sábado, 18 de mayo de 2013

LOS SECUESTRADORES Acto único Escenario: El sótano de la vivienda de los Martínez. Un sitio algo oscuro y lúgubre, ya que la única luz proviene de un par de lamparitas suspendidas del techo por sus respectivos cables. Una escalera, rematada en una puerta gris, conecta este ambiente con el resto de la casa. Al sótano han ido a parar todas las cosas en desuso, más numerosas cajas de cartón de contenido incierto. Pero también hay una cama turca, prolijamente tendida, así como una mesa, un televisor viejo y pequeño sobre un banquito de cocina, un par de sillas y un balde de plástico, que parecen haber sido colocados allí más recientemente. Al levantarse el telón Marcelo Martínez, sentado en la cama, está mirando TV mientras chupa de un mate que ceba con agua de un termo. Cerca de él Mónica, su mujer, teje lo que parece ser una bufanda. Marcelo: (dando un puñetazo en el aire). ¿Pero lo podés creer? ¿Lo podés creer? Mirá la hora que es. Mirá. Y este cretino que ni llama ni sabemos nada de él. ¿Hasta cuándo, me querés decir? Mónica: (Igual) Shh, calmate Marcelo, calmate. Ya llamará. Dijimos que íbamos a esperar tranquilos. Marcelo: Feliz de vos que podés esperar tranquila. Yo no puedo. Mónica: Yo estoy tan nerviosa como vos. Ya te he dicho que hace dos noches que apenas si puedo cerrar los ojos. Marcelo: No parece. Mirate, tan tranquila tejiendo. Y yo no sé ni lo que estoy viendo. Mirá, estaba mirando un programa de dibujitos. Y ni cuenta me di. Mónica: Marcelo, vos fuiste el que ideó todo. Y si vos, justo vos, te ponés nervioso, esto se va a ir al demonio. ¿Sabés por qué yo estoy más tranquila que vos? Porque yo pienso: si no sale hoy, tal vez sea para mejor o salga mañana. Y si lo agarran, lo agarran a él y no a nosotros. Marcelo: Estás diciendo una simpleza que no tiene nombre. ¿Vos creés que si lo agarran no va cantar? Mónica: Que cante, es su palabra contra la nuestra. ¿Quién le va a creer a semejante vago? Eso, pensando en que lo agarren. Marcelo: ¿En qué otra cosa pensás? Mónica: No sé, pero tengo entendido que Miralles anda siempre armado. Que en la guantera de la cuatro por cuatro tiene siempre una pistola. Marcelo: Vos sabés mucho de Miralles, ¿no? ¿Estuviste en su camioneta? Mónica: ¿Vas a empezar otra vez? (Largo silencio. El trata nerviosamente de hallar un programa en la TV, mientras ella vuelve al tejido). Marcelo: ¡Carajo! (Apaga la TV y se pone a caminar por el cuarto). Mónica: Fue por eso que lo elegiste a él. Marcelo: ¿Qué? ¿Por qué? ¿Qué estás diciendo? Mónica: Creés que me acuesto con él. Marcelo: (La enfrenta) Creí que ya lo habíamos hablado. Mónica: Ajá. Marcelo: No sé. Más, no me interesa si te acostás con él o no. No sé tampoco si te acostás con tu personal trainer o no. Mónica: Claro, soy una ninfómana. Marcelo: Vos sabés bien por qué lo elegí, mejor dicho lo elegimos, a Miralles. Mónica: Vos fuiste el de la idea. Marcelo: Si, pero vayamos al principio. Estamos quebrados, ¿eso lo sabés? Y no tenemos salida. Entonces buscamos una salida, una salida que no significara que vos salieras otra vez a mostrar tus piernas como secretaria de algún ejecutivo y que yo no tuviera que volver a agarrar una valijita y saliera a vender seguros. ¿Hasta aquí estamos de acuerdo? Lo pensamos, lo pensamos mucho. Vender, mudarnos al interior. Pero vos no querías despegarte de tus amigas de Martínez y San Isidro. Mónica: Ah, yo. Marcelo: Y yo, yo tampoco. Mis amigos, el golf... Mónica: Las pendejas del golf. Marcelo: