viernes, 1 de noviembre de 2013

Circo criollo LA ALEGRÍA DEL DÍA SIGUIENTE Es cierto que el país da para todo y que aquí el que se aburre es porque vive en una cabina de ascensor en desuso. Esto viene a cuento por algo que ocurrió hace muy poco, el domingo 27 de octubre, cuando asomaban las primeras sombras de la noche. Cualquiera hubiera dicho que tras las elecciones de ese día, en las que el oficialismo perdió hasta por paliza en los puntos más importantes del país, en el bunker del gobierno todos habrían de llorar a lágrima viva. No solamente porque el resultado alejaba totalmente la posibilidad de la re-re, terminaba de una vez con el relato y sepultaba al kirchnerismo, al menos hasta que el nietito de la Señora estuviera en condiciones de rescatar la memoria de sus abuelitos presidentes, sino que implicaba algo aún más grave: que a todos los que hoy son ministros, secretarios y demás altos funcios del gobierno, así como a los pibes de La Campora, los ponía ante la eventualidad de ganarse los garbanzos laburando, salvo que hubieran hecho buen acopio de dólares, euros, oro amonedado, propiedades aquí y en el exterior y demás factores que distinguen al tipo próspero del seco. Sin embargo aquella noche no sólo no hubo lágrimas ni lamentos, intentos de suicidio o migraciones en masa a Basilea o Miami, sino que, muy por el contrario, aquello fue un jolgorio, un derrame de discursos victoriosos y de aplausos interminables, no obstante no advertirse que hasta allí hubiera llevado alguien bebidas de alta graduación (whisky, vodka, cachaça).y mucho menos merca de la dura. Pero hubo que esperar menos de 24 horas para entender la razón de tan peculiar comportamiento, luego de la golpiza del domingo. Seguramente los protagonistas de esa extraña actuación no estaban pensando solamente, como se dijo para justificarlos, en los crueles padecimientos que, a causa de la intrusión quirúrgica en su cabeza, estaba padeciendo la Señora. Es decir, no estaban expresando una alegría destinada a encubrir las lágrimas, sino que estaban en autos de algo de lo que la opinión pública recién se iba a enterar al día siguiente: la constitucionalidad de la ley de medios determinada por la Corte Suprema, lo que significaba el triunfo definitivo sobe el grupo Clarín y, por ende, su desguace. Es que a partir de esto no sólo otro clima que el destituyente entraría a reinar en el país, sino que la gente, antes envenenada por aquel medio, pasaría a creer a pies juntillas en el índice oficial de inflación, dejaría de preocuparse por la caída de las reservas, participaría nuevamente del placer de crecer a tasas chinas, odiaría a los fondos buitres como jamás odió a nadie, incluyendo al novio de su mamá, y pasaría a vivir en perpetuo estado de felicidad, aceptando la re-re y hasta la belleza son límites de la Señora en calzas, hasta pasados los 80. Y, ya sin Lanatas y otros macaneadores sin abuela, los medios liberados pasarían a integrar la gran cadena de la felicidad que surte al hoy menguado pueblo K, poniendo en manos de sus amigos, no acaso toda la opinión pública (algunos recalcitrantes continuarán leyendo La Nación y Noticias), pero si ese caudal de avisos con que seguramente sabrá apoyarlos el Fisco, para que mantengan airosamente los colores de la verdad, esto es, de los K. “Confieso –dijo el reo de la cortada de San Ignacio, apurando la ginebra que aún quedaba en el fondo de la copa- que la derrota del Gobierno me puso triste, porque pensé que se iban a tener que ir”. “¿Y por qué?” preguntó desconcertado el fulano con el que compartía la mesa. “Yo creía que usted era de la contra. ¿O no?” Entonces el reo, mirando a la distancia o acaso a las muchachas que pasaban por la vereda, agregó: “Maestro, es cierto, gobiernan para el demonio, no aciertan ni a las bochas, pero dígame, con el corazón en la mano y aunque cobre la mínima: ¿alguna vez se rió tanto como con la foto de Boudou en la moto?: ¿y con el pan de Moreno a 2,80? Y nunca, pero nunca se habrá reído tanto como cuando la Señora hizo el pollito en Angola. No –terminó triste y acongojado- fija que los vamos a extrañar”. Y a continuación se puso a entonar, muy bajito, aquello de “no habrá ninguna igual, no habrá ninguna…”

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