Confieso,
aunque eso denuncie mi edad, que yo, de pibe, jugué al aurieli diez. Nos
encontrábamos algunos mocosos, uno de ellos tenía una pelota rayada de goma de
veinte guitas y enseguida nacía la idea; “¿Jugamos un aurieli diez?”. Y tras el
“si” inmediato de todos, nos dirigíamos a la cancha de Matos y nos trenzábamos
en un picado que podía durar horas y terminar (si es que terminaba) 25 a 20.
Ahora
bien, ¿de dónde venía eso de llamarle aurieli diez a lo que no era otra cosa
que un fútbol entre mocosos? Pues del futbol entre los grandes. Porque en la
calle Avellaneda, entre Acoyte (que entonces era de tierra) e Hidalgo, donde
hoy se levanta un hospital, había un terreno despejado, con arcos sobre Acoyte
y sobre Hidalgo, es decir con la extensión, casi, de una cancha de futbol
profesional. En la que jugaban, de vez en cuando, equipos formados por tipos
que lucían como los del fútbol de los domingos. Con camisetas iguales para los
diez de cada equipo (los arqueros siempre usaron otra distinta), botines,
medias y pantaloncito negro, como los que jugaban sábados y domingos por los puntos.
Y hasta con un referí, armado de pito y hasta de autoridad. (Salvo que
perjudicase a los locales, en cuyo caso lo fajaban).
Por
entonces, los años 30, la cercanía con el futbol original, esto es el inglés,
debe de haber sido muy importante. Es decir, no importaba que los partidos
terminaran casi siempre a las piñas o que no terminaran; tampoco que el
público, o sea nosotros, los del barrio, nos ubicáramos, de pie (ya que no
había tribunas), lo más cerca posible de los que jugaban, aunque respetando, salvo
en casos extremos, como la ejecución de un penal o que los protagonistas se
hubieran agarrado a las trompadas y a las patadas, los límites fijados al campo
de juego. (A mí, por ejemplo, me gustaba mirar los partidos junto a alguno de
los arcos, y así fue hasta que un chutazo errado me dio en la cara y me tiró al
suelo. A partir de entonces me ubiqué en otro lugar en el que corriera menos
riesgos).
Y
otro de los rasgos de aquella anglofilia, propia del futbol de entonces, se
daba al comienzo de cada partido. Porque no era como hoy, que el referí pita y
el partido arranca. Por entonces los 22 jugadores, previo al comienzo del
match, se reunían en medio de la cancha. Y un jugador, supongo que el capitán
de uno de los equipos, daba un paso adelante y preguntaba, en el más puro
inglés: Already? Y los del otro respondían, gritando, como una sola voz: Yes! Y
recién entonces arrancaba el partido que, no obstante el respeto de las formas
clásicas de entonces, podía terminar a las piñas, en un alboroto o con el
referí huyendo aterrado, seguido por una jauría de jugadores que pretendían
asesinarlo de la peor manera.
Pues
bien, de aquella ceremonia inicial, de aquel “already” al que se respondía
invariablemente “yes”, nació y se mantuvo vaya a saber durante cuánto tiempo,
ese otro nombre que los pibes de entonces daban al “fobal”, esto es, el de
“aurieli diez”. Inocente interpretación fonética del “already - yes” que oían
en las canchas del barrio. Y que ya murió, como ocurrió con los potreros
urbanos, con los helados Laponia y con las pilchas de La Mondiale.
Hoy,
el “aurieli diez” sólo suena como una voz nostálgica, remota, en el oído o vaya
a saber dónde, de los tipos que hemos pasado los 80. Pero qué bien que suena.
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