Sí, también las pendejas. Y entonces fue que yo, yo te propuse, a vos primero y después también a Gómez, esto que hoy estamos haciendo. Sabiendo que tenemos la infraestructura, esta casa, este sótano, un buen nombre, fama de gente acaudalada, buenos vecinos, que no faltamos a misa ni a las reuniones del Rotary. Es decir, gente intachable, los últimos en los que se podría sospechar. Mónica: No me has contestado. Todo eso lo sé. ¿Pero por qué Miralles? Marcelo: ¿Acaso no te lo dije? Mónica: Tenemos diez, quince conocidos que sabemos que tienen plata. Marcelo: Si, pero ninguno que sepamos, con certeza absoluta, sí o sí, que tiene un millón de dólares fresquitos encanutados en una caja de seguridad. Mónica: ¿Seguros, estamos seguros? Marcelo: Pero si él mismo lo dijo, no hará un mes, esa noche que nos mamamos todos en el club, la noche de la fiesta aniversario. El idiota se ufanaba, con la copa en la mano, que tenía un palo verde fresquito, fresquito, porque les había vendido a unos venezolanos su famoso campo de Las Flores. Mónica: Eso sólo te lo oí a vos. Marcelo: ¿Y quién más te lo iba a decir, si fue después de cenar, cuando nos reunimos los hombres afuera, en la galería, a tomar whisky? Lo que faltaba es que ahora, cuando ya está todo en marcha, dudaras de lo que te dije. ¿Y por qué otra razón iba a ser? Oh, vamos, mirá si me voy a arriesgar, si voy a padecer todo lo que padecí, si no tuviera la certeza de que Miralles tiene ese palo verde en la caja. Sí, no me mirés de ese modo. Hace una semana que estoy viviendo aquí, en este sótano inmundo, durmiendo en un catre y saliendo a escondidas de aquí para ir al baño. ¿Te creés que lo hice nada más que para darle un susto al idiota ese? ¿O para que el idiota de Gómez jugara al secuestrador encapuchado? ¡Por favor! (Se levanta y se pasea nervioso). ¿Pero cuándo va a venir? ¿Cuándo? Mónica: (atenta a ruidos que vienen de afuera). Pará. Callate. Me parece que paró un coche. (Se levanta, deja el tejido y se acerca a él para escuchar juntos). Marcelo: ¿Qué fue que escuchaste? Yo no oigo anda. Mónica: No, no, tenés razón. Son mis nervios. (Vuelve a su sitio y al tejido). Marcelo: No puede ser. Algo tiene que haber salido mal. Mónica: No te des manija. Ya va a venir. O, tal vez, mejor que no venga. Realmente, no sé. Marcelo: La culpa es mía. ¿Quién me dijo que mister músculo iba a tener agallas suficientes? Mónica: ¿Acaso vos las tenías? Él es joven... Marcelo: No te vendas, Mónica, no te vendas. Sí, es joven y buen mozo y musculoso... Mónica: No empecés otra vez, Marcelo. Marcelo: Vos sos la que empezaste. Estás más preocupada por él que por mí. Estoy seguro. Mónica: Él pone la cara y la piel. Pone más que vos. Marcelo: Mirá, la cara la debe tener cubierta. Y va armado con una matraca 45, que juró que la va a usar en caso de que Miralles se le retobe. Y le creo. Porque, ¿qué sabemos, qué sabés vos de Gómez, Mónica? Esos tatuajes que tiene en el brazo, con esas serpientes enroscadas, sólo se hacen en prisión. Te lo digo porque he visto a otros. Mónica: ¿Qué pensás? ¿Qué es un convicto? ¿Y me vas a decir que vos confiaste en él, en un tipo que tal vez fue ladrón o asesino? Marcelo: No tenía otro socio para elegir. Las cosas se plantearon así. Sólo espero que salgan bien. Mónica: Marcelo, no me estás diciendo todo lo que pensás. Te oigo y cada vez tengo más miedo. ¿Cuándo venga con Miralles, qué vas a hacer? Marcelo: Nada más que lo que teníamos pensado y que vos sabés tan bien como yo. Miralles viene