sábado, 1 de junio de 2013

Circo criollo EL MONUMENTO AL SAINETE Las diferencias entre la señora Cristina de Kirchner, presidenta de los argentinos, y el señor Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires, capital de la República, no son de ahora sino que vienen de lejos. Y no, o al menos no solamente, porque la señora es tripera y Él era académico, mientras que Mauri es bostero de barrio Norte, lo que lo hace aún más paquete y menos peronista. Y está bien que así sea, porque esas peleas son propias de la democracia. Y así es como lo que a uno le gusta al otro le repugna. Pero todo se cuece en el mismo caldo y si se encuentran en la calle se saludan, aunque sea sin ganas. Sin embargo es preciso reconocer que lo que está ocurriendo hoy en la relación Cristina-Mauri es de salón, si, pero de salón de lustrar. Porque la razón por la que se están peleando no es, esta vez, por el subte, por la coparticipación, por las cifras de la inflación, ni por las presidenciales que se vienen; se están peleando por Cristóbal Colón. Si, aunque parezca mentira, ya que no son problemas los que le faltan hoy al país, se están yendo a las manos por aquel marino genovés (¿o sardo?) al que se atribuye el descubrimiento de América. Lo que incluyó, con el correr del tiempo, también a la Argentina. No obstante lo cual se lo reconoce en casi todo el mundo como uno de los grandes, casi al lado de Platón, Galileo, Gardel y Messi. Salvo, claro está, entre los indígenas recalcitrantes, que aún le reprochan que les cambiara el oro de los nativos por espejitos de colores. Pues bien, de lo que hoy se trata aquí, en la Argentina del siglo XXI, es de la razón por la que la Señora ha decidido la remoción del monumento que recuerda a Colón y que se encuentra, desde hace casi un siglo, detrás de la Rosada, para llevarlo a Mar del Plata. Una explicación, acaso la más benigna y respetuosa de la memoria del Gran Almirante, sería que, dada su condición de marino, a este zeneize pre-Boca le caerá mejor pasar el resto de los siglos mirando el mar, que nada más que riadas de autos, malditos excretores de gases tóxicos. Pero dado que pretenden sacarlo de acá para poner en su lugar a doña Juana Azurduy, la gran heroína de la independencia nacional y boliviana, es razonable que se sospeche que la mudanza, que se ha de deglutir quien sabe cuántos millones, obedece a otras causas. Por ejemplo, la de la América indígena (la misma que pone en peligro la supervivencia del monumento a Roca) o, peor, a la sospecha de que los verdaderos descubridores de esta parte del mundo fueron los vikingos y que el de las tres célebres carabelas falleció convencido de que había estado en la India. Vale decir que era no mucho más que un gil de lechería y por lo tanto el monumento y su locación le quedan grandes. Aunque la cosa podría ser aún peor. Y que mañana, porque la Señora cambiara de idea (al fin, la donna é mobile, qual piuma al vento), o porque ya lo tuvieran todo pensado y lo de la Juana fuera nada más que un invento, allí se erigiera un día, no la estatua de la altoperuana, sino la de Él. Ya sea como El Eternauta o, más sencillo, así como era, pero igualmente labrado en el más fino acero de bóveda bancaria, de saco cruzado, mocasines de Guido, la mirada en la alternancia y no señalando ni para acá ni para allá, sino con las manos en los bolsillos protegiendo la guita. “¿Me quiere decir –protestaba un parroquiano en el Margot- con qué derecho se afanó no sólo el monumento sino la plaza Colón? Si antes de que la enrejaran no formaba parte de la propiedad de la Rosada, era un paseo público. ¿O no?” El reo de la cortada de San Ignacio, con un gesto, le recomendó que se callara. “Maestro –le dijo- ¿no sabe que andan por el barrio los pibes de la Cámpora?”. “¿Y qué? -le respondió el otro alterado-. Si van a los súper a controlar los precios, no a los bares”. “Maestro –le explicó con paciencia el reo- usted tiene razón. Primero van a ir a los comercios, pero luego, con la guita que les den los comerciantes para que se hagan los giles y digan que todo está bien, fija que después se van a venir por aquí a celebrar tomándose unas cervezas. Y mire si lo escuchan. Por lo menos le mandan a la AFIP. ¿O no?”

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