martes, 2 de julio de 2013

Circo criollo HAY QUE TENER PACIENCIA Algunos se preguntan porqué, a pesar de que la Justicia no le haya dado el OK, la señora presidenta hizo nomás sacar la estatua de Colón de su pedestal, por lo que hoy yace en el suelo, tan tirada como un billete de cien pesos. Y la respuesta es muy fácil: porque estaba harta de que a cada cosa que proponía le dijeran que no. Por fin, entonces, pudo darse el gusto en algo y hasta sentir que el pajarito Hugo Chávez la aplaude. Más aún, su traslado a Mar del Plata ya pasa a ser un asunto menor y tal vez ocurra lo mismo con la instalación, en lo que fuera Plaza Colón, de la estatua de Juana Azurduy. Es que acaso sueñe con que, algún día, el monumento a la Cristina ocupe ese lugar. Junto con otro, más bajito, de Él. Porque hoy los inútiles que la rodean sólo le ofrecen pequeñas venganzas, como echarle los perros de la AFIP a Lorenzetti o disputarle el rating a Lanata con fútbol de primera. Cuando tal vez hubiera sido mucho mejor enviarle a Lorenzetti a Fito Páez para que le cantase su versión soul del Himno nacional, tantas veces como fuese necesario, hasta provocar su suicidio mediante la ingestión, sin agua, de la Constitución Nacional. Y para dejar KO al gordo periodista la alternativa no era el fútbol, que desde que está Gimnasia en la “B” no lo ve nadie, sino la emisión, en el mismo horario y por toda la cadena, de los discursos de la Señora y de sus mejores actuaciones. Como la que protagonizó en Angola (inolvidable el batir de las alitas de pollo) y, más reciente, la que tuvo el Día de Bandera (no menos recordable su gestualidad, balanceándose al ritmo del Himno, tal como lo hubiera ejecutado Blas Parera de haber vivido hasta hoy, opa, sordo y canijo). Pero acaso el mayor disgusto no se lo han provocado ni la Corte ni Periodismo para Todos. Así como tampoco Moyano y Caló, que nunca se sabe cuán lejos o cuán cerca se encuentran uno del otro, es decir, si van a ir al choque o al abrazo peronista. Aunque a Daniel Scioli lo tiene a los cachetazos, deseando que abandone el kirchnerismo de una buena vez y vuelva a las lanchas veloces pero insumergibles, éste no sólo se muestra fiel como un oso amaestrado, sino que con su actitud le ha dado alas y también muchos votos a Massa, el de Tigre, que promete llevarse puesta la Provincia. En este contexto desalentador haber bajado de su pedestal a Colón es, si se quiere, un consuelo menor, apenas una pausa en la cadena de sinsabores por la que está atravesando, mientras se distrae escribiéndole al Papa por la red como si hubiesen ido juntos a la escuela. Y escuchando a De Vido y a Moreno, uno que le asegura, con los dedos cruzados, que este invierno no faltará gas, y el otro que le afirma, agarrándose vaya a saber qué, con la mano izquierda, que hay trigo de sobra y que tiene las medialunas aseguradas en los desayunos de Olivos. En consecuencia que mal harían Mauricio Macri, o la Justicia, o quien sea, en exigirle a la señora Presidenta que vuelva todo a fojas cero, reponga al Gran Almirante en su pedestal y se olvide de remitirlo a Mardel, donde parece que ya tienen uno. Porque si no consigue este triunfo, aunque sea pequeño (pero algo oneroso, según cantan los que lo depositaron en el suelo), vaya a saber en qué puede derivar sus angustias de casi inminente “pato rengo”. Tal vez redoble sus pretendidos contactos con el Sumo Pontífice y lo invite a tomar un chocolate en el Tortoni o le dirija un mensaje al presidente de los Estados Unidos, encabezándolo así: “Che, Negro…” El reo de la cortada de San Ignacio volvió de su incursión por Castelar, donde habría de verse con una señorita cuarenta años menor que él, con un humor de perros. “Arriesgué mi vida en el tren por nada –fue lo primero que dijo-. Y además le digo que nunca más le hago caso a los mensajes por Internet”. Y como le pidieran que aclarase sus dichos, agregó: “Pero si es cosa de volverse loco, maestro. Resulta que no sólo era más vieja que yo, sino que sus nietos fueron los que me abrieron la puerta”.

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