encapuchado. No va a saber quién lo secuestró ni dónde se encuentra. Va a dormir y comer aquí y va a mear y cagar en ese balde. Y cuando él no esté encapuchado, nosotros vamos a estar encapuchados. Pero va a ser por poco tiempo. Porque mientras lo tengamos aquí, vamos a estar llamando a sus familiares desde distintos celulares hasta ablandarlos. Y cuando se den cuenta de que la cosa va en serio, pagarán el rescate, lo dividiremos según lo convenido y colorín colorado este cuento habrá terminado. Mónica: Vos sabés muy bien que me refiero a otra cosa. ¿Qué pensás hacer con Gómez? Marcelo: ¿Qué querés decir? ¿Si lo voy a matar? ¿Pero te has vuelto loca? Ya acordamos. Él va a seguir un tiempo más como personal trainer tuyo y de la mujer de Miralles, como hasta ahora, seguirá haciendo su vida y cuando no quede duda alguna de que no nos han descubierto, él ya me ha dicho que piensa irse del país. Mónica: ¿Qué se piensa ir del país? ¿En serio? ¿Te lo dijo? Marcelo: Sí, ¿qué te pasa? Me lo dijo. Creo que me dijo que se iba a Chile. No sé qué parientes o amigas tiene allí. ¿Te importa? Mónica: No lo dije por eso. Me extraña, nada más. Marcelo: Bueno, sí, no lo voy matar. Se va a ir. Agarra la plata y se va. Mónica, mirame, ¿vos creés que yo soy un asesino? No, pero sospecho que tu personal trainer sí lo es. Mónica: Pero vos también tenés un arma. Marcelo: Yo nunca le he tirado a otra cosa que a los patos. Además, un cadáver. ¿Vos sabés lo difícil que es desprenderse de un cadáver? No, esperemos que todo salga bien. Crucemos los dedos. Mónica: ¿Qué pasa si sale mal? Marcelo: Mónica... ¿Qué te pasa? ¡Si sale mal! No pensemos en que puede salir mal. El único peligro que veo... (Se interrumpe). Mónica: ¿Qué? ¿Qué ibas a decir? Marcelo: Nada, nada para que te pongas histérica. Si hacemos todo como lo tenemos pensado, si nadie se equivoca, no va a pasar nada. Ni a nosotros ni a él. Mónica: Estás queriendo decirme algo. Marcelo: Bueno, te lo digo. Pero antes te repito: si hacemos las cosas bien, como las pensamos, si frente a él nos mantenemos callados, si cuando él está sin capucha nosotros tenemos puesta la nuestra, siempre, desde el primer día hasta el último, cuando lo dejemos libre en el Camino del Buen Ayre, no va a pasar nada. Es decir, no tiene por qué pasarle nada malo a él. Mónica: ¿Y si no? Marcelo: Mónica, él ha estado en esta casa y más de una vez. Nos conoce. Puede llegar a reconocer nuestra voz, lo mismo que la de Gómez. Es personal trainer de su mujer y fue ella que te lo recomendó. ¿O te olvidás? Mónica: ¿Y? Marcelo: Mónica, si nos descubre, si se da cuenta de quién fue el que lo raptó, inclusive si llegamos a tener la más mínima sospecha de que él lo sabe, no puede salir vivo de aquí. Vamos a tener que matarlo. Mónica: ¿Vamos? Marcelo: Bueno voy o lo hará Gómez, no sé. Mónica: (Mirándolo a los ojos). Marcelo, basta de fingir. Esto no es un secuestro, es una trampa. Vos ya lo tenías pensado. Marcelo: ¿Qué querés decir? ¿Te has vuelto loca de repente? Secuestrar a un tipo no es un juego de niños. Se corren riesgos aunque las cosas están bien planeadas. Los de la cuadra me vieron salir hace cuatro días con el auto y las valijas y no me vieron volver. Tu hermana estuvo aquí, con vos, estos cuatro días y si recae una sospecha sobre mí podrá decir que no me vio. Vos has hecho tu vida normal y Gómez la suya. Haremos los llamados desde teléfonos celulares distintos. Nadie tiene por qué sospechar de nosotros. Pero siempre hay imponderables. Tendrás que