jueves, 24 de julio de 2014

Circo criollo CÓMO HACER PARA QUE SE CALLE Es triste, pero es así: sólo la medicina puede salvar al partido K, al relato, a la Cámpora y a los millones de seguidores del actual modelo, de una pronta, segura y hasta jocosa extinción. Porque no es que la señora Presidenta haya sido, en algún momento, un dechado de sabiduría, ni que se bebiera de su boca, como de la de Ciceron y otros grandes de la palabra. No, no se trata de eso. Pero lo que se advierte hoy, tal vez a causa del paso de los años, de la sorpresiva llegada de la abuelidad (que suele venir con cierta chochera) o del cansancio propio de tan largo ejercicio del cargo, es que no hace más que meter las de andar cada vez que abre la boca. Como pasara recientemente, en ocasión de la tardía renovación de los trenes del Sarmiento. Cuando no se le ocurrió nada mejor que asociara los tipos que en los viejos vagones viajaban como cerdos, arriesgando sus vidas, aferrados a las puertas abiertas porque adentro ya no cabía ni un alfiler, con tipos que lo hacían por gusto, al solo efecto de refrescarse. Lo que hizo que los deudos de la tragedia de Once se enfermaran de bronca. Y tampoco anduvo bien encaminada, hay que admitirlo aunque duela, cuando aseveró que la Argentina ya había pagado las deudas que tenía con los acreedores, lo que debe haber desconcertado no sólo al juez Griesa y a los mismísimos buitres, sino también a los criollos que se encontraban, en ese mismo momento, negociando en Nueva York para que el país no llegara al default. Lamentablemente el único recurso que se ha mostrado, hasta ahora, capaz de frenar ese caudaloso apego por la afirmación disparatosa, por el dislate, por la ocurrencia alocada, es el malestar físico, ya sea debido a un mal golpe o a alguna dolencia. Pero en cuanto se libera de ese contratiempo, la ponen frente a un micrófono y la rodean sus fieles aplaudidores, ahí mismo se desata y embiste sobre el sentido común como el Quijote contra los molinos de viento. En consecuencia y dado que a alguien que ha llegado al lugar que ella ocupa, no se le puede andar escondiendo los micrófonos, ni basta para que no hable con decirle que lo que está inaugurando, es la tercera vez que lo hace, no queda otra que recurrir a la medicina y a los médicos. A los que tal vez prometiéndoles que algún día una calle llevará sus nombres o pasándoles el celular de Viki Xipolitakis, se logre que la tengan permanentemente convencida, al menos hasta que le toque entregar el sillón, que padece algún mal que requiere, para curarse, de un largo, larguísimo silencio y de una nula presencia ante las cámaras. Con lo que acaso lograse llegar al fin de su mandato sin incurrir en nuevos y desconcertantes bloopers televisivos. El reo de la cortada de San Ignacio estaba indignado. “¿Cómo se les ocurre –dijo- mandar a negociar con el viejo ese y con los buitres, a un tipo al que le dicen “el soviético” porque no usa corbata?” “¿Y usted a quién hubiera mandado, maestro?”, le preguntó uno. Y el reo respondió con autoridad: “¿Yo? A un jubilado con la mínima. Fija que si les dice lo que gana los buitres se ponen a llorar, terminan allí mismo el pleito y hasta le ponen unos dólares en el bolsillo para que no se vuelva caminando”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario