lunes, 30 de septiembre de 2013

Circo criollo LA GRAN REVELACIÓN El de las vocaciones es todo un tema. Si el tipo le chinga y agarra para el lado equivocado, puede llegar a armar un desastre. Fíjense, si no, el caso de este muchacho Adolf Hitler. El tipo pintaba para pintor, tal vez no un Da Vinci y tampoco un Picasso, pero se la habría rebuscado haciendo un paisaje tirolés aquí, una casita en medio del bosque allá y acaso habría terminado, como tantos otros germanos, pintando paisajes de Bariloche abrazado a una morocha argentina y comiendo milanesas a la napolitana. Pero no, agarró para el lado de la política y no sólo terminó en un bunker con olor a sobacos dándose un balazo en el mate, sino que además le cortó el futuro a millones de fulanos que nunca twitearon, ni tuvieron la oportunidad de conocer el celular y, desde el bus, llamar a la patrona para decirle: che, Negra, poné el bife en la plancha que en cinco minutos estoy por allí. Y, como acabamos de descubrir los argentinos, algo parecido, pero por suerte no idéntico, nos ha ocurrido a nosotros. Porque viendo cómo van las cosas por el lado de la inflación, de la política, de la energía, de las relaciones con el mundo, de la deuda, de las reservas, de las inversiones, de los jubilados, de los piquetes cortacalles, de los chorros y de los pibes tomacolegios e incendiaiglesias, cualquiera podría llegar a decir que el que maneja los hilos de la Nación o vive en otro país o está acá pero de paso y pensando en radicarse en Miami en cualquier momento. Pero no, gracias a un reciente reportaje que le hizo, a su pedido, un periodista del espectáculos a la Señora, se advierte con claridad meridiana que la culpa de todo lo que nos pasa no reside estrictamente en ella, sino en que, por motivos que alguien tendrá que explicar, le erró a la vocación. Como Hitler. O como el pibe Bush, que fue dos veces presidente de los Estados Unidos, que metió al país en una guerra desastrosa y que, según parece, hubiese sido mucho más feliz y le hubiera causa menos trastornos a los yanquis si hubiera seguido los dictados de su corazón, que no eran otros que el de ser heladero, de los de carrito y que van por las calles voceando: “Helado, helado, a los ricos helados de crema, chocolate, frutilla y limón. ¡A los helado, vamo que me voy!” Por suerte en el mencionado reportaje se advierte, con claridad meridiana, que la vocación de la señora andaba por otros lados que por la política y, mucho menos, por la economía y las relaciones exteriores Tampoco se la advierte muy lista eligiendo a sus colaboradores, ni creando engendros como La Cámpora, que viene a ser como una versión light de los montos, pero que ni siquiera sirven para controlar los precios en las góndolas de los súper. En cambio, lo que si mostró, hasta un grado superlativo, fue su capacidad histriónica, su facilidad para pasar del buen humor al llanto, del enfoque serio a la chanza y hasta a la risa franca, todo en un contexto cuidadamente profesional y digno. Es decir, como si se tratara de una exigente audición para aspìrar a un bolo en la tele. ¿Por qué entonces se dedicó a la política, cuando podría haber brillado en la calle Corrientes? Vaya a saber. Tal vez la culpa la tiene el finado que se la llevó a Santa Cruz para seguir haciendo guita (lo que parece que formaba parte de la tradición familiar) y para escapar del ambiente pesado que por entonces había en La Plata. Y (el amor es ciego y a veces también sordo) allí formó una familia, pelechó y tampoco le fue mal, como que llegó a Presidenta. Pero no todo fue bien, aunque pueda tener cuenta en Suiza y hasta en las Seychelles, si se le antoja. Los criollos estamos en el horno y la calle Corrientes se perdió una diva, El reo de la cortada de San Ignacio terminó su café y mirando a lo lejos, hacia la calle, lanzó un hondo suspiro. ¿En qué piensa, maestro?, quiso saber un parroquiano que estaba en la mesa de al lado. El reo no contestó de inmediato. Volvió a suspirar y al fin preguntó, pero a nadie en particular, como si hablara consigo mismo: ¿Cómo le quedarán las calzas a Victoria Donda?

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