admitirlo. Mónica: Marcelo, ¿qué hacía un revolver en la caja de cigarros que tenés en la biblioteca? ¿Y por qué ya no está más? ¿Lo llevás encima? Marcelo: ¿Qué hacés revisando en mis cosas? ¿Desde cuando?.. Mónica: Contestame. Ya habías pensado en matarlo. ¿Solamente a él lo vas a matar o también a Gómez y a mí? Marcelo: Calmate Mónica, calmate. Estás pensando idioteces. Yo no soy Otelo ni esta es una venganza. Esto es un negocio, un negocio de un millón de dólares. Pensalo. ¿De qué otra forma podemos llegar a tener un millón de dólares? Él los tiene, fresquitos y nosotros lo vamos a tener a él. O la familia afloja o él es boleta. Así de simple. Nosotros tenemos la casa hipotecada y los negocios me van cada vez peor. ¿Y a vos te gusta gastar, no? Y a mí también. Entonces o nos ponemos las pilas y tiramos todos para el mismo lado o esto se va a la mierda y terminamos todos presos. Y ahora te contesto lo del revolver. Si, lo compré por si tenía que matarlo. ¿Y qué? Hay que tenerlo todo previsto ¿no? Peor sería si tuviera que matarlo con un cuchillo de cocina. Mónica: Siempre hablamos de un secuestro, Marcelo. Jamás me planteaste que podía terminar en asesinato. Marcelo: ¿Qué? ¿Te arrepentís? ¿Qué pensás hacer? ¿Ahora cuando venga encapuchado, con Gómez, le vas a sacar la capucha y le vas a decir que todo fue una broma? Hay un millón de dólares en juego, Mónica. Un millón de dólares. Mónica: No sé, no era así cómo me lo imaginé cuando vos y Gómez empezaron a darle manija a este plan. En fin, al menos no seré yo la que apriete el gatillo. Gómez será un ex convicto, pero vos... Marcelo: Quizás lo haga él, quizás me toque a mí. Ya veremos. Pero hay algo por lo que no me has preguntado. Si sale vivo de aquí, una vez cobrado el rescate, ya sabemos cómo habremos de sacarlo para que nadie lo vea y dónde habremos de dejarlo para que la familia lo encuentre. Mónica: Sí. Marcelo: Pero si muere, vamos a tener un cadáver, ¿no? ¿Y cómo vamos a deshacernos de él? Mónica: No sé. En qué han pensado. Marcelo: Nada de “han”. Gómez no es más que un palurdo, aunque luzca muy bien en musculosa y tostado. Yo lo pensé. Es más, él ni lo sabe ni lo imagina. Mónica: ¿De qué se trata? Marcelo: (Yendo con aire triunfal hasta una de las paredes atestada de cachivaches) De esto. (Desplaza con esfuerzo un viejo armario, dejando al descubierto un importante hueco en el muro). Mónica: Pero ¿cuándo lo hiciste? Marcelo: Hace tiempo. Mónica: Hace tiempo, ¿cuánto? Marcelo: No sé, dos meses, tres. ¿Qué importa? Mónica: ¿Cómo qué importa? ¿En quién pensabas cuando lo hiciste? La idea de secuestrar a Miralles tiene mucho menos de dos meses. No tiene más de quince días. Marcelo: Tranquilizate. No era en vos en quien pensaba. Pensaba... Mónica: En Gómez. Marcelo: ¿Pero por qué se te ocurre que yo podía querer matarlo a Gómez? ¿Qué me ha hecho Gómez? ¿Qué vale Gómez? Nada. Mónica: ¿Entonces? Marcelo: Mónica, te lo confieso. Hace ya mucho que yo me había dado cuenta de que o le buscaba una salida a nuestra situación económica o nos íbamos al tacho. Y la idea de los secuestros hacía rato que me estaba dando vueltas por la cabeza. Mónica: Pero ese hueco es grande. Caben por lo menos dos cuerpos. ¿A cuántos pensabas secuestrar? Marcelo: (Hace un gesto como de fastidio, para terminar con la discusión. Se para frente al hueco y le pasa las manos por dentro) ¡Qué bien me salió! Ni que hubiera sido albañil toda mi vida. Ah y los escombros no los tiré. Están allí, metidos en esas cajas. Cuando tape