viernes, 30 de mayo de 2014

Circo criollo LOS FAVORITOS DEL MODELO Debe admitirse que no es fácil, a esta altura de las circunstancias, imaginarse cuál habrá de ser el mejor legado de este Gobierno. O, mejor dicho, de qué manera y hasta cuándo, se percibirá su influencia en el devenir del país. Porque ya mismo se está viendo que, ya sea que se trate de un firme seguidor o de un contrera bilioso, las conclusiones pueden ser muy distintas. Al proK, por dar un ejemplo cualquiera, pueden resultarle inolvidables los discursos de la Señora, no sólo por su simpatía y versación, sino también porque marcan la cancha. Por lo que si se la siguiera de corazón el país se iría nomás para arriba, como burbuja de buzo. En cambio, el contrera, el facho amargado por los triunfos de la Señora, seguramente lo verá todo ridículo si no canallesco. Verá, aunque no sea así, el país invadido por chorros e inútiles sin abuela, mal gobernado, flatulento de inflación no reconocida pero fácilmente perceptible y hasta sin rumbo cierto. Como si no lo fueran el montón de cosas, que seguramente las hay, para sentirse orgulloso y, sobre todo, tranquilo, más allá de algún muertito en un afano, un piquetito empeñado en no dejar pasar por la 9 de Julio, un breve apedreamiento en la ruta para chorear a los automovilistas o el descarrilamiento de un tren, pero de carga, para llevarse la mercadería. Así como otras pequeñeces, tales como el calificado crecimiento del expendio de merca, con el apoyo de las fuerzas de seguridad, que tanto contribuye a la caída en la venta de los dañosos cigarrillos. Sin embargo ninguno de esos ítems, con ser importantes, marcan lo que acaso signifique el punto más alto de la gestión KK (ya que se trata de la que tuvieron, en continuado, Néstor y su señora esposa). Y lo curioso del caso es que la revelación no vino de una de las exitosas gestiones que está llevando a cabo el pibe Kicillof; tampoco de una de las sagaces intervenciones del hijo de la señora y mucho menos de algo dicho por el Coqui Capitanich en una de sus simpáticas intervenciones mañaneras. La fuente, el impacto esclarecedor provino así, de golpe, del sitio menos esperado. Porque me hallaba paseando por Rivadavia, un sábado a la tarde, deteniéndome aquí y allá, para contemplar las maravillas que ofrecían los manteros cuando, de pronto, la revelación: un mantero que se estaba instalando en ese mismo momento en el ancho veredón de la avenida, sin dejar de aleccionar a su parejita acerca del mejor modo de acomodar la mercadería, se aproximó a una columna que tenía a sus espaldas y de allí colgó un cartel, cuidadosamente realizado con tinta china, en el que se leía con toda claridad: “Basta de trabajo esclavo”. Lo leí, lo releí y allí mismo, como si se tratase de una revelación milagrosa, de golpe lo entendí todo y pude decirme: Gracias Señor (y Señora), ahora sí que puedo decir que he recibido el mensaje K, el que estaba esperando, el que se me escapaba, por más que era más que evidente. Porque ahí, en ese mismo momento y para siempre jamás, descubrí lo obvio, lo que me estallaba cada día ante la vista pero no alcanzaba a comprender. Porque el fin del trabajo esclavo era, sigue siendo y sin duda será durante muchísimos años, gracias a los K, el ideal perseguido por multitud de argentinos. Comenzando por los simpáticos manteros, que ya han invadido las veredas de las principales zonas comerciales de la ciudad; siguiendo por los no menos entrañables trapitos, que tan bien cuidan los autos estacionados; por los cartoneros, implacables en eso de recoger de los tachos todo lo reciclable; los limpiadores de parabrisas, que viven una vida agitadísima y divertida al ritmo de los semáforos; los malabaristas y otros prodigios circenses, que tan bien contribuyen al entretenimiento de los conductores cuando les toca esperar que el semáforo pase del rojo al verde: y también, por qué no, los motochorros, los sicarios, los que transan merca, los que arrojan piedras a los autos que pasan para afanarlos y tantos otros que ejercen oficios nuevos y sin el baldón de debérselo a terceros, de cumplir horario ni de fichar su presencia. Es decir tipos realmente libres y prósperos. Y en un contexto tan propicio que cada día aparecen nuevos ejemplares, como el que ayer, sentado en el umbral de una institución bancaria, me abrió la puerta de acceso al cajero automático antes de que yo alcanzara a pasar la tarjeta, gesto que acompañó con esta graciosa expresión: “Maestro, ¿me da una moneda?” Lo que me llevó a pensar, mientras me llevaba la mano al bolsillo, que de acá a unos años este buen hombre será sin duda millonario y hará feliz a una esposa y chocha a una mamá. Acaso la única duda que me quede, en este listado de los que buscan el camino del éxito sin resignarse al trabajo esclavo, es este: ¿debería contar o no a los muchos que sorprendo durmiendo en la vereda, al sereno, con colchón o a veces también sin él? Por suerte la respuesta es fácil: sí hay que incluirlos, ya que se trasluce en todos ellos un aire de satisfacción y un empilche que habla bien a las claras de que también se trata de favorecidos por el modelo. Y que mañana y si no es mañana, pasado, los veremos pasar por Libertador tripulando un cochazo de chiquicientos caballos y al lado de una rubia despampanante. “Pero si los de la Cámpora –dijo un tipo en el Margot- son todos empleados públicos”. “Si maestro –reconoció el reo de la cortada de San Ignacio- pero lo hacen por obediencia partidaria. ¡Y no sabe cómo sufren con el trabajo esclavo!”

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