEL RELATO Si había algo que tenía de la cabeza a muchos argentinos era eso de “el relato”. Porque aunque mencionado miles de veces por la Señora como por sus colaboradores y followers, nadie sabía en realidad de qué se trataba. Hasta el punto que algunos, absolutamente equivocados, como puede verse hoy, suponían que el tal “relato” no era más que una sanata encaminada a ocultar la falta absoluta de ideas y de propósitos claros. Pero no, hoy puede decirse, por fin, que el “relato” no es ningún invento de esos que se fabrican a las apuradas para salir del paso, sino que se trata de algo muy serio y con antecedentes muy sólidos, como que se remontan a 200 años atrás. Sólo que entonces no se lo conocía como “relato”, sino que se le daba otro nombre. Si, se lo llamaba simplemente “anarquía”. Ahora bien, ¿por qué el cambio de una palabra por otra? Porque anarquía trae a la mente el recuerdo de figuras que asustan, como la de este señor Bakunin, mientras que “relato” sabe a música, a verso, a literatura y en lugar de evocar a tipos impresentables, como el susodicho, lo ponen a uno de la cabeza recordando a El Eternauta, que andará hoy allá por los cielos, luciéndose con sus sacos cruzados y sus mocasines. Y, sobre todo, a la Señora, que anda por aquí, por Olivos, sólo empecinada en desprenderse de la odiosa estatua de Colón, pero a la que ni se le pasa por la cabeza una repartija a lo bestia de la guita. Además había tipos, como el recientemente desplazado Moreno, que con sus jugarretas estadísticas, con su pretensión de que todo el mundo fuese a comprar al Mercado Central, con su imaginativo surtido de precios congelados, sus gritos y sus amenazas, aunque no lograba ni por pasteles de dulce que aflojara la inflación y que el dólar blue se aproximara siquiera al oficial, contribuía a la confusión general acerca del verdadero significado del “relato”. Pero un nuevo equipo ministerial, presidido por el Coqui Capitanich y una simpática y oportuna huelga de funcionarios policiales en Córdoba, han permitido, por fin, poner en negro sobre blanco o sea en juiciosas letras de molde, el verdadero propósito de la política que, con tanto éxito se viene desarrollando desde hace dos presidencias y media y que no es otro que llegar al cuarto llamado consecutivo a elecciones generales en medio de un batuque generalizado. De esta manera y culminando una tarea llevada a cabo por distintos agentes del caos, como los limpiadores de parabrisas ubicados en las esquinas con su botellita de agua y su servicio ultrarrápido al compás del semáforo; los prolijos cartoneros que despanzurran las bolsas de residuos; los trapitos dueños de calles y avenidas en las que se pretende estacionar los autos; los pibes que ocupan los colegios; los piqueteros que vuelven locos a los automovilistas y, ahora también, los manteros que, con tanta gracia, ocupan las veredas de los sitios más concurridos de la ciudad con su mercadería, se ha llegado, y ya era hora, al programado desbarajuste final. Porque el saqueo de los comercios de Córdoba, en coincidencia con la huelga policial, no obedece, como se ha dicho, a una suerte de venganza contra el gobernador contrera, disimulada a través del recurso del fallo de las comunicaciones o del convencimiento de que los cordobeses debían arreglárselas solos. Nada que ver. Con eso, que derivó en un fuerte aumento de las asignaciones a los policías de la Docta y luego se repitió en otras provincias, como también era de esperar, no se ha hecho más que cerrar un ciclo y una política que no persigue otra cosa que conducir al país por los interesantes caminos de la anarquía. De la que sólo quedarán exceptuados la hotelería, Puerto Madero, un pedacito de Olivos, otro de Plaza de Mayo y la bóveda mayor, esa que se encuentra en Río Gallegos. “Maestro, dijo preocupado el reo de la cortada de San Ignacio, está por llover sopa y a nosotros nos agarra con un tenedor en la mano. ¿Me quiere decir qué podemos hacer los jubilados con la mínima para aprovechar la bolada?” “Pero si hay saqueo, vamos todos maestro. Yo voy derecho al almacén del chino con una bolsa bien grande y me cargo veinte botellas de tinto. ¿Y usted?” El reo de la cortada quedó un minuto en silencio, como pensando y al final dijo: “La verdad, que no se. Pero yo me afanaría a la china, que está buenísima”.

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