sábado, 16 de noviembre de 2013

Circo criollo EL MONUMENTO QUE AÚN FALTA El retorno de la señora Presidenta a la Rosada promete ser espectacular. Porque en este más que largo mes que le ha demandado su convalecencia ni un minuto, ni siquiera un minuto, ha dejado de pensar en los graves problemas que la aguardan y que sus desdichados colaboradores, empezando por el vice, no han sabido resolver de ninguna manera. Es decir que olvidando por un momento las recomendaciones de los facultativos, que le han prescripto mucho reposo y, si por ellos fuera, hasta nula participación en los asuntos de gobierno (lo que sólo dejaría a su arbitrio la elección, a la hora de la merienda, del té o del café liviano), se lanzará, aunque en ello le vaya la vida, a atender y dar solución a los grandes temas pendientes. Esto no incluye, al menos por el momento, el problema cambiario, para el cual basta con su afirmación, en vísperas de ser internada, de que el cepo no existe, ya que ella, cuando viajó al extranjero, se encontró con un montón de criollos que gastaban alegremente sus dólares. Tampoco el de la inflación, no sólo porque cree ciegamente en las cifras del Indec y no en las truchas que aparecen en los medios opositores, sino porque no el controvertido Moreno, sino sus mismos hijos y casi casi hasta su pequeño y aventajado nieto, le han dicho una y mil veces que, por más que gasten, les sobra la plata. Lo que demuestra fehacientemente que los precios no se mueven y que, si lo hacen, es a la baja. Y por último, ni piensa en darle cabida, dentro de sus preocupaciones, al baqueteado tema de la inseguridad, ya que si ha habido y hay alguien expuesto a la labor de los pungas y demás malvivientes es ella, precisamente, ya que siempre se ha movido entre multitudes y sin custodios. A pesar de lo cual jamás le faltó ningún Rolex, ningún anillo, ni supo, en sus vuelos entre Olivos y la Rosada, de algún motochorro que haya pretendido asaltarla. Por lo que, a su regreso a la Rosada piensa ocuparse, en primer lugar, de lo más importante. Lo que incluye, como objetivo primordial, la remoción definitiva de la estatua, hoy yacente, del gran genocida Cristóbal Colón, y de su reemplazo por la de doña Juana Azurduy, acaso la mujer que ella misma hubiera querido ser de haber nacido algunos años atrás. A pesar de que entonces no se conocieran el helicóptero ni el delineador de párpados, fuera imposible dirigirse al pueblo a través de la cadena nacional y criollos y españoles se peleaban por Potosí pero no por Calafate. Lo que vendría a demostrar que las muchachas de antes podrían ser muy valientes, pero de negocios no entendían ni jota. Pero Colón, una vez justamente erradicado del trasero de la Rosada, habrá de constituir nada más que el prólogo de la segunda lucha en la que la Señora va a poner todas sus fuerzas y hasta arriesgar su salud, si es necesario. Porque a pasos de allí y justamente mirando, mal, a la Casa de Gobierno desde su pedestal, se encuentra Juan de Garay. Quien no sólo era un genocida de cuidado, como todos los conquistadores que pusieron el pie en América, sino que es el fundador, nada menos, que de la ciudad de Buenos Aires, bastión opositor si los hay y entregado actualmente al macrismo. Lo que duplica o triplica las razones para sacar su estatua de allí e instalar o la de Maradona, como pretendió en algún momento el diputado Cabandié o la del Indio Solari, con lo que se haría un doble homenaje a los pueblos originarios y al fervor popular. En el Margot se suscitó una discusión. “Está bien, –dijo uno- sacamos a Garay que era un genocida sin abuela ¿y a quien ponemos?” Sólo le respondió un largo silencio, interrumpido finalmente por el reo de la cortada, que dijo: “¡Paren las máquinas! ¡Ya lo tengo! Ahora que las relaciones con los yoruguas no andan muy bien y para eliminar asperezas, ¿por qué no levantamos allí el monumento a los charrúas que se morfaron a Solís?”

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