el hueco voy a poder utilizar los ladrillos viejos y la pared va a quedar como si nunca hubiera sido tocada. Se oyen dos golpes en la puerta de arriba seguidos de un tercero luego de un breve intervalo. Marcelo y Mónica quedan suspendidos por la sorpresa. Marcelo: ¡Es Gómez! No sentimos que llegara. (Mónica le hace gestos de que baje la voz). Subo a abrirle. (Vuelven a oírse los toques en la puerta) Mónica: (En voz muy baja) No, mejor dejame a mí. No corramos riesgos. Vos quedate en un rincón. Que ni sospeche que hay alguien más en el sótano. Mónica sube rápidamente la escalera y abre la puerta. Aparece por ella un individuo encapuchado y con las manos atadas por delante. Mónica lo toma firmemente de un brazo mientras cambia gestos con alguien que estaría detrás del hombre secuestrado. Finalmente cierra la puerta y baja cuidadosamente con él, bajo la mirada ansiosa de Marcelo. Mónica: (Al encapuchado, tratando de disimular la voz) Cuidado. Despacito. Son escalones. Yo lo guío. Encapuchado: ¿Pero dónde estoy? ¿Quiénes son ustedes? ¿Qué quieren de mí? Se han confundido. Yo no tengo plata. Mónica: Shh. Ahora camine. (Lo conduce hasta una silla ubicada en el fondo y allí, con ayuda de Marcelo, a quien le indica una y otra vez que no abra la boca, le atan las piernas a las patas de la silla. Después ambos se alejan del prisionero y se animan a hablar entre ellos, pero en voz muy baja). Marcelo: ¿Y Gómez? ¿Dónde está Gómez? ¿Por qué no bajó para ayudar? Mónica: ¿Estás loco? Me dijo que aprovechaba ahora, que todo el mundo está comiendo y mirando televisión, para llevarse la camioneta de Miralles. La va a esconder donde dijimos. Marcelo: ¿Pero no podía esperar? No sé cómo lo ha hecho ni qué le ha dicho. Mónica: ¿Y qué? ¿Qué importancia tiene? Lo importante es que lo secuestró, lo trajo y que está aquí. Ahora tenemos que seguir con el plan. Marcelo: ¿Qué vas a hacer? Mónica: ¿Cómo qué voy a hacer? Lo que habíamos planeado. Los llamados telefónicos a la familia. Marcelo: ¿No es muy pronto? Mónica: ¿Pero a qué hora te creés que tendría que haber vuelto a su casa? Van a ser las diez. Marcelo: Bueno. ¿Y yo qué hago? Mónica: Pensé que la nerviosa iba a ser yo cuando llegase el momento. Vos sabés lo que tenés que hacer: nada. Quedarte quieto, acá, en silencio, vigilándolo. Y si vemos que todo está seguro y que no pasa nada, recién entonces te aviso para que subas. (Le da un ligero beso, sube y cierra la puerta tras de sí). Largo silencio. Marcelo se mueve sigilosamente alrededor del encapuchado sin dejar de observarlo. Encapuchado: ¿Hay alguien ahí? Hola, hola. Me parece que hay alguien. (Silencio) No sé qué esperan de mí. Les juro, no tengo plata, se han equivocado. (Marcelo, muy cerca de él, lo examina. Saca un revolver de un bolsillo y le apunta a la cabeza, sonriendo) Lo siento que está cerca. ¿Qué hace? Marcelo: (Sin dejar de apuntarlo, en voz muy baja) Si supieras lo que hago. Encapuchado: ¿Quién es? ¿Por qué no me saca esta porquería? Me estoy ahogando. Marcelo: (Igual) Mejor no, Miralles. Esa porquería es la que te salva. Por ahora. Encapuchado: ¿Quién es? ¿Quién es? Conozco esa voz. Marcelo: No, mejor no, que no la conozcas Miralles. Encapuchado: Pero si me conoce, lo sabe bien. Estoy en la ruina. Voy a tener que vender la camioneta para pagar por un juicio que me hizo la DGI. Marcelo: Lo sé, lo sé Miralles. Encapuchado: Pero, esa voz... Marcelo: (Blandiendo el arma frente al rostro oculto del encapuchado)¿A ver? Adiviná. Adiviná, galancito de