domingo, 14 de junio de 2015

Circo criollo UNA VIDA ENVIDIABLE

Circo criollo UNA VIDA ENVIDIABLE Aníbal Fernández no por nada es Jefe de Gabinete. A quienes se consiste en vender anteojos de sol y baratijas. Es decir aquí, hoy, el que respondió como a él le gusta, con sólidas razones, con cifras irreprochables. Porque, en efecto, la pobreza en el país es menor a la de Alemania. Lo que está a la vista. Aunque es cierto, hay algunos tipos durmiendo en la calle, lo que parecería indicar que no tienen laburo. Pero más allá de que pueda tratarse de un montaje de la oposición (como otros tantos), es indudable que aquí (como no ocurre en Berlín y mucho menos en Munich), todo el mundo, si tiene ganas de hacerlo, trabaja. Y sinó que lo digan los trapitos, los manteros, los que limpian parabrisas en las esquinas, los que hacen juegos malabares en cualquier cruce de calles, los que venden sanguches en las veredas, los cartoneros… ¡Y ni qué hablar de los pungas, que viven como reyes! Si hasta los senegaleses, no bien ponen un pie en BiEi y sin haber aprendido todavía el idioma, ya cuentan con ese magnífico laburo que consiste en vender anteojos de sol y baratijas. Es decir aquí, hoy, el que quiere trabajar trabaja y la pasa bomba, incluso los pibitos que, en lugar de perder el tiempo en la escuela o pateando la redonda o la de trapo en algún baldío, deciden voluntaria y juiciosamente contribuir al bienestar familiar laburando ocho o diez horitas en algún tallercito, de esos que proveen de excelente material a La Salada y a las saladitas que luego se desplegarán por las veredas de la urbe. Con qué satisfacción, día pasados, desplegaron una bandera, la del “Sindicato de vendedores libres”, quienes habían tendido sus trapitos, juiciosamente colocados sobre papeles, en la vereda de Rivadavia y Avenida La Plata. Libres si, como los pajaritos, esto es, sin patrones, sin horario, sin obra social, sin jubilación, sin días feriados, sin nada en fin, más que lo que les pueda dejar la venta del día. Que deberá alcanzarles para comer, para pagar la pieza, para mandar los pibes al cole, para la tele, para el celular, para... “Y yo –masculló el reo de la cortada de San Ignacio, mirándolos con envidia a través de la ventana del café en el que estaba tomando un cortado-, como un gil, como un otario de cuarta, laburando durante más de 30 años, para no tener hoy más que una piojosa jubileta”. “Mire –le recordó el vecino de mesa- que hoy hay muchos que apoliyan en la vereda”. El reo lo miró un rato y luego agregó, con bronca: “Esa es otra puñalada que me da la vida. Yo nunca pude dormir en la calle. Lo más, en pleno verano, ¿vio?, tiraba el colchón en el patio, aunque la patrona me tirara la bronca. Pero apoliyar en la vereda debe ser lo máximo”. ¿O no, Aníbal?

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