sábado, 11 de octubre de 2014

Circo criollo OTRA VEZ DE FIESTA Apresurémonos a decirlo: hay cristikirchkicinerismo para rato. Es que no se presiona para la aprobación, hoy, de leyes importantes, ni se alcanzan logros tales como una estrecha amistad con China y con Rusia, ni se buscan enemigos tan señalados como los buitres y los Estados Unidos, ni se carga tan decidida y definitivamente sobre la prensa cipaya para, como haría cualquier gil de lechería, entregar el poder dentro de un año y pico. Y todo porque la viejísima y superada Constitución Nacional así lo dispone. Y porque, por esas cosas de la Naturaleza adversa, el otro K ya no está entre nosotros y al pequeño K aún no le da el piné, según pudo verse en su reciente debut en la cancha de Argentinos Juniors. (Aunque, sin dudas, estará afiladísimo de acá a otros cuatro años u ocho, con mamá en el poder y con el Kichi apretando el tomate). Es decir y vale señalarlo, ya quedaron atrás el efecto depresión causado por el resultado de unas elecciones de medio tiempo aparentemente adversas y por la aparición de algunas nanas ya superadas, que la tuvieron al borde de tirar la toalla. Pero todo cambió y para bien, con aquella sabia decisión de sacarse de encima una serie de funcionarios que no eran más que un peso muerto en su gabinete y con la aparición casi milagrosa del Kichi, que volvió a darle aire al Gobierno y motivos para quedarse a la Señora. Así fue cómo éste dejó de ser un gobierno muerto y sin planes, para ser otro, nuevo y distinto de aquél. Con más aires que una minita que salta a la fama por un divorcio anunciado en un programa de TV de la tarde, y con más poder, para hacer lo que se le venga en gana, que el mismísimo Tinelli en “Bailando”. Así, lo que parecía nada más que un capricho de una vecinita de Tolosa, alentada por vaya a saber qué lecturas de juventud, disponiendo la erradicación salvaje e inmisericorde de la estatua de don Cristóbal Colón de la placita vecina a la Rosada, pasó a convertirse en toda una declaración de principios. Una gran vuelta de tuerca, un volver a empezar pero, ahora sí, para cumplir con aquellos ácidos sueños de juventud. Casi los mismos que trocó por un traslado, casi una fuga, al lejano sur y un rápido matrimonio con un señor adinerado. Por lo que ahora sólo cabe sentarse y esperar, ya que lo mejor está por venir. “¿No le parece, maestro?”, le preguntó un tipo que estaba sentado en la mesa de al lado, al reo de la cortada de San Ignacio. El reo terminó su café, se secó una gotita que le había caído en la solapa de su viejo saco de La Mondiale y dijo, sentencioso. “Ya lo creo, jefe. Al menos, mejor que el ébola. ¿O no?”

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