cuarta, que si adivinás te ganás un premio. Encapuchado: No me doy cuenta quién puede ser. Pero es una voz conocida. ¿Me conocías, no? Marcelo: Sí, un poquito. Encapuchado: ¿Del colegio de los chicos? Marcelo: Frío, frío. Encapuchado: ¿Del vecindario? Marcelo: Frío, frío. Encapuchado: De la empresa. Sos un proveedor de la empresa. Marcelo: No, helado, helado. Encapuchado: Dejame ver. Por esa forma de hablar... Del club, nos conocemos del club. Marcelo: Tibio, tibio. (Apunta el arma con firmeza a la cabeza del encapuchado). ¿A ver? Decí un nombre, Miralles. Y ojalá no te equivoques. (Martilla el arma) Encapuchado: (Luego de unos segundos de duda) Estevanez no sos. Broggi, tampoco. Vos sos, vos sos... ¡Marcelo Martínez! Marcelo: (Al tiempo que le arranca la capucha y se dispone a ejecutarlo) ¡Bingo! (Al verle el rostro al descubierto queda sorprendido y levanta el arma que ya iba a disparar) ¡Gómez! ¿Pero qué es esto? ¿Qué clase de comedia es esta? Gómez: ¡Bingo! ¿No dijo usted bingo? ¿Ya, sin darle la menor chance lo iba a matar a Miralles? Marcelo: (Vuelve a apuntarlo). ¡Basta! ¿Qué estupidez es esta? ¿Qué hiciste con Miralles? Gómez: Vamos, señor Martínez, si usted sabe muy bien que Miralles está más quebrado que usted. Y que jamás dijo en el golf que hubiera vendido un campo en un millón de dólares. Usted quería que se lo raptara para matarlo. Y tenía muy buenas razones para hacerlo. Marcelo: ¿Qué sabes vos? Gómez: Más de lo que usted cree. Por eso Miralles debe estar en estos momentos en su casa comiendo con su familia y llorando sobre el hombro de su mujer porque va a tener que cambiar la cuatro por cuatro por un fitito y yo estoy aquí, frente a usted. Marcelo: No te envidio. Porque yo estoy aquí, con un revolver en la mano y vos ahí, con las manos atadas. Gómez: Sí. Y también sé que allí detrás ha abierto un nicho grande, como para dos cuerpos. ¿El otro iba a ser el mío? Marcelo: ¿Cómo te enteraste? Mi mujer, mi mujer me espía. Mi mujer es tu cómplice. ¡Esa bruja! Gómez: ¿Me desata, señor Martínez? Todo terminó. ¿O no? Marcelo: ¿Todo terminó? Eso es lo que te creés vos. (Se aparta un par de pasos de él y lo apunta). Gómez: ¿Me va a matar? Piénselo bien. Marcelo: (Igual) Encomendate a Dios. Gómez: ¿Y después de mí, quién? ¿Su mujer? (A Marcelo le tiembla el arma en la mano). ¿Nos va a meter a los dos en el mismo agujero? Marcelo: ¿Te vas a callar de una vez? Gómez: Señor Martínez, me parece que va a ser más apropiado y hasta más justo que muera usted y no ninguno de nosotros. Le explico. No dispare todavía. Usted ya está muerto señor Martínez. Si, como lo oye. Su auto se incendió, está en el Tigre, al lado del río. Y no está vacío. Adentro, en el baúl, hay un cadáver. Ya sé, no es el suyo. Es el de un pobre linyera. Pero está absolutamente irreconocible, ¿entiende usted? I-rre-co-no-ci-ble. Pero cuando la llamen a su mujer a reconocerlo, dirá que el auto y el cadáver son los suyos. Sin duda alguna. Con los restos de su ropa, del reloj con sus iniciales que le regalaron sus compañeros del club, del anillo del colegio Ward. Martínez: ¿Pero qué carajo estás diciendo, desgraciado? Gómez: Que está muerto, muerto, señor Martínez. Nada más que eso. Martínez: ¿Yo? ¿Yo muerto? El hombre muerto sos vos. ¡Tomá! (Aprieta el gatillo. Para su asombro el arma no dispara. Vuelve a hacerlo. Tampoco). ¡Pero qué mierda!.. Gómez: (Mientras se desprende fácilmente de las ligaduras de manos y pies). Surprise, mister Martínez. Para que el revolver dispare debe tener balas. Y el suyo no las tiene. En cambio esta pistola sí. (Extrae un arma de entre sus ropas, le dispara y Martínez cae muerto). (Tras el ruido del balazo, se abre la puerta del sótano y aparece Mónica) Mónica: ¿Ya está? ¿Ya murió? (Observa un instante el cuerpo yaciente de su marido desde la escalera y luego baja. Al llegar junto al cadáver se toma el rostro. Gómez la abraza) Gómez: Ya está, ya está Mónica, ya lo hicimos. Estuviste magnífica. Cuando me apuntó con el revolver te aseguro que temblé. Pero por suerte lo habías descargado. Mónica: Si, aquí tengo las balas. (Se agacha y recoge el arma de la mano de Marcelo). Gómez: Bueno, vamos. Acá hace calor. (Se despoja del saco y la camisa y queda con el torso desnudo. Tomando a Martínez de los pies) Ayudame a llevarlo hasta allá. Mónica: Sí. (Se detiene y lo mira con atención) Decime, ¿dónde te hicieron ese tatuaje que tenés en el brazo? Gómez: ¿Qué, acaso es la primera vez que lo ves? ¿A qué viene esa pavada en este momento? Mónica: No sé, se me ocurrió ahora. Te miré y de golpe se me ocurrió. ¿No podés decirme dónde te lo hicieron? Gómez: Estás muy rara. Pensar ahora, en este momento, en mi tatuaje. Pero está bien, si querés saberlo, te lo digo. Me lo hicieron en Camboriu, en la playa. ¿Estás satisfecha? (Vuelve a agacharse para tomar a Martínez de los pies). ¿Me ayudás ahora o no? Vamos, agarralo de los brazos. Mónica: Sí. (Pero en lugar de colaborar con él, extrae las balas del bolsillo y las va colocando en el tambor del revolver). Gómez: ¿Pero qué hacés? ¿Pensás tirarme? Mónica: No, por qué. (Guarda el arma en un bolsillo y lo ayuda a arrastrar el cadáver hacia los huecos de la pared). ¿Sabés quién llamó? Giselle, la mujer de Miralles. Gómez: Qué casualidad. Mónica: Quería saber si ibas a ir mañana. (Mirándolo fijo a los ojos) ¿Vas a ir? Gómez: Sí, por qué no. Tenemos que seguir con nuestra vida normal, ¿no? Mónica: Sí, seguro. (Arriman el cuerpo al nicho) Qué grande lo hizo. Es indudable que Marcelo estuvo pensando en poner dos cuerpos, ¿no es cierto? (Vuelve a mirarlo fijamente) Gómez: (Sosteniéndole la mirada) Sí, dos cómodos. Pero empecemos por este. Mónica: Si, empecemos por este. Gómez: Vamos. (Mientras maniobran con el cadáver). ¿Descubriste dónde tenía la plata? Mónica: ¿La plata? Gómez: Sí, la plata. ¿O si no, para qué querías que lo liquidara? Mónica: Pero sí, tranquilízate, tiene un seguro muy importante. Y sé que también tenía una caja de seguridad en el banco. Gómez: Total ¿cuánto? Mónica: ¡Epa! señor, qué apuro. ¿Qué te pasa? ¿Estás ansioso por irte a Chile? ¿Quién te espera allá? Gómez: Yo nunca dije que pensara en irme a Chile. Mónica: Pero te vas. En cuanto agarrés la plata te vas. ¿No me lo querés decir? Gómez: (Con fastidio) Oh, estás loca, paranoica. (Mide con la mirada el cuerpo y el nicho). Va a ser necesario hacer mucha mezcla. Seguro que tu marido tenía en algún lado el cemento y la cal. Mónica: (Señalando) Sí, allí, en esas cajas. Y hacé mucha mezcla, mucha. Gómez: ¿Mucha? ¿Para qué mucha? Mónica: Vos hacé mucha. Haceme caso. (Se aleja unos pasos de él y lo mira fijamente. Gómez se aparta del cuerpo de Martinez y se coloca frente a ella) Gómez: (Mientras comienza a hacerse oír el motivo de A la hora señalada) Mucha mezcla, como para cuántos, Mónica. Mónica: Vos sabés. Como para que alcance para tapar dos cuerpos. Ambos hacen ademán de echar mano de sus armas, cuando cae el Telón y se escuchan dos balazos.

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